El Dalai Lama se ha convertido en uno de los símbolos religiosos de este fin de siglo. Su imagen se utiliza como salvapantalla de ordenador y aparece impresa en zapatos y hasta Vogue o Playboy publican entrevistas con él. Pero esto no le importa mucho al monje budista: «La gente me puede usar como quiera. Mi principal interés es servir a los seres humanos», declara a Alice Thomson en The Daily Telegraph (7-V-99). En Occidente proliferan las prácticas de yoga, la aromaterapia, la venta de iconografía y motivos budistas. Sin embargo, este monje asiático asegura que «sólo se trata de actividades físicas». «Quienes las practican -explica- no están equivocados, pero tampoco eso los hace más felices puesto que no salen de sí mismos. Para ser feliz, se precisa entrenamiento mental, redescubrir la compasión, pensar en los demás». Deja claro que no pretende «convertir Occidente al budismo», pero sí aprender y que los occidentales aprendan de él.
«Mi impresión de la vida en los países más desarrollados materialmente -dice el Dalai Lama- es que hay menos satisfacción y mayor angustia. El sentido de comunidad y pertenencia ha sido reemplazado por la soledad, la alienación, la competitividad y el deseo de seguir con las apariencias». En opinión del Dalai Lama, preocuparse de la felicidad de uno mismo y restar importancia a la de los demás constituye el modo más erróneo para alcanzarla. «Deseo que la gente sea más espiritual», resume.
Según el Lama, la educación y la familia resultan imprescindibles en la vía de la felicidad y la compasión. «En Occidente hay mucho divorcio -sostiene-. Lo deseable sería un matrimonio equilibrado en amor y respeto. Las conductas sexuales desviadas desvirtúan la consideración hacia uno mismo, perjudican a los niños y destruyen la mutua confianza de pareja». El Dalai Lama cuenta el dolor que siente al ver que sus seguidores occidentales no son una excepción. «Tengo muy buenos amigos en América que me presentan a sus mujeres -narra-. Luego, cuando vuelvo a verlos, resulta que hay otra esposa. Y les pregunto: ¿Qué ha pasado con la anterior? ¿Dónde está? A mí me caía bien».
El líder del budismo lamista comenta que sus seguidores californianos querían su aprobación de la homosexualidad. Pero aclara que «para un budista, una relación sexual entre dos hombres es desviada», igual que ciertas conductas, incluso dentro del matrimonio, como la masturbación y la felación. Sin embargo, matiza que el contexto social y personal determinan la moralidad, subjetiva al fin y al cabo. De este modo, se lamenta de las palabras del anterior seleccionador inglés, Glenn Hoddle (ver servicio 24/99, La ley del karma), quien declaró a The Times que los minusválidos merecían sus taras por los errores de su anterior vida. El Lama está de acuerdo con lo que dijo Hoddle, puesto que responde a la teoría de la rueda y la reencarnación budista. Pero este tipo de aseveraciones públicas no las ve lógicas en una cultura cristiana. «Debía haberse guardado sus opiniones», comenta.
La guerra de Kosovo también preocupa al líder espiritual lamista. «La OTAN no debiera estar bombardeando, se trata de una terrible equivocación. Una vez desatada la violencia, su naturaleza es impredecible. Ahora tenemos a cientos de miles de kosovares en campos de refugiados. Nosotros, al menos, conservamos todavía tibetanos en el Tíbet», dice. El Dalai Lama opina que «en Kosovo estamos destruyendo los dos bandos [el serbio y el kosovar], mientras que los generales permanecen a seguro en el búnker. Dentro de pocos años, Occidente tendrá que reconstruir lo que ha bombardeado».