Entrevista a Mons. Tadeusz Kondrusiewicz, administrador apostólico de Moscú
Varsovia. Una vez recobrada la libertad, la Iglesia católica se enfrenta en Rusia a unas difíciles relaciones con la jerarquía ortodoxa, que considera el país como su espacio propio, y con la tarea de injertar en la cultura rusa una comunidad que tradicionalmente se ha compuesto, en su mayor parte, de fieles de origen extranjero. De estas cuestiones habla Mons. Tadeusz Kondrusiewicz, de 47 años, administrador apostólico de Moscú desde 1991, quien ha estado recientemente en Polonia. Este arzobispo, que tiene a su cargo los aproximadamente 300.000 fieles que viven en la Rusia europea, admite que la Iglesia católica ha de adaptarse -como en todas partes- a la mentalidad del país, pero subraya que el catolicismo no es extraño al «alma rusa».
– Rusia parece ser coto reservado de la Iglesia ortodoxa. ¿Hay tradición católica en Rusia?
– Los católicos están presentes en Rusia desde hace algunos siglos. En 1782 la Santa Sede erigió la archidiócesis de Mohylev, que era entonces la más grande del mundo. Su territorio se extendía desde el mar Báltico hasta las islas Kuriles, en el Extremo Oriente. Antes de la revolución de 1917, en la parte europea de Rusia, en un espacio de 4 millones de kilómetros cuadrados, funcionaban 150 parroquias católicas, con unos 500.000 fieles. La mayoría eran polacos o alemanes, pero también había rusos.
– En el pasado fueron famosas las conversiones al catolicismo de grandes personajes de la nobleza rusa, pero ¿no era ésta una manifestación del movimiento ruso occidentalista que estaba de moda entonces?
– No lo creo. Manifestaba más bien una búsqueda de la verdad y una afirmación de la libertad de conciencia. La Iglesia católica en Rusia era intelectualmente fuerte y tenía mucho que decir a la sociedad. La Academia Eclesiástica de San Petersburgo fue famosa en toda Europa. Durante las particiones de Polonia, la Academia formó a muchos eclesiásticos eminentes, también para la futura Polonia independiente. La Universidad Católica de Lublin en Polonia es en gran medida su continuadora.
En la Rusia del siglo pasado estaban activas muchas congregaciones religiosas católicas. Sólo en San Petersburgo existían 13 parroquias y 72 escuelas católicas. La Iglesia católica tenía en Rusia dos seminarios, uno en San Petersburgo y otro en Saratov. En Moscú había tres hospitales católicos. Aunque el catolicismo en Rusia no fuera la confesión más numerosa, tenía allí un puesto relevante.
17 templos y uno rodante
– ¿Y cómo es la situación actual?
– Las persecuciones comunistas más crueles fueron dirigidas contra los católicos. En 1991, cuando empecé mi ministerio de arzobispo en Moscú, estaban abiertas sólo dos iglesias católicas: la de San Luis en Moscú y la de Nuestra Señora de Lourdes en San Petersburgo. Actualmente tenemos 52 parroquias en la Rusia europea, en las que trabajan 40 sacerdotes provenientes de Alemania, Italia, Francia, España, etc. Sólo dos sacerdotes son rusos.
En Rusia trabajan varias congregaciones de religiosas. Aunque sus comunidades todavía no están registradas, las religiosas han comenzado una gran labor de catequesis entre los niños y la juventud, además de obras de caridad. La única congregación religiosa oficialmente registrada hasta ahora en Rusia es la Compañía de Jesús.
A pesar de este rápido desarrollo no nos faltan dificultades. Sólo disponemos de siete iglesias y diez capillas para las 52 parroquias. En la región de Kaliningrado (Königsberg) nos servimos de una capilla sobre ruedas, que trasladamos adonde se precise. Durante el viaje del Santo Padre a los países bálticos, esta capilla sirvió como su sacristía personal.
Las concentraciones más numerosas de católicos se encuentran en Moscú, San Petersburgo, Cáucaso septentrional y en la región de Kaliningrado. Los católicos en la Rusia Europea son cerca de 300.000, aunque no tenemos estadísticas exactas.
¿Una Iglesia «importada»?
– ¿Siguen siendo los católicos de Rusia predominantemente de origen extranjero?
– A diferencia de lo que ocurría antes de la revolución de 1917, cuando la Iglesia católica era una Iglesia de minorías nacionales, ahora la mayoría de los católicos son de familias mixtas. Hay también cada vez más rusos. La Iglesia católica en Rusia se sirve todavía de muchas lenguas: ruso, polaco, lituano, alemán y, desde hace poco, en el Sur, también armenio. Pero incluso los que se declaran polacos, alemanes o lituanos, aunque quieren que la liturgia se celebre en su propio idioma, prefieren que la homilía sea en ruso, porque en su lengua materna no la entenderían.
– ¿No hay un riesgo de que los «sacerdotes importados» no comprendan la mentalidad rusa y no sepan hacer un apostolado eficaz?
– La Iglesia católica en Rusia tiene que adaptarse a la mentalidad local. La mentalidad y la sensibilidad de los rusos son diferentes a las de los occidentales, y el catolicismo tiene que acomodarse a ellas. No podemos prescindir de muchos elementos tradicionales de la liturgia. El adorno litúrgico tiene que ser más rico que en otras partes. Los fieles están acostumbrados al uso frecuente del incienso, y hay que respetarlo. Es una necesidad oculta en el alma del hombre ruso. Durante el Concilio Vaticano II se hablaba mucho de la necesidad de abrirse a las tradiciones locales, de la inculturación. Esto es lo que se observa hoy en Rusia. Los pastores tienen que comprenderlo.
Intelectuales se acercan al catolicismo
– ¿Cómo se presenta en Rusia el problema de las nuevas vocaciones sacerdotales?
– El año pasado surgieron cuatro candidatos. Los envié a estudiar a los seminarios de Polonia. Desde septiembre de este año tenemos ya seminario propio en Moscú. Para mí es un motivo de alegría, porque el seminario es el corazón de la diócesis. Empezaron el curso 14 seminaristas y después de dos meses tenemos ya 16. El seminario no tiene aún sede propia. Los seminaristas viven en mi casa, en el piso de abajo, y duermen en literas que compré al ejército ruso. Pero el profesorado es excelente: tenemos no sólo profesores rusos, sino también de Europa occidental, de Estados Unidos y de Polonia.
– ¿Y la formación del laicado?
– Hace dos años fundamos en Moscú el Colegio de Santo Tomás, donde actualmente estudian 300 laicos. La mayoría son católicos, pero también hay ortodoxos y algunos que buscan una respuesta a su inquietud religiosa. El Colegio está abierto a todos. Su finalidad principal es preparar a los futuros catequistas y a los colaboradores de Cáritas. Estos estudios, que duran tres años, se componen de teología y filosofía católicas, aunque también nos esforzamos por conocer la ortodoxia rusa, para lo que invitamos a sacerdotes ortodoxos a dar conferencias.
Nuestros alumnos, por lo general, estudian también en la Universidad de Moscú. También frecuentan el Colegio no pocos científicos rusos. Muchos intelectuales rusos, sobre todo de la rama de ciencias exactas, buscan, cada vez más, conocimientos religiosos y teológicos. Creo que en el apostolado los intelectuales laicos católicos pueden ser más eficaces que los sacerdotes, puesto que aquéllos tienen una presencia activa en los ambientes sociales.
Si el seminario es el corazón de mi diócesis, el Colegio de Santo Tomás desempeña el papel de los pulmones. Aquí aprendemos a respirar. Es el primer colegio católico que existe en Rusia desde 1917.
Retorno, no «invasión»
– Pero, el Colegio católico ¿no irrita a la jerarquía ortodoxa, con la cual las relaciones no son fáciles?
– En este momento, no tenemos ningún problema. Es más: a petición del Patriarca de Moscú, nuestros profesores dan conferencias en la Universidad Ortodoxa de Moscú, de nuevo abierta. Yo diría que esto es un buen principio de acercamiento.
Esto no significa que ya no existan algunos problemas serios. Nos han acusado de intentar una «expansión» del catolicismo, de «invasión en los territorios canónicos de la Iglesia Ortodoxa» y de «proselitismo». Estos reproches carecen de fundamento, ya que Jesucristo no ha dividido el mundo en zonas de influencia. Además, insisto, la Iglesia católica simplemente regresa a sus lugares propios. No hay tal «expansión». Cumplimos nuestro deber de asegurar la atención de los fieles católicos. Ha pasado el tiempo en el que un polaco sólo podía ser católico y un ruso, sólo ortodoxo. Nosotros no pretendemos atraer a los ortodoxos a nuestro lado, pero no podemos rechazar a los que se nos acercan, interesados en nuestra fe.
Creo que la reciente visita de Juan Pablo II a los países bálticos contribuirá a mejorar las relaciones entre ortodoxos y católicos. El Santo Padre subrayó fuertemente la dimensión ecuménica de su viaje. En todos los actos litúrgicos participó un representante del Patriarcado de Moscú. Yo, personalmente, allí adonde voy procuro ver al metropolita ortodoxo del lugar.
Pienso también que, para la reconciliación entre la ortodoxia y el catolicismo, Cáritas puede tener gran importancia. El sufrimiento es igualmente duro para un católico, para un ortodoxo o para un no creyente. El 13 de octubre tuvo lugar en Moscú el acto de constitución de Cáritas de Rusia, al que acudieron representantes de la Iglesia ortodoxa. Una buena muestra de las posibilidades de cooperación con la Iglesia ortodoxa ha sido la acción para enviar este verano a Polonia y a Europa Occidental a los «niños de Chernóbil».
– El fenómeno de las conversiones ¿alcanza a amplios grupos sociales o se limita a las élites?
– Se observa un interés cada vez mayor por la religión en todas las capas sociales. Tanto para los ortodoxos como para los católicos, un problema muy grave es la aparición de muchas sectas que están inundando el país. Rusia es un gran desierto espiritual, y la gente -con verdadera hambre espiritual- a veces no sabe distinguir la verdad de la mentira. Es como la arena del desierto: absorbe hasta la última gota de agua.
Una Iglesia convaleciente
– ¿Cómo son las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado ruso, sobre todo después del intento de reformar la ley sobre libertad religiosa de 1991, para limitar fuertemente la actividad de las Iglesias no ortodoxas (1)?
– El Parlamento ruso ha aprobado la reforma dos veces ya, pero el presidente Yeltsin no la ha firmado. Era una tentativa de calificar a la Iglesia católica como una institución extranjera, con lo que tendría muchas limitaciones.
Los problemas más graves son los relativos a la restitución de los edificios eclesiásticos. La dificultad no está sólo en el gobierno y las autoridades locales, sino en el desconcierto total que reina en este país. Simplemente, no hay nadie con quien hablar. Creo que esta situación cambiará, pues comienza en Rusia una época de poder fuerte. Esperemos que Rusia acabe siendo un país democrático.
– Occidente espera que el renacimiento espiritual venga de Oriente. ¿Qué piensa usted?
– La Iglesia católica en Rusia se asemeja, por ahora, a un hombre que acaba de salir del hospital tras una prolongada y grave enfermedad: vive, va recobrando la salud; pero le espera todavía una larga convalecencia. Es cierto que allí la gente es auténticamente creyente. Los que vienen de Occidente quedan impresionados y repiten que su estancia en Rusia ha sido como un retiro espiritual. Rusia tiene grandes posibilidades. A ver si las aprovecha. Todavía es demasiado pronto para juzgar.
Jan JarcoLa visita de Solzhenitsin a Juan Pablo II
«Hemos esperado durante doce años hasta poder tener este encuentro»; «sus viajes por el mundo son una gran enseñanza para todos nosotros»; «¡cómo temblé cuando se produjo aquel maldito atentado!». Son frases pronunciadas por Alexander Solzhenitsin durante su entrevista con Juan Pablo II en el Vaticano el pasado 16 de octubre, fecha en que el Papa cumplía 15 años de pontificado.
A la salida, y visiblemente emocionado, el escritor ruso se limitó a decir que había sido «una conversación demasiado emocionante para resumirla en pocas palabras». Días después, la escritora Irina Alberti, especialista en cultura rusa y amiga del premio Nobel, relató el ambiente de la audiencia, de hora y media de duración, de la que había sido testigo en compañía de Natacha, mujer de Solzhenitsin. Irina Alberti escuchaba y, en ocasiones, intervenía para ayudar al Papa a expresarse en ruso. Ofrecemos una síntesis, procedente de los diarios La Stampa y Avvenire (21-X-93).
«En el curso de estos años, muchos han observado una coincidencia fundamental entre las palabras de Juan Pablo II y las de Solzhenitsin sobre el futuro del mundo -que fue el argumento central de la conversación-. Recientemente, alguno ha dicho: el tema central coincide, pero Solzhenitsin habla con pesimismo y el Papa con optimismo».
«Para ambos, como quedó claro en el diálogo, la historia de la humanidad existe sólo en cuanto realización del plan salvífico de Dios, de modo que si se aleja de este plan, las raíces de la vida se secan y mueren. Pero para Solzhenitsin, el proceso de alejamiento está en marcha, y la obra titánica de este Papa, que él venera y admira desde hace quince años, consiste en frenar este proceso. Para Juan Pablo II, por el contrario, el empeño del hombre en la colaboración con Dios es sobre todo obra de la juventud, «esperanza del mundo». Solzhenitsin habla de su tristeza al ver las iglesias de Occidente «llenas de turistas pero con pocos fieles». El Papa le replica con afecto que la situación está cambiando…»
«Hablaron, sobre todo, de los sufrimientos de los cristianos del Este durante el comunismo. El Papa se refirió largamente, con emoción, al martirio que ha padecido la Iglesia rusa. Y dijo que, como la sangre de los mártires es semilla de la que crece la Iglesia, estaba convencido de que la Iglesia rusa renacería. Añadió que había escrito mucho sobre este tema, cosa que Solzhenitsin no sabía: como sólo lee ruso, no puede saber todo sobre el Papa. Es más, quedó asombrado cuando el Papa le relató sus iniciativas para que fuera celebrado dignamente en todo el mundo el milenario del bautismo de Rusia, que tuvo lugar en el año 988».
«El gran respeto del Papa por el mundo ortodoxo ha impresionado mucho a Solzhenitsin. El escritor, aunque admira profundamente al Papa, en lo que se refiere a las relaciones entre catolicismo y ortodoxia está influido por corrientes de la emigración rusa que son profundamente anti-católicas. A eso hay que añadir su total desconocimiento de las relaciones entre Rusia y el catolicismo».
«El Papa le explicó con delicadeza cómo, desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica ha adoptado la postura del diálogo y de la amistad con relación a la Iglesia ortodoxa. Fue un momento importante del coloquio porque Solzhenitsin no sabía nada en absoluto del Concilio, como la mayor parte de los rusos. Creo y espero que esas informaciones que le dio el Pontífice hayan modificado su modo de ver a la Iglesia».
«En un determinado momento, Solzhenitsin aludió a ciertos intentos «expansionistas» del catolicismo en Rusia, que pueden suscitar una viva susceptibilidad en la Iglesia Ortodoxa». A juicio de Irina Alberti, esto revela una visión un tanto anacrónica de Solzhenitsin, que sigue concibiendo a Rusia como un país homogéneamente ortodoxo. «El Papa le ha hecho notar que en Rusia ha habido y hay católicos, y que cuando se crean centros pastorales en territorio ruso se hace – y aquí Alexander Solzhenitsin casi se adelantó a completar la frase- para restituir a la gente aquello a lo que tenía derecho».
«No se habló de política, sino de la preocupación, manifestada por el escritor, de que en Rusia y en el Este europeo, después de setenta años de devastación espiritual, se pase a un capitalismo sin frenos, que corre el riesgo de convertirse en el triunfo de la pura sed de riquezas. A esa altura de la conversación, el sorprendido fue el Papa, pues Solzhenitsin demostró conocer bien la encíclica Rerum novarum, escrita por León XIII en 1891, sobre los límites del capitalismo».
«Hubo una gran sintonía entre los dos, pero también una diferencia que me ha llamado mucho la atención: Solzhenitsin tiende a mirar con pesimismo el mundo de hoy. El Papa, sin ver las cosas de color rosa, tiene la certeza de que la salvación viene de Dios. A pesar de que es profundamente creyente, Solzhenitsin no posee esta luz. Al término del encuentro, vi, detrás de la emoción de su rostro, como el reflejo de esta luz».