Un tanque del grupo Wagner avanza por una calle de Rostov, en Rusia, el 24 de junio (Andrey Sayfutdinov/Shutterstock)
La rebelión de los mercenarios del grupo Wagner, encabezada por Yevgueni Prigozhin, duró poco más de un día, aunque desató, y sigue desatando, toda clase de especulaciones sobre lo que realmente sucedió. En Rusia la opacidad es una tradición que persiste de régimen en régimen, y este caso no es una excepción. Pero lo cierto es que de esta crisis han salido muy afectados el régimen de Putin y el propio grupo Wagner.
Las comparaciones históricas de Putin
La reacción del presidente ruso en la tarde del 23 de junio fue acusar a Prigozhin de dar a Rusia “una puñalada por la espalda”, una expresión que ha llamado la atención de algunos analistas, pues vendría a confirmar ciertas comparaciones históricas aplicadas a Rusia desde los primeros años de la posguerra fría.
La Rusia poscomunista era comparada con la Alemania de la República de Weimar, humillada en el tratado de Versalles, pues el armisticio de 1918, firmado sin que las tropas aliadas llegaran a entrar en territorio alemán, fue considerado como una traición de los gobernantes, que asestaron “una puñalada por la espalda” a Alemania. Un ejemplo más del victimismo del que hacen gala los actuales dirigentes rusos, aunque las críticas se dirigen ahora no contra un enemigo exterior como las potencias occidentales, sino contra un enemigo interno, paradójicamente alimentado por Vladímir Putin para suplir las carencias de un ejército que pasaba por ser de los primeros del mundo.
Tampoco fue muy afortunada la comparación que hizo el presidente ruso con la revolución bolchevique de 1917, en la que el régimen zarista se derrumbó, entre otras cosas por las deserciones masivas de soldados que estaban siendo derrotados en la guerra contra Alemania. Esta similitud convierte a Putin en una especie de Nicolás II, que se consideró traicionado por la actitud de los militares, pero a la vez identifica de modo implícito a Lenin y sus bolcheviques con los mercenarios de Wagner.
Una vez más, Lenin no sale bien parado en los discursos de Putin, pues el dirigente comunista no habría tenido en cuenta los intereses de Rusia, o más bien de lo que quedaba del Imperio zarista, en su afán de construir el Estado soviético, pues renunció a 2,5 millones de km² por el tratado de Brest-Litovsk. En cambio, Stalin tiene una mejor imagen en la Rusia de Putin, pues no solo consiguió recuperar los territorios perdidos, sino que extendió la zona de influencia rusa hasta el corazón de Europa.
¿Motín o golpe de Estado?
Pero más allá de las comparaciones históricas, la realidad presenta el fracaso de la insurrección del grupo Wagner, aunque el calificativo más apropiado sería el de motín. Los motines estallan, por lo general, para lograr una serie de reivindicaciones de los sublevados y son lo más parecido a una protesta. El caso presente apunta a un motín, aunque en algún momento de los acontecimientos del pasado 23 de junio, las declaraciones de Prigozhin cuestionaban las decisiones de Moscú y exigían cambios drásticos, al denunciar una mala gestión de la guerra de Ucrania y señalar expresamente al ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, y al jefe del Estado Mayor, Valeri Guerásimov.
De las tres sublevaciones militares acontecidas en Rusia en los últimos dos siglos, ninguna logró su objetivo
Se guardó, sin embargo, de señalar al presidente Putin, que es quien los había designado para ocupar estos puestos de la cúpula militar. Con todo, el mandatario tenía que sentirse aludido cuando Prigozhin decía que en el Donbás no se estaba produciendo ningún genocidio de la población rusófona y que tampoco era cierto que, antes del conflicto, se fuera a desencadenar un ataque de la OTAN, porque estos argumentos, entre otros, fueron los que sirvieron para justificar la “operación militar especial”.
En cualquier caso, no hubo un golpe de Estado, un fenómeno no muy frecuente en la historia de Rusia, aunque en los dos últimos siglos hubo tres sublevaciones militares y las tres fracasaron: los decembristas que en 1825 pretendían implantar un régimen constitucional; el golpe de Estado del general Kornílov en 1917, que fue un intento de restaurar al zar, y el golpe contra el presidente soviético Mijaíl Gorbachov en 1991, contestado en las calles y aprovechado por Borís Yeltsin para consolidar su poder en Rusia.
Rebelión de los pretorianos y arreglos de cuentas
Un repaso a la historia nos indica que las operaciones militares de mercenarios no suelen tener buen fin, y hay que dar a la razón a Maquiavelo en El príncipe (cap. XII) cuando afirma: “El príncipe cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios no estará nunca seguro ni tranquilo, porque están desunidos, porque son ambiciosos, desleales…”. Los continuos enfrentamientos entre las repúblicas italianas en la época medieval y en la renacentista atestiguan esa afirmación.
El rápido avance de los mercenarios ha alimentado las especulaciones sobre qué habría sucedido si Putin hubiera lanzado con ellos un ataque relámpago contra Kiev en febrero de 2022
En el caso de la Rusia actual hay que señalar que la aparición del grupo Wagner ha sido favorecida por el propio Vladímir Putin, y al dar muestras de eficacia en la guerra de Siria o en los conflictos de las juntas militares africanas contra el yihadismo, el presidente ruso ha buscado que fueran, junto con las tropas chechenas de Ramzán Kadýrov, su fuerza de choque en Ucrania, sobre todo por los decepcionantes resultados del ejército ruso, que han llevado a la poca deseada comparación con la presencia de las tropas soviéticas en Afganistán (1979-89).
En cierto modo, el rápido avance de los mercenarios sobre Moscú ha llegado incluso a alimentar las especulaciones de lo que podría haber sucedido si los Wagner se hubieran utilizado para un ataque relámpago contra Kiev en los días iniciales de la contienda, en febrero de 2022. No se hizo así porque se creyó ingenuamente que el ejército ruso se bastaba y sobraba para esa operación. Era ese ejército el que tenía la misión, casi sagrada, de entrar en Kiev.
Actualmente, cuando Prigozhin se encuentra exiliado en Bielorrusia, surge de nuevo la especulación de si el jefe de los Wagner participaría en una ofensiva contra Kiev, que se encuentra no muy lejos de la frontera bielorrusa. Sin embargo, no parece creíble que Vladímir Putin, que se considera traicionado por Prigozhin, concediera semejante protagonismo a quien se ha rebelado contra su autoridad y ha intentado imponerle cambios en la estructura de mando militar.
Da la impresión de que a Prigozhin se le ha subido a la cabeza la popularidad, el estar en primera línea de las informaciones sobre la guerra de Ucrania en una sociedad como la rusa, en la que predomina la opacidad. El jefe de los pretorianos, siempre embutido en su uniforme, se ha rebelado contra un César que se oculta en sus diferentes búnkeres y solo aparece en la escena mediática para recordar quién es el que manda. Pero rara vez lo veremos en uniforme de campaña como Prigozhin y, por supuesto, el ucraniano Zelenski.
Finalmente, Putin ha prometido la inmunidad a Prigozhin y a sus seguidores, aunque, como dice el refrán, la venganza es un plato que se sirve frío. Después de todo, la relación entre los dos hombres se remonta a tres décadas atrás, prácticamente cuando el futuro jefe de los Wagner salió de una cárcel en la que pasó nueve años por robo. Empezó vendiendo perritos calientes en San Petersburgo, su ciudad natal y la de Putin. Luego, tras adquirir una cadena de supermercados, abrió su propio restaurante, en el que conoció al futuro presidente. Más tarde, fundó una empresa de catering, que abastecía al ejército y a colegios públicos de Rusia. Por último, en 2014 constituyó un grupo militar privado, Wagner, pese a que la legislación rusa prohibía su existencia.
Prigozhin encontraría desde entonces en las prisiones su principal centro de reclutamiento. Sobre este particular, la historiadora Françoise Thom recordó en Cómo entender la Rusia de Putin (Ed. Rialp) que este tipo de iniciativas, muy ligadas a la aparición de mafias en el período postsoviético, se remontan a la época del gulag, cuando se confiaba a delincuentes el mantenimiento del orden en los centros de detención.
La presidencia de Putin, cuestionada
Además de promover un motín, en el que no tenía asegurada la victoria final pese a su rápido avance sobre Moscú, Prigozhin quiso arreglar cuentas con una jerarquía militar que no se mostraba “agradecida” de los éxitos de Wagner en Ucrania. No le ha funcionado, pues los militares han buscado desde siempre controlar la actuación de los mercenarios. Pero lo peor es que el motín ha cuestionado la soberanía del Estado ruso y la presidencia de Putin.
Si en la definición clásica de Max Weber, el Estado es aquel que ejerce el monopolio de la violencia en su territorio, en el caso de la Rusia de Putin esto no se estaba cumpliendo, y las actuaciones del grupo Wagner debilitaban la imagen del propio presidente, reducido en la práctica a otro “señor de la guerra”. De ahí su airada reacción contra los mercenarios traidores en la tarde del 23 de junio y su imperiosa necesidad de arreglar cuentas con ellos, con independencia de que les haya ofrecido una salida de circunstancias.
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Vaya