El velo islámico está dando mucha tela que cortar en la política francesa. Hace cinco años fue el uso del velo en la escuela, de donde finalmente fue expulsado por una “ley en defensa de la laicidad”. Ahora una comisión parlamentaria va a recabar información y opiniones sobre el uso en el espacio público del “velo integral” (burka o niqab) que cubre por completo a las mujeres que lo adoptan, más llamativas que numerosas.
La cuestión parecía anecdótica hasta que el presidente Nicolas Sarkozy se refirió al burka en un solemne discurso el pasado 22 de junio. “No podemos aceptar -dijo- mujeres prisioneras detrás de una verja, separadas de toda vida social, despojadas de una identidad. Esa no es la idea que la República francesa tiene de la dignidad de la mujer”. “El burka no es bienvenido en Francia”, sentenció.
Luego el diputado comunista André Guerin presentó en la Asamblea una propuesta para analizar este tipo de vestimenta, que, a su juicio, “encierra literalmente el cuerpo y la mente de la mujer, convirtiéndose en un verdadero calabozo ambulante”.
Otros parlamentarios de diferentes partidos, de derechas y de izquierdas, se unieron a la moción, que ha fraguado en una comisión parlamentaria. Su labor consistirá en recabar datos y opiniones para emitir un informe antes de fin de año y proponer, en su caso, una ley.
Un fenómeno minoritario
Así empezó también el trámite parlamentario que acabó en la ley de 2004 que prohibió los signos religiosos ostensibles en las escuelas (cfr. Aceprensa 7-01-2004). Pero no es lo mismo el caso del velo islámico (hiyab) que el del niqab. El uso del hiyab (velo que cubre los cabellos y deja libre la cara) es bastante común entre las musulmanas; en cambio, el niqab (un vestido negro, amplio, que cubre hasta la rodilla, con un velo que oculta la cara y deja ver los ojos) solo es adoptado por una pequeña minoría de las musulmanas que viven en Francia. Se atribuye más al movimiento salafista, que pretende volver a la pureza del islam primigenio.
Además, la ley de 2004 se refería al uso del hiyab por chicas jóvenes en el servicio público de la escuela. El niqab tiene que ver con mujeres adultas en el espacio público. La laicidad puede imponer condiciones en un servicio público, pero aquí se trata de la calle.
Por eso, Mohammed Moussaoui, imán y presidente del Consejo Francés del Culto Musulmán, considera que es un asunto tan minoritario que no vale la pena que los parlamentarios se ocupen de él. “El burka no existe en Francia y el niqab es muy residual”. La prohibición solo llevaría a que esas mujeres se recluyeran más en casa.
Por ahora la comisión no habla de legislar; solo quiere determinar los efectos de esta práctica sobre la libertad y la vida cotidiana de las mujeres. Sarkozy ya había advertido en su discurso que este “no es un problema religioso”. Pero uno de los miembros de la comisión, el diputado socialista Jean Glavany, ve aquí la mano de grupos integristas musulmanes: “aunque la laicidad no combate las religiones, sí debe luchar contra los integrismos”.
El islam no lo exige
Entre los musulmanes, muchos responsables consideran el velo islámico como una prescripción religiosa, pero niegan en cambio que el niqab sea algo exigido por el Corán. Mohammed Sayed Tantawi, imán de la mezquita egipcia de Al-Azhar, y uno de las autoridades del islam sunita, explica que “llevar el niqab no es una obligación para la mujer musulmana”, y aclara que las que lo llevan en Francia deben someterse a las leyes del país. En cambio, las palabras de Sarkozy sobre el burka fueron denunciadas con virulencia por los diarios de Arabia Saudí, donde rige el islam más rigorista.
Hay quien advierte contra el riesgo de presentar el niqab como un problema religioso musulmán que pondría en tela de juicio la laicidad. En tal caso, ha explicado ante la comisión parlamentaria la antropóloga musulmana Dounia Bouzar, “los musulmanes se sentirán obligados a defender el niqab como un símbolo del islam”, lo que sería contraproducente.
Algo de esto ha empezado a ocurrir ya. Incluso musulmanes adeptos de un islam moderado, que hasta hace poco desaconsejaban el niqab, han expresado ahora su solidaridad con las mujeres que lo usan, aunque sean poco representativas del islam en Francia. Se manifiestan indignados ante la perspectiva de una nueva prohibición, dentro de un contexto en que los musulmanes se sienten estigmatizados.
Borrar la identidad
Pero la defensa del islam no debería amparar costumbres extremistas como el burka, mantiene, desde las páginas del New York Times (3-07-2009), Mona Eltahawy, egipcia, musulmana y feminista, que dice haber llevado el hiyab durante nueve años. Detesta el burka porque “borra a las mujeres de la sociedad y no tiene nada que ver con el islam y mucho que ver con el odio a la mujer que está en el corazón de la ideología extremista que lo predica”. Está de acuerdo en este caso con Sarkozy y piensa que “el mejor modo de apoyar a las mujeres musulmanas es oponerse a la vez a los racistas islamófobos y al burka”.
De libertad de conciencia y de vestimenta habla Pamela K. Taylor, cofundadora de Muslims for Progressive Values, y firme defensora de que las mujeres puedan ejercer de imán. En un artículo publicado en The Washington Post (25-06-2009) confiesa que personalmente siente “una fuerte reacción negativa ante el niqab”. “Me siento incómoda al hablar con mujeres sin que haya pistas faciales sobre el contenido emocional de su discurso y la sinceridad de sus palabras”. El que vayan vestidas completamente de negro le hace sentir que “están tratando de borrar su individualidad y su identidad”.
También rechaza que este modo extremoso de vestir sea una exigencia religiosa. A su juicio, “las enseñanzas del islam defienden la modestia, pero también la moderación en todas las cosas, incluso en el modo de vestir”. Y “el hecho de que Mahoma prohibiera explícitamente a las mujeres cubrirse el rostro durante la peregrinación indica que no lo veía con buenos ojos”.
Recuerda que en ningún pasaje del Corán se dice que la mujer deba cubrir su rostro, y que para defender tal cosa hay que hacer interpretaciones distorsionadas de un par de pasajes que se refieren al modo de vestir con modestia. En definitiva, le repele pensar que cubrirse la cara sea algo exigido por la piedad islámica o por la idea de evitar tentaciones a los hombres.
A pesar de todo, Pamela Taylor acaba defendiendo el derecho a usar el niqab. Aduce que un segmento significativo de la comunidad musulmana considera que tiene una justificación religiosa, con lo cual hay que respetar “su derecho no solo a mantener esta postura sino también a practicarla”. En cambio, la propuesta de Sarkozy de prohibir el niqab como un símbolo de la sumisión de la mujer, le parece “una traición a la idea secular de libertad religiosa”. Acusa al presidente francés de que “está poniendo su propia interpretación cultural sobre el velo por encima del derecho de las mujeres a practicar su religión como ellas quieren, e incluso, más fundamentalmente, a vestir como quieren”.
¿Porque quieren?
Pamela Taylor piensa que si en algunos países musulmanes, como Afganistán, la presión social lleva al uso del burka, en Occidente, donde la atmósfera social induce a todo lo contrario, lo más probable es que las mujeres que visten así lo hagan porque realmente quieren.
No cree en esa libertad la feminista Fadela Amara, una de las líderes del movimiento Ni Putas ni Sumisas, nombrada por Sarkozy como secretaria de estado para las Ciudades, encargada sobre todo de la población inmigrante. Ella es partidaria de la prohibición del niqab, pues lo ve como un signo de que el fundamentalismo musulmán ha arraigado en Francia. A su juicio, su uso tiene más que ver con el marido que con la religión. “Nunca son mujeres solteras”, declaraba en una entrevista a Le Parisien. “La exigencia del burka es quizá un fantasma sexual masculino”.
Contradictorio con la igualdad
Las asociaciones de defensa de los derechos de la mujer que han testificado ante la comisión, se han declarado a favor de prohibir el burka y el niqab en la calle. Lo consideran contradictorio con la igualdad de sexos y expresión de integrismo religioso.
Otros contestan que la postura prohibicionista en nombre de la igualdad de sexos se basa en suposiciones gratuitas sobre lo que sienten las mujeres que llevan el niqab. Nadie ha demostrado que las que lo llevan en Francia lo hacen obligadas, tienen baja autoestima o son incapaces de ejercer sus derechos.
Pero, aunque el uso del niqab fuera realmente libre, tampoco este es el argumento definitivo. Para Pamela Taylor, la postura de Sarkozy es “opresivamente paternalista”, pues da por supuesto que “el Estado sabe mejor que cada mujer cómo le conviene vestir”. Pero lo mismo podría decirse de la poligamia, aceptada también libremente por no pocas mujeres musulmanas. ¿Sabe mejor el Estado el tipo de matrimonio que conviene a una mujer? Y aunque la ley francesa no lo reconozca, la poligamia es probablemente una práctica más extendida en el país que el uso del niqab.
Un obstáculo a la integración
La apelación a la libertad religiosa tampoco basta para zanjar la cuestión. Por una parte, la mayoría de las autoridades religiosas islámicas niegan que el uso del niqab venga exigido por su religión. Además, como cualquier otro derecho, también el de la libertad religiosa está sometido a límites. En el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos se establece que “la libertad de manifestar la propia religión o las propias creencias estará sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la ley que sean necesarias para proteger la seguridad, el orden, la salud o la moral públicos, o los derechos y libertades fundamentales de los demás” (art. 18.3).
Ocultar el rostro es algo que colisiona normalmente con la seguridad pública. En una manifestación, un manifestante a cara descubierta suele ser un pacífico ciudadano que ejerce un derecho; en cambio, los “grupos incontrolados” que van a armar jaleo tapan sus caras. Las necesidades de identificación -en un banco, en un examen, en un juzgado…- exigen también dar la cara.
No estamos aquí ante un problema religioso, tal como dice Sarkozy. La sociedad puede decidir que ocultar la cara es algo incompatible con la seguridad pública, ya se haga con un burka o con un pasamontañas, ya se trate de una mujer o de un hombre.
En general, la vida social exige una relación entre personas que se ven las caras, que pueden ser reconocidas, sin lo cual no puede crearse un sentimiento de comunidad. Y lo que está en juego en el caso del niqab en Europa es precisamente la integración de una minoría musulmana en la sociedad de acogida. La separación creada por un velo que oculta la identidad de la persona es vista como un obstáculo más a esa integración.
Signos externos
En cambio, para los partidarios del ideal “multiculturalista”, la tolerancia del burka puede ser incluso un signo de que el Estado da la bienvenida a la diversidad. Además, ¿cómo hacer cumplir una prohibición indumentaria? ¿Con multas? ¿No sería incongruente que el Estado laico recurriera a una policía para vigilar el vestido femenino como en Irán o en Arabia Saudí?
Pero también hay voces islámicas que lamentan que los musulmanes gasten tantas energías en defender signos externos de su fe. Ante una de estas polémicas recurrentes sobre el velo islámico, Navid Akhtar, un documentalista británico, advertía en Newsweek (27-11-2006): “Nos estamos convirtiendo en una religión obsesionada con los signos externos. Olvidamos que oramos a Dios, no a nuestros velos o a nuestras barbas”. Como musulmanes, lo importante sería hacer ver qué mensaje teológico tiene el islam y cuál es su relevancia para la Europa de hoy.
Y no parece que desde un niqab puede enviarse un mensaje capaz de hacerse oír en la vida social.