Siria, la dictadura perfecta

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Siria - Bashar al Assad

Siria 2021: a diez años de la “revolución”, del conato de “primavera árabe” propiciado por parte de la población, de que se mezclaran los intereses, de que frentes revolucionarios armados y luego el Estado Islámico (EI) causaran desastres convirtiendo el ideal de libertad en brutalidad, destrucción y muerte. ¿Qué cambió? ¿Qué queda? ¿Quiénes son los actores centrales de este drama?

Sería fácil responder en tono desesperado a la primera pregunta. Algunas cosas son francamente peores, otras son injustamente las mismas y una, la oposición, sigue en pie y va creciendo.

A las preguntas ¿qué queda? y ¿quiénes son los actores?, la respuesta tiene nombre y apellido: Bashar al Assad. Hay otros actores, y esos son los protagonistas de la revolución que se da “desde afuera”, como en Cuba o Venezuela. Actores que denuncian desde el extranjero lo que ellos y sus familiares y amigos padecieron, y lo que se vive dentro. Ellos serían “lo que cambió”: el vaso medio lleno, o por lo menos un aliento de esperanza.

Pero si se quería derrocar a Bashar al Assad, ¿cómo es que este año ha sido reelecto por tercera vez con el 95% de los votos? El hijo del presidente Hafez al Assad, dictador de 1971 a 2000, llegó al poder como el “heredero” a la muerte de su padre, cambiando la edad mínima fijada en la Constitución para ocupar el cargo. Bashar ha sobrevivido una revolución, una guerra civil y el intento reiterado de sacarlo del gobierno. Se lo ha acusado de asesino y dictador.

¿Cómo es que se sostiene en el poder luego de 21 años? ¿Cómo hace un presidente perteneciente a una minoría, los alawitas, mantenerse en pie en un país de mayoría sunita? ¿Cómo ha sobrevivido a los grupos revolucionarios y al EI?

Bashar el protector

Antes de desmenuzar todas estas conjeturas habría que poner en contexto al lector occidental acostumbrado a la democracia. Un lector que no ha sido víctima quizás de adoctrinamiento político, al que no se le ha infundido miedo al cambio, miedo a perder todo y principalmente su vida. “Bashar al Assad nos defiende de los malos” (EI, grupos revolucionarios armados y violentos); “si viene alguien que no conocemos, ¿cómo nos aseguramos de que vamos a vivir mejor?”; “con un presidente sunita ¿quién nos va a proteger?”: son las frases que los votantes y adeptos al presidente repiten como justificación de su repetida elección.

No todos los sirios piensan así. Según el Alto Comisariado de la ONU para los Refugiados, existen 13,4 millones de personas en Siria que necesitan ayuda humanitaria, 6,7 millones de desplazados internos y 6,6 millones de refugiados sirios en el exterior, de los cuales 5,6 millones viven en los países limítrofes de Siria.

Muchos de los refugiados entrevistados para este artículo refieren haber huido de la violencia provocada por el EI o el mismo gobierno. La mayoría prefiere no hablar de política, quizás no dar una opinión que en el futuro pudiera impedirles el regreso al país. La mayoría guarda un amor por la patria muy profundo, por su cultura y tradiciones.

Entre los que hablan se repiten dos estereotipos. Por un lado, están aquellos que dicen lo antes mencionado: “Sin al Assad, no tenemos a nadie que nos proteja”. En la vereda opuesta encontramos aquellos que saben que no volverán en muchos años a pisar suelo sirio ni a encontrarse con familiares y amigos de forma libre y sin riesgos. Estos son los que han difundido imágenes de los horrores cometidos por el presidente, el ejército y los servicios secretos contra los “rebeldes”. Aquí se encuentran los que se han manifestado en sus redes sociales, continúan la lucha política desde el extranjero dando testimonio.

Las minorías sirias (alawitas, chiitas y cristianos) apoyan a al Assad por la promesa de que las protegerá frente a la mayoría sunita

Básicamente, para que haya democracia debe haber elecciones libres, un elemento que no se cumple en Siria. “Las personas no son libres de votar a otros candidatos, hay un alto nivel de corrupción en las elecciones, los votantes suelen ser en su mayoría los miembros del ejército, de la política o trabajadores del Estado, que tienen que mantener su puesto”, explica Fadi, exiliado sirio. Otros comentan que se vota para aparentar, para no perder el trabajo, para no resultar “sospechoso” de ser contrario al régimen.

Unión de minorías

Según la Constitución siria, la religión del presidente sirio debe ser el islam y la jurisprudencia islámica, la principal fuente de legislación. Al Assad es alawita, una secta del islam, asociada a la rama chií.

A diferencia de otros países de mayoría musulmana, lo decisivo para el devenir político en Siria no es el islam en sí, sino la unión de las minorías frente a la mayoría suní. En el lado de las minorías encontramos a los chiitas, los alawitas y los cristianos, católicos u ortodoxos.

Los alawitas, entre un 10% y un 13% de la población, desde la época de al Assad padre, ostentan el poder político y ocupan los puestos clave en el gobierno y el ejército. Las otras minorías, chiitas y cristianos, también caen bajo el discurso de los Assad, con la promesa de protección frente a la mayoría sunita, asociada directa o indirectamente a los revolucionarios y más tarde al EI (relación real en el primer caso, pero no totalmente cierta en el del EI).

Es cierto que tanto en el ejército como en el gobierno hay musulmanes sunitas, pero deben demostrar absoluta lealtad al presidente y al partido Baath. De los sunitas, que son la mayoría de la población, depende la economía nacional: por eso conviene tenerlos cerca del gobierno y “demostrarles” que solo estando con el poder establecido podrán lograr algo, y nunca harán nada oponiéndose a él.

El régimen sirio, desde Hafez al Assad, se sostiene con adoctrinamiento, represión y culto a la personalidad

En una de las entrevistas realizadas, uno de los jóvenes opositores al gobierno de al Assad, residente en Canadá, relataba que su familia (sunita de religión) siempre ha trabajado con el gobierno. Este joven, al instalarse en el extranjero en 2014, comenzó a militar en las redes sociales contra el gobierno sirio, denunciando las atrocidades y las injusticias. Su padre recibió una clara amenaza del gobierno para que hiciera callar a su hijo. Walid comprendió que no puede volver a entrar nunca más a su país. Tampoco volvió a hacer ninguna publicación contra al Assad.

Culto a la personalidad

Bashar al Assad heredó algunos rasgos característicos del gobierno de su padre, como la injerencia ideológica en la educación, el culto a la personalidad, la mano dura con la oposición, la mentalidad de partido único y el presentarse como única posible solución a cualquier conflicto.

La dictadura de Hafez al Assad implantó el adoctrinamiento político desde la escuela. Los libros de texto recogen parte de los discursos de Hafez, que los alumnos deben aprender de memoria. El culto a la personalidad es visible en la omnipresencia de efigies y fotos suyas a lo largo y ancho del país, así como las calles dedicadas a él en todas partes. Hoy son las gigantografías de su hijo Bashar las que dominan el paisaje.

El periodista inglés Patrick Seale, biógrafo de Hafez al Assad, cuenta que Ahmad Iskandar Ahmad, ministro de información de 1974 a 1982, inventó el culto a la personalidad de al Assad. Su intención era desviar la atención de los ciudadanos de los problemas económicos y de la violencia entre el gobierno y los Hermanos Musulmanes, que culminó con la masacre de Hamma en 1982.

Ni en los establecimientos educativos, ni en las casas se hablaba mal –y hoy sigue siendo así– del presidente o sus acciones. Esta “perseverancia” en la educación del pueblo por más de cincuenta años ha hecho crecer la figura del todopoderoso y salvador Hafez / Bashar al Assad. Su figura es constantemente presentada como la del “salvador” del pueblo frente a la barbarie revolucionaria.

“Es verdad que no hay que hablar mal del presidente; pero en realidad no hay nada malo que decir: ha hecho lo que debía, con los revolucionarios, con todo”, explica Marwan, otro emigrado sirio. Por su parte, Fadi dice que “si te expresas en contra del presidente o su gobierno, te detienen y te torturan”.

En palabras del sociólogo Safwan Mushli para el diario sirio Enab Baladi, el culto a la personalidad que se da en Siria es “una condición patológica social, es uno de los trastornos neuróticos psicológicos a consecuencia de un miedo inmenso”. Según él, “la sociedad desesperada crea un mito alrededor de la figura o el poder que esa figura representa, y espera que este mítico Salvador termine con el sufrimiento”.

La oposición

Luego de la elección de Bashar, quien contaba con una imagen más moderna que su padre, algunos intelectuales se aventuraron a pedir reformas en el país, una mayor apertura económica y la salida del estado de emergencia. Los reclamos terminaron en nada y siguió en aumento el favoritismo político y la corrupción.

A pesar de los servicios secretos o “mujabarat”, en 2011 se comenzó a levantar la voz contra el gobierno. “Los predicadores más revolucionarios –cuenta Fadi– comenzaron a instar a sus fieles a salir a manifestarse los viernes al término de la oración. Se sumaron los jóvenes, los intelectuales y militares. Las manifestaciones fueron reprimidas, se llevó a muchos manifestantes a prisión donde hubo torturas y muerte”. Todo esto está muy documentado por asociaciones como Syrian Emergency Task Force y por sobrevivientes como Omar Al Shogre.

A los revolucionarios intelectuales le siguieron los grupos armados y violentos como Al Nosra, y más tarde, la llegada del Estado Islámico terminó por sembrar el pánico y el horror.

En un principio, Estados extranjeros como Arabia Saudí, Qatar o los Emiratos apoyaron a la oposición. Pero al extenderse el conflicto en el tiempo y ver las pocas posibilidades de derrocar al Assad, la abandonaron a su suerte, acusándose mutuamente de financiar grupos terroristas.

Por su parte, Rusia e Irán salieron en ayuda del gobierno sirio, tanto militarmente como en la ONU. Rusia vetó varias veces sanciones y medidas que se disponían contra al Assad; a cambio obtuvo la instalación de una Base Naval en la ciudad de Tartus, en Siria.

Así, el régimen sirio ha conseguido resistir diez años de guerra y rebelión. Con el uso del miedo de las minorías a la mayoría sunita, el adoctrinamiento ideológico y presentándose como única salvación frente al caos, se ha revelado casi como una dictadura perfecta.

Julia Mendoza es investigadora del Núcleo de Estudios de Medio Oriente, de la Universidad Austral (Argentina)

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