El profesor Paul O’Callaghan comenta el acuerdo sobre la justificación
Roma. ¿Tenía razón Lutero o Roma? La firma de la declaración conjunta de la Iglesia católica y la Federación Luterana Mundial, sobre la doctrina de la justificación, ha suscitado muchos comentarios en términos de vencedores y vencidos. Sin embargo, plantear la cuestión de este modo reflejaría precisamente la mentalidad que este acuerdo está ayudando a superar, según explica en esta entrevista el profesor Paul O’Callaghan, de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma), autor de un extenso estudio sobre la cuestión: Fides Christi. The Justification Debate (Dublín, 1997).
Impulsado directamente por Juan Pablo II durante su visita pastoral a Alemania en 1980 y preparado por muchos documentos bilaterales desde hace treinta años, el acuerdo es el primer fruto consolidado del diálogo ecuménico entre católicos y luteranos (ver servicio 154/99).
– El lenguaje del documento es muy especializado. ¿Cuál es, en su opinión, la síntesis de su contenido?
– El texto afirma que el hombre es justificado por la gracia de Dios recibida en la fe. «Justificación» es prácticamente lo mismo que «salvación», aunque tiene ciertos matices referidos a la fe, a las obras y al pecado. Se dice que el hombre es un ser necesitado de salvación, y que para ello hace falta la gracia de Dios. Por decirlo de algún modo, ningún hombre «tiene derecho» a ser salvado. La afirmación de que el hombre sin la gracia de Dios no se salva es muy importante porque es el corazón mismo de la vida cristiana. Cuando se afirma que para llegar al cielo se necesitan las buenas obras, etc., se dice una verdad, pero es la última etapa de la verdad. Lo esencial es que sin la gracia de Dios que me santifica, que me hace hijo de Dios y me perdona el pecado, no puedo ser salvado. Esta me parece que es la afirmación central del documento.
– El problema se ha presentado a la hora de definir qué papel corresponde al hombre.
– El parágrafo número 15 del documento afirma que la gracia de Dios produce en el hombre la fe y también le mueve a cumplir obras buenas. Durante muchos años, la discusión entre católicos y luteranos ha sido sobre si era más importante la fe o las obras. En realidad, son necesarias las dos. Está claro que una fe sin obras es una fe falsa, una fe muerta. Al ser elevado al orden de la gracia, en efecto, estoy movido por la gracia de Dios a vivir consecuentemente: a hacer obras buenas. El mismo Lutero decía que la fe nos empuja a cumplir muchas y grandes obras. Por otra parte, obras hechas sin fe, sin un amor confiado en Dios, en otras palabras, sin recta intención, no valen nada. Nadie puede pretender «quedar bien» o guardar las apariencias delante de Dios.
– Formulado así, dan ganas de preguntarse: ¿dónde estaba, entonces, el conflicto?
– Han existido, por una parte, malentendidos, y por otra, modos objetivamente distintos de ver las cosas. Por lo que se refiere a los malentendidos, los protestantes han pensado que los católicos deseaban de algún modo «controlar» a Dios, en cuanto que hacían depender la gracia de las obras. Y los católicos veían a los protestantes como personas que no daban ninguna importancia en el plano religioso a las obras. Ni una ni otra visión es correcta.
Diferentes modos de entender la Iglesia
Pero hay también ciertas diferencias que tienen su origen en el modo de entender la Iglesia. Al afirmar que la gracia depende solamente de Dios, los luteranos tienden a restringir todo lo que sea gracia a la intimidad entre Dios y el hombre. Propenden a tener una concepción de la Iglesia centrada en lo invisible. Para los católicos, la gracia de Dios se ha manifestado en Jesucristo, el Verbo hecho carne, y en Él se ha ligado hasta cierto punto a lo humano. El actuar gratuito de Dios que perdona y santifica se ha perpetuado en el actuar visible de la Iglesia, en los sacramentos y en la predicación de la palabra de Dios. Los luteranos, aunque no niegan esto, piensan que la doctrina católica pone demasiado énfasis en la Iglesia.
– Aquí entraría también la discusión sobre la cuestión de las indulgencias, que reviste especial actualidad ante el Jubileo del año 2000.
– La visión luterana tiende a considerar la relación entre Dios y el hombre desde una perspectiva individualista; para ellos, la Iglesia no tiene mucho que ver en esa relación. Según la eclesiología católica, la Iglesia se ve como «sacramento» de salvación, es decir, como signo e instrumento de gracia salvadora y de la unidad entre todos los hombres, y está presente en la realidad y en la dinámica de la justificación. Esa premisa sirve para entender que con el pecado, el hombre no solo ofende a Dios, sino que se hace daño a sí mismo y hace daño a los demás. Se habla, en este último sentido, de la reparación que hay que hacer a las personas lesionadas por el pecado; se habla también de la «pena temporal» debida por él, que corresponde al daño espiritual hecho a todos los cristianos, unidos entre sí por la comunión de los santos.
En el sacramento de la Penitencia nos reconciliamos con Dios personalmente, pero es necesaria también la reconciliación con los demás. En ese proceso, la Iglesia ayuda a los pecadores no solo instruyendo, facilitando el sacramento, sino también concediendo indulgencias para reparar el daño que se ha hecho. Hay que tener en cuenta que Lutero no rechazó las indulgencias en sí, sino los abusos. De todas formas, los luteranos temen que la Iglesia quiera de algún modo «controlar» la gracia.
Todos hemos cambiado
– ¿Qué cosas han cambiado para que este acuerdo haya sido posible?
– A lo largo de este siglo, los luteranos han modificado sus planteamientos especialmente en dos puntos. Uno es la oposición que vio el luteranismo clásico entre fe y obras. Ese punto se ha aclarado gracias a la exégesis bíblica: sabemos que el tipo de obras a las que se refiere Lutero no es el mismo tipo de obras de las que habla san Pablo. El otro punto que se ha aclarado, gracias también a la exégesis bíblica, es que el perdón de Dios no es solo una cosa externa, como si fuese una mera declaración jurídica, sino que es también una transformación del ser del hombre: la gracia transforma la vida humana.
La parte católica ha sabido asumir aspectos de la verdad que otros han visto quizás con más nitidez. Y haciéndolo, enriquece su propio patrimonio. Ante este acuerdo, la cuestión no es tanto ver quién tenía razón y quién no. Lo importante es que la verdad de la fe sea proclamada en su totalidad. La finalidad del empeño ecuménico -así lo ha dicho repetidas veces Juan Pablo II- es predicar de modo eficaz y unitario el Evangelio de Jesucristo a todos.
Comentando el proceso de preparación del documento en los sínodos luteranos, el obispo luterano Ismael Noko, que preside la Federación Luterana Mundial, me dijo algo muy significativo: «Por primera vez en la historia, los luteranos nos hemos puesto de acuerdo».
Lo que falta para la unidad
– ¿Cuáles podrían ser los siguientes pasos hacia la unidad entre católicos y luteranos?
– Antes de entrar en otras cuestiones, me parece que es preciso resolver un problema de fondo, que está relacionado precisamente con la cuestión de la unidad doctrinal. Tradicionalmente, los luteranos han tenido relativamente poco acuerdo doctrinal entre sí. Treinta años después de la muerte de Lutero, ya había varias expresiones del «luteranismo». A veces pienso que a un luterano le resulta muy difícil enunciar la verdad de modo definitivo por miedo a traicionarla. Por eso, la fe se entiende más bien como confianza en Dios, y no como un conjunto de enunciados doctrinales. Todos sabemos, ciertamente, que el contenido de la fe es mucho más rico de lo que nosotros podemos decir, porque la vida de Dios y su obra salvadora es algo inefable. Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha visto que es posible hacer enunciados de fe que vinculan a todos los cristianos. El cristiano es capaz de enunciar y entender realidades que son misteriosas: por eso tiene que haber y debe haber unidad doctrinal en la Iglesia. Mantener la unidad de la fe, de hecho, es una tarea específica del Papa, un papel que muchos luteranos están empezando a considerar con ojos nuevos.
Me parece que antes de pasar a otros temas es preciso aclarar este punto. Después habría que tratar otros muchos aspectos: la justificación como centro de toda la doctrina cristiana, la concepción luterana del hombre como ser esencialmente pecador, las cuestiones eclesiológicas, el sacerdocio, el ministerio del Papa, la Eucaristía, los sacramentos. Como se puede ver, queda todavía camino por recorrer.
– ¿Se ha levantado la excomunión a Lutero?
– No se han levantado formalmente ni la excomunión ni los anatemas recíprocos formulados por católicos y luteranos en el siglo XVI. Lo que se ha dicho es que los anatemas no pueden aplicarse ya al modo en que, según este documento, los católicos y luteranos entienden la doctrina de la justificación. Es interesante recordar que los luteranos no se identifican pura y sencillamente con Lutero en sentido doctrinal. El principal documento oficial para el luteranismo es la «confessio Augustana» de 1530, redactada por Melanchton con la ayuda de Lutero en la misma ciudad en que fue firmado el acuerdo.
Diego ContrerasQué se ha acordadoPara precisar lo que católicos y luteranos reconocen como doctrina común en la Declaración conjunta sobre la justificación (DJ), conviene tener en cuenta los problemas de interpretación que ha suscitado el documento.
En 1997, después de tres años de trabajo, la comisión mixta de teólogos luteranos y católicos encargada de estudiar el asunto, sometió el texto definitivo de la DJ a la aprobación de la Santa Sede y de la Federación Luterana Mundial. Para cada cuestión discutida, la DJ expone una afirmación común a luteranos y católicos, y añade dos aclaraciones, una luterana y otra católica, que explican cómo las fórmulas tradicionales respectivas armonizan con la afirmación común.
¿Justo y pecador a la vez?
Por ejemplo, el n. 28 contiene esta afirmación común: «En el Bautismo, el Espíritu Santo une al hombre con Cristo, justificándolo y renovándolo realmente. Y sin embargo, el justificado depende durante toda la vida, continuamente, de la gracia de Dios que justifica de modo incondicional. No queda sustraído al poder del mal, que sigue cercándolo, ni al dominio del pecado, y en toda su vida no está exento de la lucha contra la aversión a Dios de la concupiscencia egoísta del hombre viejo. También el justificado debe pedir cada día perdón a Dios, tal y como se hace en el Padrenuestro».
La primera aclaración (n. 29) señala que los luteranos entienden esa afirmación del siguiente modo: el bautizado es «justo y pecador al mismo tiempo» (simul iustus et peccator, fórmula tradicional de Lutero). Es justo porque Dios «le perdona los pecados y le atribuye la justicia de Cristo». Pero, «respecto a sí mismo» y «a través de la ley», se reconoce pecador, porque «en él sigue morando el pecado». Esto no significa que esté separado de Dios ni que el pecado le «domine», pues «gracias a su diario retorno al Bautismo», el pecado «no es ya para él causa de muerte eterna».
La siguiente aclaración (n. 30) precisa que, para la Iglesia católica, el Bautismo borra todo lo que es «auténticamente pecado». Subsiste, sin embargo, la «concupiscencia» (que se corresponde aproximadamente con lo que los luteranos llaman «aversión a Dios»), consecuencia del pecado y que inclina al pecado, pero que no es pecado propiamente dicho. En segundo lugar, los católicos sostienen que, para el perdón de los pecados (graves) cometidos después del Bautismo, no basta volver a cumplir los mandamientos, sino que se precisa acudir al sacramento de la Reconciliación.
Así pues, según la DJ, hay los siguientes puntos comunes con respecto a esta cuestión: el bautizado queda justificado realmente e interiormente renovado, de modo que ya no merece la condenación eterna; el mal, aunque no le esclaviza, sigue teniendo poder en él, lo que le obliga a luchar toda la vida; y, después del Bautismo, se le ofrece continuamente el perdón de los pecados. Las divergencias se refieren a la concepción del pecado del justificado (la «aversión a Dios» es verdadero pecado para los luteranos) y al modo de obtener el perdón de los pecados cometidos después del Bautismo.
Reservas de ambas partes
Las precisiones como esas se prestaban a problemas de interpretación. El 16-VI-98, el Consejo de la Federación Luterana Mundial publicó una Resolución que matizaba algunos extremos de la DJ, reforzando la manera luterana tradicional de entender las afirmaciones comunes. Poco después, el 25-VI-98, la Santa Sede hizo algo similar, con una Respuesta oficial donde expresaba sus dudas sobre la compatibilidad entre varias afirmaciones comunes de la DJ y las correspondientes aclaraciones luteranas incluidas en el mismo documento. Antes y después, diversos teólogos luteranos manifestaron que la DJ desvirtuaba, en la práctica, la doctrina fundamental de la Reforma. Así, por las reservas de una y otra parte, parecía que ya no estaba claro cuál era exactamente el grado de consenso alcanzado, y la firma de la DJ, prevista para otoño del pasado año, fue aplazada.
Hubo que emprender otro diálogo sobre la DJ. Como fruto de las conversaciones, se acordaron dos nuevos textos comunes. El primero es un breve Comunicado, de tres puntos, que confirma la DJ. El segundo es un Anexo al Comunicado, que precisa el sentido de las afirmaciones comunes que suscitaron dudas. Con estas aclaraciones, la Iglesia católica y la Federación Luterana Mundial manifiestan al final del Comunicado que suscriben íntegramente la DJ. Estos textos han hecho posible que la DJ fuera finalmente firmada en Augsburgo el pasado 31 de octubre.
En consecuencia, el primer punto del Comunicado reitera lo expresado en la DJ (n. 40): «La doctrina de la justificación expuesta en la presente Declaración demuestra que entre luteranos y católicos hay un consenso respecto a los postulados fundamentales de dicha doctrina». Por tanto, se dice en el punto siguiente, «las anteriores condenas doctrinales mutuas no son aplicables a las enseñanzas de ambas partes, tal como vienen presentadas en la Declaración conjunta». El tercer punto señala que subsisten diferencias, y que ambas partes se comprometen a proseguir el diálogo, a partir de las tesis comunes expuestas en la DJ, sobre las cuestiones aún por aclarar.
Siete tesis comunes
Entonces, ¿qué es exactamente lo que se ha acordado? La DJ expone siete afirmaciones comunes:
1. Impotencia y pecado del hombre con respecto a la justificación. «En lo que atañe a su salvación, el ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios. La libertad de la cual dispone respecto a las personas y las cosas de este mundo no es tal respecto a la salvación porque, por ser pecador, depende del juicio de Dios y es incapaz de volverse hacia Él en busca de redención, de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios. La justificación es obra de la sola gracia de Dios» (n. 19).
2. La justificación en cuanto perdón del pecado y fuente de justicia. «La gracia de Dios perdona el pecado del ser humano y, a la vez, lo libera del poder avasallador del pecado, confiriéndole el don de una nueva vida en Cristo. Cuando los seres humanos entran en comunión con Cristo por la fe, Dios ya no les imputa sus pecados y mediante el Espíritu Santo les transmite un amor activo. Estos dos elementos del obrar de la gracia de Dios no han de separarse, porque los seres humanos están unidos por la fe en Cristo que personifica nuestra justificación (1 Co 1, 30): perdón del pecado y presencia redentora de Dios» (n. 22).
3. Justificación por la fe y por la gracia. «El pecador es justificado por la fe en la acción salvífica de Dios en Cristo. Por obra del Espíritu Santo en el Bautismo, se le concede el don de salvación que sienta las bases de la vida cristiana en su conjunto. Confía en la promesa de la gracia divina por la fe justificadora que es esperanza en Dios y amor por Él. Dicha fe es activa en el amor y, entonces, el cristiano no puede ni debe quedarse sin obras, pero todo lo que en el ser humano antecede o sucede al libre don de la fe no es motivo de justificación ni la merece» (n. 25).
4. El pecado de los justificados. La afirmación común sobre este punto es la del n. 28 de la DJ, reproducido arriba.
5. Ley y Evangelio. «El ser humano es justificado por la fe en el Evangelio ‘sin las obras de la Ley’ (Rm 3, 28). Cristo llevó la Ley a su cumplimiento y, por su muerte y resurrección, la superó en cuanto medio de salvación. Asimismo, confesamos que los mandamientos de Dios conservan toda su validez para el justificado y que Cristo, mediante su magisterio y ejemplo, expresó la voluntad de Dios, que también es norma de conducta para el justificado» (n. 31).
6. Certeza de la salvación. «El creyente puede confiar en la misericordia y las promesas de Dios. A pesar de su propia flaqueza y de las múltiples amenazas que acechan su fe, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo puede edificar a partir de la promesa efectiva de la gracia de Dios en la Palabra y el Sacramento y estar seguro de esa gracia» (n. 34).
7. Las buenas obras del justificado. «Las buenas obras, una vida cristiana de fe, esperanza y amor, surgen después de la justificación y son fruto de ella. Cuando el justificado vive en Cristo y actúa en la gracia que le fue concedida, en términos bíblicos, produce buen fruto. Dado que el cristiano lucha contra el pecado toda su vida, esta consecuencia de la justificación también es para él un deber que debe cumplir. Por consiguiente, tanto Jesús como los escritos apostólicos amonestan al cristiano a producir las obras del amor» (n. 37).
La DJ, el Comunicado con su Anexo y la Respuesta de la Santa Sede de 25-VI-98, se encuentran, junto con otros documentos relevantes, en el sitio del Vaticano en Internet (www.vatican.va). De cada texto hay versiones en varios idiomas. En español los publicó la revista Ecclesia: la DJ y la Respuesta, en el número 2.902 (18-VII-98); el Comunicado y el Anexo, en el número 2.971 (13-XI-99). ACEPRENSA.