El pasado 21 de enero se cumplieron cien años de la muerte de Lenin, pero en la Rusia de Putin no ha habido ninguna conmemoración oficial. Tan solo unos pocos cientos de personas acudieron ese día al mausoleo del líder comunista en la Plaza Roja.
El silencio de las autoridades es otro ejemplo más de la desafección hacia Lenin del presidente Vladímir Putin y de su entorno, manifestado abiertamente en los últimos años, pero que se hizo muy evidente al acusar Putin a Lenin de haber fomentado el nacionalismo ucraniano por contemplar la posibilidad de que las repúblicas integrantes de la URSS pudieran ejercer el derecho de autodeterminación y separarse de la Unión. Así estaba previsto en las constituciones soviéticas de 1924, 1936 y 1977.
Las críticas del nacionalismo ruso a Lenin
Esta visión de un Lenin antinacionalista no se corresponde con la realidad histórica. Si bien, después de la revolución de 1917, surgió una república independentista de Ucrania, la Rusia soviética y los bolcheviques ucranianos lucharon contra ella hasta derrotarla en 1921. Al año siguiente, la Ucrania soviética pasó a formar parte de la URSS, mientras que la Ucrania occidental se integró en el Estado polaco, que había alcanzado su independencia en 1918. Terminada la Segunda Guerra Mundial, la totalidad de Ucrania quedó bajo el dominio soviético con el consiguiente cambio de fronteras. Fue obra de Stalin, el hombre que recuperó territorios del antiguo Imperio zarista y amplió la zona de influencia de Moscú en Europa.
La percepción de Lenin en la Rusia de Putin es la de un líder que estaba más interesado en el internacionalismo proletario que en el nacionalismo ruso, y era capaz de sacrificarlo todo por el triunfo de la revolución a escala mundial. Se pone el acento así en el Lenin exiliado, al que la revolución de febrero de 1917 le sorprende en Zúrich, pero que es capaz de pactar con el gobierno del Kaiser para volver a Rusia en un tren blindado y propiciar la caída del gobierno provisional con un golpe de Estado que trajo como consecuencia la retirada de los rusos de la Primera Guerra Mundial, lo que permitiría a los alemanes concentrarse en el frente occidental contra los aliados.
El fervor nacionalista en Rusia está cuestionando la figura de Lenin desde hace tiempo
Lenin y Trostki, su negociador, no salen muy bien parados desde la óptica nacionalista rusa por haber aceptado el tratado de Brest-Litovsk (1918), con la pérdida de territorio bajo soberanía rusa, y el reconocimiento, entre otras cláusulas, de las independencias de Finlandia, Georgia y Ucrania. Esta humillación para el régimen bolchevique tenía para Lenin un carácter transitorio, pues surgía de la necesidad de evitar la invasión de Rusia por las tropas alemanas y la caída del gobierno comunista a consecuencia de su debilidad militar, reconocida por el propio Trotski, coordinador de las acciones del Ejército Rojo. La incomprensión y las protestas suscitadas por el tratado eran un precio necesario para Lenin y Trotski, que entonces coincidían en la importancia de la revolución mundial. Había que tener paciencia y limitarse a esperar una inminente revolución proletaria en Alemania, que pondría fin al régimen imperial. Este hecho permitiría a los rusos recuperar los territorios perdidos.
Los hechos no sucedieron tal y como esperaban los líderes bolcheviques, pues en Alemania se impuso la República de Weimar, un régimen parlamentario, en 1919, el mismo año en que fracasó la República comunista húngara de Bela Kun, aunque también en esas fechas se reunía, por primera vez, en Moscú, la Internacional comunista, impulsora del sueño leninista de la revolución mundial. Finalmente, en 1920, el Ejército Rojo fue derrotado por los polacos en Varsovia, lo que impidió el avance de sus fuerzas hacia Alemania.
Según algunos historiadores, estos fracasos incidieron en el ánimo de Lenin, con una salud cada vez más afectada por el insomnio, los dolores de cabeza y el agotamiento nervioso, y a esto se añadía su excesiva implicación en los asuntos de gobierno para intentar consolidar el régimen comunista. En su precaria salud también debieron de influir los tres balazos del atentado de la anarquista Fanny Kaplan contra él en agosto de 1918. Uno de ellos se le alojó en el cuello y no le fue extraído hasta 1922. En cualquier caso, la salud de Lenin se fue deteriorando, y tras varios infartos cerebrales, falleció el 21 de enero de 1924.
El “centralismo democrático” de Lenin aplicado a Rusia
El fervor nacionalista en Rusia está cuestionando la figura de Lenin desde hace tiempo. Putin no pretende, sin embargo, arrojarlo al “basurero de la historia”, por decirlo con una conocida frase de Trotski. El presidente ruso no reniega por completo del fundador del Estado soviético, pues eso sería renegar se sus propios orígenes, aunque haya criticado sus decisiones relacionadas con la Primera Guerra Mundial o su orden de ejecutar a la familia imperial. Tampoco está dispuesto, por ahora, a sacar a Lenin de su mausoleo y enterrarlo junto a su madre en San Petersburgo, tal y como se especuló hace unos años, pues equivaldría, según declaró él mismo en 2005, a decir a las generaciones que vivieron bajo la URSS, que estuvieron adheridos a valores falsos. Sería, por tanto, un paso mayor de tiempo el que pudiera decidir el destino final de los restos de Lenin, lejos de polémicas innecesarias.
Será, sin embargo, difícil que en la Rusia actual no se siga reprochando a Lenin que cometiera el error de preconizar la autodeterminación de los pueblos, algo que habría contribuido al debilitamiento de Rusia y a la negación de su historia. En realidad, lo que detestaba Lenin era el nacionalismo burgués, si bien no negaba la importancia de los nacionalismos para el triunfo de la revolución en el Imperio zarista. Tal y como se vio en el caso de Ucrania, incorporada en 1922 como república soviética, llegaría después el momento de imponer el “centralismo democrático”, aplicado en el funcionamiento del Partido, a la totalidad de los territorios bajo la soberanía de Moscú.
Según la historiadora francesa Hélène Carrére d’Encausse en su recomendable biografía de Lenin (publicada en 1998), en la VII Conferencia del Partido, en abril de 1917, Stalin defendió el derecho de las nacionalidades a separarse de Rusia, preconizado por Lenin. Pero a continuación hizo la siguiente salvedad, plenamente confirmada en la historia de la URSS: “Las nacionalidades no están obligadas a utilizar este derecho y, sobre todo, su ejercicio debe tener en cuenta los intereses de la revolución proletaria”.
Por tanto, la constitución de un Estado federal, no por ello menos centralizado, se impuso tras establecerse la URSS en 1924. Desde entonces, el Estado federal quedó como el único organizador y garante de los derechos nacionales. La citada historiadora recuerda que la estrategia leninista sería siempre la misma: la defensa de una “autodeterminación proletaria” en detrimento de los iniciales gobiernos nacionalistas, que permitiría pasar de la República nacional a la República soviética. La consecuencia será la unión con Rusia, impuesta en nombre de la seguridad del nuevo Estado y del parentesco político con la República de los soviets. Por tanto, como bien afirma Carrère, Lenin siempre tuvo la voluntad de “preservar la comunidad de destino de los pueblos que vivían en el espacio del antiguo Imperio” y fue “el verdadero artífice del Estado federal plurinacional nacido oficialmente en 1924”.
La figura de Stalin no dejará de ser polémica, pero desde el poder se expande un mensaje positivo por su victoria en la Segunda Guerra Mundial
Por lo demás, la China de Xi Jinping es la demostración de que puede existir un “nacional-leninismo”.
La rehabilitación de Stalin
Las críticas a Lenin contrastan con una cierta rehabilitación de Stalin, que, pese a su origen georgiano, encarnó la resistencia de Rusia frente a la invasión hitleriana por medio de la gran guerra patriótica de 1941-45, en la que el líder comunista no dudó en utilizar los símbolos de la historia, con Aleksandr Nevski o Pedro el Grande, y de la fe ortodoxa, pese al ateísmo oficial del régimen. La guerra de Ucrania es concebida como una continuación de esa misma guerra, en la que también estaría en juego el destino de Rusia.
Sin embargo, la rehabilitación de Stalin viene de tiempo atrás. En las entrevistas que Putin concedió al cineasta Oliver Stone en 2017, el presidente aseguró que Stalin era una figura compleja y que no debería ser demonizada, y la comparó con Oliver Cromwell, instaurador de un gobierno tiránico, pero con monumentos en Gran Bretaña, y con Napoleón, que llevó a Francia a la catástrofe y, pese a todo, sigue siendo admirado por muchos franceses. En otras declaraciones, Putin no ha negado el terror de la época estalinista, aunque rechaza la demonización de Stalin como pretexto para atacar a Rusia.
Quizás esto explique la liquidación por “terrorismo y extremismo” en diciembre de 2021 de la fundación Memorial Internacional, la ONG que desde 1989 investigaba los crímenes de la represión soviética y de la Rusia contemporánea, desde las purgas de 1937 a las guerras de Chechenia. Triunfaba así una versión monolítica, impuesta desde el gobierno, del pasado nacional. Del mismo modo en que China no puede renegar completamente de la revolución cultural maoísta, pues socavaría la legitimidad del régimen, tampoco la Rusia nacionalista actual puede renegar del estalinismo.
La figura de Stalin no dejará de ser polémica, pero desde el poder se expande un mensaje positivo porque su victoria en la Segunda Guerra Mundial habría contribuido a preservar la identidad de Rusia. Se impone, como tantas veces en la política, la teoría de los daños colaterales, representada en una frase atribuida al líder comunista: “Cuando se corta la madera, las astillas vuelan”.