La gran esperanza que se abrió con la “primavera árabe” a comienzos de este año fue que democracia e islam resultaran compatibles. Con la perspectiva de los meses transcurridos, se comprueba que los partidos islamistas son la fuerza política mayoritaria y que la democracia islámica tendrá sus propios rasgos.
El gran debate abierto es el modo de compaginar la identidad árabo-musulmana con la democracia formal
¿Qué ha pasado desde el lejano mes de enero en que empezaron las revueltas árabes, ese vértigo de libertad? ¿Bastaba con el desalojo de los Ben Ali y Mubarak, con sus corruptas familias, para dar todo su sentido a las protestas? Por supuesto, no era suficiente: tunecinos y egipcios querían más y, sobre todo, democracia.
Si hasta entonc…
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