Líbano: revolución, crisis y perspectivas

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Líbano: revolución, crisis y perspectivas

Manifestación de protesta en Beirut, octubre 2019 (CC Nadim Kobeissi)

 

El Líbano, en otros tiempos llamado “la Suiza de Oriente Medio”, atraviesa una profunda crisis económica, política y social, con raíces antiguas. El único país árabe con sustancial –antes mayoritaria– población cristiana, que buscó un equilibrio entre clanes y confesiones religiosas, está hoy dominado por diferentes facciones que quieren asegurarse su parte del pastel. Pero han surgido partidos que aspiran a cambiar la situación: las elecciones parlamentarias del próximo 15 de mayo les ofrecen una oportunidad.

Los últimos 50 años han sido para el Líbano muy difíciles, de mucha turbulencia. Luego de 15 años de guerra civil tuvo otros tantos de ocupación siria bajo un duro régimen, con gobiernos títere. En ese tiempo se desarrolló un alucinante sistema de corrupción a todos los niveles, dando como resultado una sociedad civil que no espera absolutamente nada de su gobierno, acostumbrada a valerse por sí misma, a fundar miles de ONG para atender a sus necesidades.

Por otro lado, esa corrupción se alimenta de partidos políticos surgidos de milicias sectarias ligadas a las religiones, que no ceden un mínimo de su poder a nadie que no esté dispuesto a entrar en el sistema tal como es.

La “revolución” de 2019 reclamaba el fin de los partidos políticos sectarios y la transparencia en el manejo de fondos

2019: Líbano despierta

Para octubre de 2019, una “revolución espontánea” (?), la thawra en árabe, se encendió a lo largo y ancho del país. De la noche a la mañana, las carreteras principales aparecieron cortadas. Fueron pasando los días y la revolución se extendía. Los cantos contra los políticos, contra el presidente Michel Aoun y su yerno se acrecentaban, así como el pedido de dimisión del primer ministro Saad Hariri y su gabinete. Aún hoy siguen reclamando la renuncia de toda la clase política dirigente, el fin de los partidos políticos sectarios y transparencia en el manejo de fondos.

Desde el primer día todo fue muy raro: parecía “espontáneo” pero estaba demasiado organizado. No importó. Había que hacer algo. Y presentaron la renuncia Hariri y algunos diputados. Nada cambió. Increíblemente, los ministros no renunciaron, cuando era obligatorio hacerlo, ya que formaban parte del “saliente” gobierno.

A los pocos meses comenzó la pandemia y con eso murió la revolución, en apariencia. Mucha gente se plegó a la negatividad y a la evidencia de que nada había cambiado. La alegría y esperanza que habían suscitado las manifestaciones bajo la bandera nacional, dejando de lado las de los partidos políticos, comenzaba a desvanecerse.

2020: Como el fénix

Y así llegó el terrible 4 de agosto de 2020. La explosión en el puerto de Beirut, con centenares de heridos y muertos, más las millonarias pérdidas materiales, parecía dar otro golpe mortal al ánimo de los libaneses. Pero “como el fénix renace de sus cenizas”, el pueblo sin dilación salió al rescate de Beirut. Desde todos los rincones del país, acudieron jóvenes y adultos a ayudar 24/7 en todo lo que hiciera falta. Sin miedo a los derrumbes, buscando lo necesario para la reconstrucción, para las familias, la comida de varios días, artículos de higiene, refugio…

Y así se avivó la llama nuevamente. La idea, basada en la experiencia, de que el gobierno es corrupto y de que no puede hacer nada por el país, se fue reforzando, y los jóvenes comenzaron a organizarse de forma independiente de los tradicionales partidos políticos ligados al favoritismo y a la corrupción gobernante. Y no solo los jóvenes: muchos adultos se unieron también, cortando con los viejos lazos que los unían a antiguos compañeros de armas, vecinos de sus pueblos, pero de los que ya no esperaban nada más, pues no veían horizontes por estar demasiado apegados a la seguridad que dan “los partidos tradicionales, gente de nuestras mismas creencias”.

Presión

Desde la revolución del 2019, el dólar ha ido en aumento sin parar con respecto a la libra libanesa, totalmente devaluada. Los sueldos no se acomodan al cambio y la pobreza pasó del 25% en 2019 al 74% en 2021.

En ese momento, solo una minoría selecta pudo desviar sus dólares (entre 20.000 y 30.000 millones) al extranjero. A la gran mayoría de los libaneses se les restringe, aún hoy, la cantidad de sus ahorros que pueden retirar. Es por esto y por el generalizado manejo de fondos corruptos del país por lo que se espera una auditoría al Banco de Beirut, a pedido del FMI. Este proceso se ha retrasado, en parte porque la clase política dirigente no acepta una “mirada extranjera” que los dejaría al descubierto frente a sus conciudadanos, y por las consecuencias que esto tendría para su propio bolsillo.

La sociedad libanesa no espera nada de su gobierno y ha aprendido a organizarse al margen de él

Otra paradoja o problema es que quien llevaría a cabo dicha auditoría es el mismo sujeto a inspeccionar, es decir, el director del Banco Central (o Banco de Beirut) Riad Saleme, quien lleva 25 años en su puesto. A su vez, él mismo está siendo investigado por delitos fiscales en el Líbano, Suiza y varios países de la UE. Otro de los opositores a este pedido del FMI es Hezbollah –la milicia y partido chiita apoyado por Irán–, que también entorpece por todos los medios legales, y hasta con el uso de la fuerza, la investigación de las explosiones en la capital.

Luego del desastre del puerto, la comunidad internacional salió al rescate prometiendo una importante ayuda financiera. Después de meses de negociaciones, el FMI, Francia y EE.UU. hicieron saber que no fluiría ayuda hasta que el Líbano realizara las reformas necesarias en áreas que incluyen los impuestos y el sector público.

Como por el momento nada de esto se ha llevado a cabo, a pesar de las protestas de los ciudadanos, muchas de las ayudas prometidas fueron retiradas, aunque luego más de la mitad se hicieron efectivas a través de ONG locales.

2021: Empeoramiento

En este año se agudizaron varias crisis, presionando aún más los nervios de los libaneses, que ya habían soportado demasiado.

Económica. En los últimos dos años la moneda local ha perdido el 90% de su valor, pasando de 1.500 libras libanesas el dólar americano a 33.000 a comienzos del 2022. Esto ha causado hiperinflación, escasez de productos esenciales y pobreza. Con el reciente conflicto en Ucrania se añade el recorte del gas provisto por Rusia y el aumento del precio de los granos, y especialmente de la harina.

La red eléctrica ya solo da suministro dos horas al día, y hay que recurrir a generadores, con cuya venta y alquiler se lucran algunos políticos

Eléctrica. El gobierno pasó de proveer energía la mitad de las horas del día (el resto lo cubre cada casa alquilando un generador) a abastecer de 1 a 2 horas. La compañía estatal depende de la importación de crudo, así como también los generadores. La venta y alquiler de los generadores es privada y está ligada a antiguos políticos que no están dispuestos a perder su oportunidad in aeternum de negocio.

Petróleo. La falta de combustible se ha ido agravando por el acaparamiento y el contrabando. Al parecer, se compraba muy barato en el país y se vendía en Siria. La excusa del gobierno es que el Banco de Beirut no tiene suficiente dinero para comprar petróleo, lo que –según Marc Ayoub, investigador en política energética de la Universidad Americana de Beirut– se debe a la fuga de capitales en manos de la clase dirigente.

Para retener el combustible en el territorio nacional se fueron endureciendo las opciones de compra, obligando a todo el país a casi privarse de él. Cabe aclarar que el transporte público es casi nulo, con pocas conexiones, y las posibilidades de trasladarse en bicicleta son acotadas, ya que es muy poco el terreno llano y la mayoría de los ciudadanos tiene su casa en las laderas de las montañas, lo que hace indispensable el uso del coche.

Fuga de cerebros. Fundamentalmente a causa de la crisis económica, muchos jóvenes y familias enteran han dejado el país.

Esperanza

En este contexto han surgido nuevos movimientos políticos en el intento de atraer a la población desencantada, especialmente a los jóvenes.

Unas mujeres se interponen entre la policía y los manifestantes durante un acto de protesta en Beirut, noviembre de 2019 (CC Nadim Kobeissi)

El próximo 15 de mayo habrá elecciones, y en ellas los libaneses que han emigrado en los últimos años podrán, desde el extranjero, votar por una mejora. En las redes sociales se ha hecho mucho hincapié en el registro de estas personas para que participen en la votación. Si para el 2018, 93.000 de esos inmigrantes se habían registrado para votar, para esta campaña son alrededor de 250.000.

Jóvenes profesionales han formado partidos que atraviesan barreras confesionales y quieren romper el monopolio de la vieja política

Sin embargo, existen algunos impedimentos para votar libremente. Esto se debe a que cada elector debe hacerlo en el área donde está registrado por ascendencia paterna. Desde la guerra civil, los pueblos y ciudades quedaron segregados por religiones, que con el tiempo se fueron radicalizando en milicias, y estas a su vez tienen a sus propios candidatos a los cargos públicos. No es fácil salir del circuito: es posible pedir el cambio de domicilio, pero el sistema es tan engorroso que muchos se dan por vencidos antes de intentarlo. Esto hace que estén siempre limitados a votar a gente que en muchos casos no los representa.

Lo nuevo

Los nuevos partidos políticos intentan ganar adeptos entre los seguidores de aquella thawra de octubre del 2019. Persiguen los mismos objetivos: el diálogo, la transparencia, el despegarse de los viejos partidos y de la elite gobernante.

En el norte encontramos Shamaluna (Nuestro Norte). Son un grupo de profesionales jóvenes e independientes que quieren presentarse a elecciones sin tener que hacer alianzas con la vieja clase dirigente. Abarca las regiones de Bcharre, Batroun, Koura y Zgharta. Si bien estas ciudades son mayoritariamente cristianas, el partido apoya cualquier movimiento políticamente independiente atravesando las barreras religiosas: por ejemplo, mantiene una estrecha relación con sus vecinos de Trípoli mayoritariamente musulmanes. Su objetivo es elegir los candidatos a diputados que representen los valores de esta coalición: anticorrupción, transparencia, desarrollo del país, etc.

Similares objetivos y estrategias se perciben en los movimientos de la Bekaa: Shalouna y Jaboulana (Nuestro Valle y Nuestra Montaña).

En Beirut, un grupo de sunitas está intentando separarse del tradicional Movimiento del Futuro/Corriente del Futuro, del ex primer ministro Saad Hariri (quien además ha anunciado que no se presentará a las elecciones). Este nuevo movimiento se llama Beirut Tuqawem (Beirut Resiste), busca representar a los sunitas libres y también alienta un gobierno transparente y no sectario. Está encontrando mucha oposición por parte de los seguidores de Hariri.

En el sur, algunos chiitas independientes, cansados de la presión de Hezbollah y Amal, intentan abrirse paso y ganar adeptos. Su coalición se llama Al-Janub Maan (El Sur Unido) y acusa directamente a la clase dirigente y los partidos tradicionales de ser la causa de la pobreza y la corrupción en el país.

Lo tradicional

Los viejos partidos políticos sunitas siguen debatiéndose entre la fidelidad a Arabia Saudí y la pasividad frente a la influencia iraní a través de Hezbollah. Una influencia que todo el mundo considera causante de los males que padece el país, aunque pocos en la clase dirigente se animan a decirlo tan abiertamente.

Hezbollah y Amal, las fuerzas chiitas que boicotearon el gobierno del país durante tres meses por oponerse a la investigación sobre la explosión del puerto de Beirut, han vuelto a sus puestos en el gobierno. Siguen manteniendo la presión para que no se avance en lo relativo al puerto ni se investigue al ministro de Finanzas, ni al de obras públicas, ni al ex primer ministro Hassan Diab, todos aliados.

Estos partidos son conocidos por reprimir por mano propia cualquier nuevo foco chiita independiente, cortando la posibilidad de cambio de voto a muchas personas que viven en áreas mayoritariamente de esta confesión.

En cuanto a los partidos tradicionales cristianos y a los drusos, siguen con sus respectivas alianzas, ya sea con Hezbollah o con Hariri. Al fin y al cabo, están acostumbrados a gobernar de esta manera y tampoco son capaces de despegarse de ellos y traer gente nueva con ideas de cambio.

Si los nuevos partidos lograran conquistar a los desilusionados libaneses con algo más que la pertenencia a una milicia o religión, el país tendría esperanza

Solo encontramos en Kataeb (partido cristiano cuyo líder fue asesinado por su gran carisma y sensatez frente a los problemas locales) la crítica a la clase dirigente y sus alianzas. Su presidente, Samy Gemayel, en una reciente entrevista, hablaba de su total adhesión a los objetivos de la revolución de 2019: descentralizar el poder, creando un gobierno provisional de tecnócratas, especialistas que puedan mejorar al país en distintas áreas. En concreto, propone una reforma del sistema político, con la creación de un Senado y la delegación de competencias a las regiones, que tomarían las decisiones en el ámbito local y administrarían sus propios presupuestos.

Condiciones para un cambio real

Si los nuevos partidos o los tradicionales lograran conquistar a los desilusionados libaneses con algo más que recuerdos del pasado, o la pertenencia a una milicia o religión; si los adultos lograran despegarse de esto y seguir a los nuevos reformadores que den pruebas de lucha actual contra la corrupción, el país tendría esperanza.

Si la comunidad internacional colaborara en la pacificación de la región –Siria, Iraq, Jordania, Palestina–, los libaneses no tendrían por qué sobrevivir de las remesas que aporta la guerra. Aquí hablo claramente de los importantes ingresos que Hezbollah recibe a cambio de hombres en el campo de batalla en los mencionados países y ahora en Ucrania.

Si la región se pacificara, tanto el comercio con los países de Medio Oriente como la apertura al turismo pasarían a ser fuentes de ingresos que sustituirían a la dependencia de Irán.

Lo ideal sería que hubiera una devolución de los millones de dólares que se sacaron del país, que se liberaran los ahorros de la gente, para contribuir a la supervivencia de ese 75% de población empobrecida.

Las esperanzas recaen sobre la perseverancia: el que tira la toalla, el que se rinde no lo consigue. El Líbano puede florecer, a base de diálogo y aceptación del otro: hay voluntad. No todo recae en las votaciones de mayo; hace falta la cooperación internacional, tanto para desmilitarizar a las milicias que hoy ahogan al país, como para presionar sobre políticos corruptos y pacificar la región.

Julia Mendoza es investigadora del Núcleo de Estudios de Medio Oriente, de la Universidad Austral (Argentina)

 

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