Atenágoras: delito de ecumenismo

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Pedro Langa, consultor de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales (Conferencia Episcopal española), relata una muestra de los obstáculos que encuentra el ecumenismo en la Iglesia ortodoxa (Ecclesia, Madrid, 16 junio 2001).

Pedro Langa refiere una conversación reciente que mantuvo con Su Eminencia el metropolita Emiliano Timiadis -a quien conocía desde varios años antes- con ocasión de un encuentro ecuménico en Tebas. Faltaban solo unas horas para la beatificación de Juan XXIII en Roma (3 de junio pasado). Mons. Timiadis fue secretario de Atenágoras, patriarca de Constantinopla desde 1948 hasta su muerte en 1972, pionero y principal impulsor del ecumenismo en la Iglesia ortodoxa.

Langa recuerda que Juan XXIII propuso a los ortodoxos que enviaran observadores-delegados al Concilio Vaticano II; pero el Sínodo ortodoxo, contra el deseo de Atenágoras, rehusó la invitación. Como muestra de deferencia, Atenágoras quiso que la Santa Sede conociera de primera mano la decisión del Sínodo antes de que se hiciera pública, y a tal fin, envió urgentemente a Roma a su secretario, Mons. Timiadis.

En Tebas, Langa habló con Timiadis «de Juan XXIII y su próxima beatificación en Roma, de su extraordinaria figura eclesial y de su importancia, junto al patriarca Atenágoras, en el ecumenismo». Tuvo entonces la ocurrencia de preguntar a Timiadis: «¿Por qué la Iglesia ortodoxa no procede también a beatificar al patriarca Atenágoras?». La respuesta fue rápida: «¡Imposible!». Comenta Langa que en Timiadis «había pesado más lo difícil que sería, dada la organización (¿y mentalidad?) de la Iglesia ortodoxa, que la grandeza de alma de aquel hombre de Dios».

Langa insistió, preguntando qué defecto pudo tener Atenágoras para impedir su beatificación. Timiadis entonces dijo: «La beatificación del patriarca Atenágoras me parece deseable, justa y laudable (…), pero, créame, no es posible». Y explicó: «¿Su defecto?, ¿el mayor defecto, diría yo? El ecumenismo, sin duda: haber sido ecumenista. Este es su mayor defecto (breve silencio… y remató:) que para mí es una virtud».

Al día siguiente, Timiadis buscó a Langa para decirle: «Le sugiero que escriba de todo esto en algún periódico de su país. Encuentro la idea muy interesante, porque Juan XXIII y Atenágoras fueron dos auténticos pioneros del ecumenismo. (…) Pienso, además, que sería bueno y mejor que lo haga usted y no yo. Sería más incisivo viniendo de ustedes los católicos que de nosotros los ortodoxos. Ya sabe que estas cuestiones de procedimiento resultan muy psicológicas y cuentan mucho para la prensa».

Por su parte, Langa compara el caso de Atenágoras con «la canonización del zar Nicolás II y tantos mártires del bolchevismo». Y comenta: «Si el Patriarcado de Moscú y de todas las Rusias puede, ¿por qué no el Ecuménico? Si aquel zar superó el escollo de sus despóticas represiones y abusos gracias al fusilamiento del que fueron víctimas él y su familia en Ekaterimburgo, ¿por qué no el bondadoso Atenágoras I, cerrado una y otra vez a discordias, abierto siempre a la unidad? Rompió moldes, pasó de dimes y diretes, canceló la excomunión a la Iglesia católica, abrazó a Pablo VI en Jerusalén, visitó las catacumbas de Roma. Nada tendría que temer la Ortodoxia de un paso así».

El autor prosigue: «¿Delito haber sido ecumenista? ¿Virtud? En una Iglesia ortodoxa como la de Grecia (ortodoxia de la Ortodoxia dicen por allí), eso puede sonar a justificación. Fuera de Grecia, en cambio, el timbre no puede ser otro (…) que el de anacronismo». Y concluye: «Que la Iglesia ortodoxa, pues, sea valiente y dé un paso que tanto bien habría de reportar al ecumenismo. Cuesta creer que personalidades como el metropolita Damaskinos, secretario general del futuro, grande y santo Sínodo panortodoxo, por ejemplo, y tantas otras en el mundo entero, empezando por Su Santidad Bartolomé I, actual sucesor en Constantinopla, no compartan con monseñor Timiadis que el ecumenismo de Atenágoras, lejos de ser defecto, fue virtud».

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