Como ya ocurrió el año pasado en Google, ahora también en Facebook un empleado denuncia que, yendo de promotores de la “tolerancia”, en la empresa de Mark Zuckerberg se muestran bastante intolerantes no solo con los postulados conservadores, sino también con las personas que los profesan.
La respuesta al discurso malo no es la censura, sino más discurso”~“Los empleados temen decir algo que no concuerde políticamente con lo que les rodea”
Un joven empleado, el ingeniero Brian Amerige, ha publicado en la red interna de la compañía un documento titulado “Tenemos un problema con la diversidad política”. Pese a que Zuckerberg ha anunciado la aspiración de hacer de la red social “una plataforma para todas las ideas”, Amerige anota que en la práctica “somos una monocultura política intolerante a los criterios diferentes. Decimos que damos la bienvenida a todas las perspectivas, pero somos rápidos en atacar, a veces multitudinariamente, a cualquiera que presente una opinión que parezca contraria a la ideología de izquierdas”.
El firmante habla de cómo está el clima en lo interno, donde se etiqueta rápidamente y se ataca en lo personal a quienes expresan ideas incómodas. “Lo hacemos de modo tan constante que los empleados temen decir algo que no concuerde políticamente con lo que les rodea”. De hecho, explica que sus colegas saben que la “apertura a diferentes perspectivas” no se aplica a temas como la justicia social, la inmigración, la diversidad y la igualdad. “En esos asuntos puedes mantenerte tranquilo o sacrificar tu reputación y tu carrera”, dice.
En vista de los sucesos que narra, todo indica que en Facebook más vale observar mucho y hablar poco: son frecuentes los llamados a la ejecutiva de la empresa para que se deshaga de Peter Thiel –que, a la vez que miembro del consejo de administración, es un incondicional partidario de Donald Trump–, o sin ningún empacho se retiran los posters que hacen saber a los simpatizantes del presidente que también son bienvenidos, o se tilda de “no inclusivos” a quienes cuestionan la situación de los derechos humanos en el islam. “Somos ágiles –dice Amerige– para sugerir que se despida a personas que resultan incomprendidas, y aún más rápido concluimos que nuestros colegas son unos fanáticos”.
Pero no hay contradicción: la “plataforma para todas las ideas” que anunciaba, exultante, el fundador, sigue siendo una aspiración o está en proceso. En lo que eso llega, mejor hablar bajito.
Se puede discrepar, pero…
La posibilidad de manifestar opiniones discrepantes del mainstream es, para las grandes tecnológicas, una realidad incuestionable en sus dominios, aunque sea inseparable del “siempre que…”.
Lo pudo comprobar, en el verano de 2017, un ingeniero de Google: James Damore, quien, animado por la libertad que prometía la compañía para “cuestionar a los ejecutivos sénior e incluso burlarse de las estrategias de la empresa en foros internos”, publicó en un foro de empleados una reflexión sobre por qué es menor la presencia femenina en el campo tecnológico, y citó un grupo de argumentos basados en la biología.
Pero esos criterios no eran los que la empresa esperaba de él. La vicepresidenta de Diversidad e Integridad le salió al paso de modo tajante y señaló que, aunque Google era un entorno abierto e inclusivo para los diferentes puntos de vista, cada discurso debía ir de la mano “con los principios de igualdad de empleo que se encuentran en nuestro Código de Conducta, políticas y leyes contra la discriminación”. En su texto, Damore no había llamado a cerrarle la puerta a nadie, pero a él sí que terminaron dándole un portazo.
Tanto el despido del joven ingeniero como lo que ha constatado Amerige en Facebook son variantes del mismo fenómeno: un reduccionismo argumental que hinca el diente en el ámbito empresarial, el universitario, el artístico, etc., en virtud del cual unas opiniones pasan a ser las tablas de la ley y otras el mal absoluto o el disparate sin remedio.
Lo singular es que, sin que se tenga noticia de que la Primera Enmienda –la referida a la libertad de expresión– haya sufrido cambio alguno, las grandes tecnológicas estadounidenses hayan establecido implícita o explícitamente criterios discriminatorios de opiniones –o de posturas políticas– que no casan con lo que sus directivos tienen por dogmas irrebatibles. De ahí el temor de los empleados a no estar “a la altura” de lo que la empresa espera de ellos en temas perfectamente opinables, y la censura que les cae a los ajenos, a saber, a los usuarios de las redes sociales o de otros servicios.
La censura no es la respuesta
Lo de Amerige “se veía venir”. Una ojeada a su página personal en Facebook dejaba ver algunos guiños recientes sobre la necesidad del debate y la pluralidad. El pasado 15 de agosto, en alusión a un artículo del Wall Street Journal sobre un proyecto para animar a estudiantes universitarios a presentar sus criterios de modo constructivo, el ingeniero se congratulaba: “Enseñar a las personas a discrepar productivamente es más efectivo que intentar aislarlas para mantenerlas a salvo de ofensas o desafíos”.
Días antes, el 8 de agosto, celebraba la decisión de Twitter de desbloquear la cuenta de un comunicador estadounidense de extrema derecha, Alex Jones, simpatizante de Trump y difusor de teorías absurdas –como que la masacre de Sandy Hooks y los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron triquiñuelas de la Casa Blanca–. Facebook le cerró cuatro páginas por “usar un lenguaje deshumanizador para referirse a los transgéneros, a los musulmanes y a los inmigrantes”.
“Para que quede claro: Alex Jones es un imbécil –dice Amerige–, pero la respuesta al discurso malo no es la censura, sino más discurso. Ese es el cimiento de la civilización postilustrada”.
En tal sentido, ha llamado a sus colegas a expresarse para intentar cambiar la –al parecer deficiente– cultura de debate de la empresa, que ha ido a peor en sus más de seis años allí, y ha creado un grupo: “FB’ers for Political Diversity”. Su regla es que se puede atacar a las ideas, pero no a la persona que las manifiesta. Que se hable con transparencia y sin temor a las reacciones de los demás. Ya hay más de 100 empleados inscritos.
Y la iniciativa puede estar muy bien, pero obliga a plantearse por qué, en una democracia como la norteamericana, y en el seno de una empresa que tiene la pluralidad por blasón, ha sido necesario articular un grupo donde se pueda ejercer la libertad de expresión sin miedo a represalias.
¿Que no estaba garantizada ya?