Pese a sus desacuerdos, el pensador estadounidense y el mediático intelectual israelí comparten una misma convicción cientificista y una marcada animadversión hacia todo lo espiritual.
Si algo tienen en común Yuval Noah Harari y Steven Pinker, es su entusiasmo por la ciencia. Hay muchas otras cosas que, sin embargo, los separan. El autor de Sapiens lee la historia con bastante pesimismo y vislumbra el futuro con desconfiada perplejidad, mientras que el polémico profesor de Harvard es un optimista visceral y piensa que, pese a los retos que el hombre tiene por delante, hay que aguardar con esperanza el futuro. En resumen: Pinker es moderno; Harari, posmoderno.
Pinker combate la visión apocalíptica que se ha adueñado de la esfera pública por el auge del populismo, la presión de las fuerzas reaccionarias y la influencia posmoderna
Se podría llegar a decir que el último ensayo del psicólogo norteamericano, En defensa de la Ilustración, está escrito para cuestionar la tenebrosa interpretación del desarrollo humano que encontramos en su coetáneo. Pinker combate la visión apocalíptica que se ha adueñado de la esfera pública por el auge del populismo, la presión de las fuerzas reaccionarias y la influencia posmoderna. Su cometido es mostrar que el conocimiento científico es el mejor aliado del progreso y que, en los últimos dos siglos, las condiciones de vida no han parado de mejorar.
Mucho de lo que sostiene, sin embargo, es discutible. No profundiza sobre el calado ni sobre los fundamentos filosóficos del proyecto moderno, e incluye en su haber contribuciones que no nacieron con la Ilustración y no constituyen parte específica de su legado. También es bastante dudosa la narración progresista que propone. Y paradójico que un científico sea tan poco riguroso al distribuir los éxitos y los fracasos de la historia.
Pero sería erróneo pensar que su propósito es dar a conocer ese periodo tan importante de nuestra cultura. Pretende más bien contrarrestar la desesperanza, la desilusión y la decepción que surgió tras la última crisis. Para este apologeta de la Ilustración, lo importante no es la precisión histórica, sino las evidencias del progreso.
Desde la salud hasta la esperanza de vida, pasando por la alimentación, la educación, la relación entre hombre y mujer y la pobreza, Pinker elabora gráficos –algunos consideran que sesgados– y remite a estudios que refutan ese fatalismo que cuestiona la prosperidad y bonanza de la que disfrutamos.
Más felices
Según los datos que aporta, la pobreza mundial ha descendido un 75% en los últimos 30 años. Además, la globalización y los mercados han servido para mejorar la vida de las personas. Hay también una situación más pacífica. Todo eso también lo reconoce Harari; lo que discute es que seamos ahora más felices, como Pinker supone.
El autor de “Sapiens” lee la historia con bastante pesimismo, mientras que el profesor de Harvard es un optimista visceral
Para el naturalista norteamericano, las amenazas no se hallan donde los agoreros afirman. No es la inteligencia artificial, ni el armamento nuclear, ni el agotamiento de los recursos, como tampoco el calentamiento global, lo que más debe preocuparnos, pues tenemos inteligencia para superar esos dilemas. Lo que pone en jaque nuestra libertad son los mensajes alarmistas y la desconfianza hacia la razón que el derrotismo y las profecías dantescas propagan.
Si Harari tuviera que calificar a Pinker, seguramente diría que es un “humanista secular”. Y el último asentiría con orgullo. Y es probable que Pinker no incluyera a Harari entre los mayores enemigos de la Ilustración, pero matizaría el desánimo con el que concluye su repaso histórico e intentaría paliar sus inquietudes recurriendo a los últimos datos aportados por la ciencia.
Pero los desacuerdos entre uno y otro son más bien superficiales en comparación con las convicciones ideológicas que tan profundamente comparten: el cientificismo, el materialismo y una aversión hacia lo religioso y espiritual.