El antijudaísmo, ofensa a Dios y a la Iglesia

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Coloquio en el Vaticano sobre el prejuicio antijudío
Roma. Un prejuicio antijudío, acumulado durante siglos, ha impedido a los cristianos resistir como hubieran debido las actitudes contra el pueblo judío. Pero no hay que olvidar que ese antisemitismo, que alcanzó su culmen de inhumanidad en el holocausto nazi, se forjó en ámbitos paganos y anticristianos. Esta ha sido una de las ideas centrales del coloquio sobre las «Raíces del antijudaísmo en ambiente cristiano», celebrado en el Vaticano del 30 de octubre al 1 de noviembre.

El propósito del coloquio, en el que intervinieron sesenta expertos católicos, ortodoxos y protestantes, fue ofrecer al Papa un material de calidad científica que pueda servir para el «examen de conciencia» histórico al cual Juan Pablo II ha invitado a los cristianos con motivo del Gran Jubileo del año 2000. Se trata del primero de los tres simposios internacionales organizados para tal fin por la Comisión teológico-histórica para el Jubileo; los otros dos tratarán, respectivamente, sobre la inquisición y sobre la recepción del concilio Vaticano II (cfr. servicio 96/97).

Purificación de la memoria

«Nuestra reflexión es de tipo teológico», explicó el dominico Georges Cottier, teólogo de la Casa Pontificia y presidente de la Comisión teológico-histórica. «El examen de conciencia, al cual queremos aportar nuestra contribución, afecta a la conciencia cristiana y es de competencia de los teólogos cristianos; por esta razón no han participado representantes hebreos».

El Papa invitó a los participantes a «lanzar una mirada lúcida sobre el pasado, con vistas a una purificación de la memoria, para mostrar claramente que el antisemitismo no tiene justificación y es absolutamente condenable».

Coherente con su carácter de estudio, el encuentro se celebró a puerta cerrada. Pero por los textos que se difundieron -el discurso del Papa, la introducción de Cottier y el saludo de apertura del cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité para el Jubileo-, se deduce que, en efecto, el contenido fue rigurosamente teológico. El cardenal francés señaló que se había querido hablar de «antijudaísmo» y no de «antisemitismo», para subrayar que el estudio se centraba en las motivaciones religiosas.

Interpretaciones erróneas

Por esa razón, muchas de las intervenciones de los expertos estuvieron centradas en el análisis exegético de aquellos pasajes del Nuevo Testamento que contienen expresiones que podrían pasar por antijudías. Y es que, como dijo el Papa en su discurso, «en el mundo cristiano han circulado durante demasiado tiempo algunas interpretaciones erróneas e injustas del Nuevo Testamento relacionadas con el pueblo hebreo y con su pretentida culpabilidad. Esas interpretaciones han provocado sentimientos de hostilidad contra ese pueblo».

Esos sentimientos, añadió el Papa, «han contribuido a adormecer muchas conciencias, de modo que cuando se extendió por Europa la oleada de persecuciones inspiradas en un antisemitismo pagano, que en su esencia era también un anticristianismo, junto a cristianos que hicieron de todo por salvar a los perseguidos, hasta poner en peligro la propia vida, la resistencia espiritual de muchos otros no fue la que la humanidad tenía derecho a esperar de los discípulos de Cristo».

Esas mismas ideas fueron reafirmadas en el comunicado distribuido a la conclusión del coloquio: «Nuestro empeño ha sido el de releer atentamente las Escrituras, en la fidelidad a la fe de la Iglesia. Los cristianos que ceden al antijudaísmo ofenden a Dios y a la misma Iglesia». El Papa dijo que Jesús y María no fueron hebreos «por razones culturales contingentes», sino por razones que tienen que ver con lo sobrenatural, con el plan divino de salvación.

Antijudaísmo y antisemitismo

Quizá uno de los aspectos más originales del simposio fue precisamente la distinción entre antijudaísmo, centrado en aspectos religiosos, y antisemitismo, de matriz racista y política. Y la afirmación de que, durante siglos, se ha difundido entre los cristianos un cierto antijudaísmo, una cierta mentalidad de cautela como la que se expresa, por ejemplo, en la Enciclopedia Cattolica (edición de 1953), donde en la voz «antisemitismo» se afirmaba: «La Iglesia católica, al mismo tiempo que impone el respeto hacia los hebreos, recomienda a los cristianos que, para prevenir peligros y malentendidos, no abandonen su milenaria tradición de cautela».

Como queda evidente, se trata de un recelo que no tiene que ver con el antisemitismo, que fue condenado expresamente por un decreto del Santo Oficio del 25 de marzo de 1928. Pero es esa «cautela» la que Juan Pablo II, en continuidad con el Vaticano II, está procurando eliminar con la doctrina y los gestos.

El gesto más simbólico lo llevó a cabo el 13 de abril de 1986 con la visita a la sinagoga de Roma: un viaje de pocos centenares de metros pero que significó un giro copernicano. Recordando la expresión que el Papa usó en aquella ocasión -la referencia a los hebreos como «hermanos mayores»-, el rabino jefe de Roma, Elio Toaf, decía hace pocos meses: «Con aquella frase, el Papa cerró dos mil años de incomprensiones, de incomunicabilidad, siglos de sufrimientos, y ha abierto una nueva historia».

¿Un acto penitencial?

No sé sabe qué hará el Papa con el dossier que los participantes en el coloquio le han entregado como conclusión de sus trabajos. Algunos sostienen que ese material, y otro que le llegará más adelante, será usado por el Santo Padre para una especie de «acto penitencial» que celebraría durante el Año Santo. Por otra parte, otros esperan que en los próximos meses se publique un documento vaticano sobre la Shoah, el holocausto, al que el Papa se refirió ya en 1987, durante su estancia en Miami.

Si ese documento se publica, es muy posible que incluya algunas de las ideas que el Papa dijo a los participantes en el coloquio: «La Iglesia condena con firmeza todas las formas de genocidio, así como las teorías racistas que las han inspirado o que han pretendido justificarlas». «A la maldad moral de todo genocidio se añade, en la Shoah, la malicia de un odio que ataca el plan salvador de Dios en la historia: la misma Iglesia se siente blanco de este odio».

No se puede ir contra el pueblo hebreo -como pueblo elegido- sin ir de alguna manera y al mismo tiempo contra la Iglesia.

¿La cultura «laica» no tiene de qué arrepentirse?

Con su propuesta de examen de conciencia histórico, Juan Pablo II se dirigía a los cristianos. Pero, una vez más, una acción del Papa está alimentando también el debate cultural. En Italia ha sido Ernesto Galli della Loggia, profesor universitario, exponente de lo que allí se llama pensamiento laico y liberal, quien desde las páginas del Corriere della Sera (26 octubre) ha recogido el guante. También la cultura «laica» tiene sus culpas y tiene que pedir perdón. La afirmación resonó como una colosal provocación y ha dado origen a un animado debate.

Para Ernesto Galli della Loggia, el examen de conciencia que está llevando a cabo el Papa pone en una situación embarazosa a los no creyentes. Pero, añade, «a juzgar por el silencio general se diría que la cultura laica no se considera implicada en ninguna reflexión autocrítica de fin de milenio». El autor precisa que no se refiere a los representantes políticos de esta u otra nación, algunos de los cuales han pedido perdón a las víctimas de sus respectivos países. Me refiero, dice, «a la cultura que gusta llamarse laica, en la que obviamente está comprendida la marxista, a las ideas y valores que desde la Ilustración han dominado Occidente y su historia».

El mecanismo de la culpa

Según el autor del artículo, la llamada cultura laica puede incluso «llegar a reconocer después de muchos años que determinadas ideas fueron equivocadas, pero le resulta imposible admitir que tal error implique también alguna forma de responsabilidad moral». La cultura laica, en el mejor de los casos, lo único que hará es ver «qué cosa no ha funcionado». Pero el problema que plantea Della Loggia es el de la responsabilidad propia de una cultura «en cuanto productora de opiniones y valores que, en un cierto número de casos, se revelan no sólo erróneos sino nocivos».

Para desembarazarse de este problema se emplean dos recursos tradicionales. El primero es atribuir toda la responsabilidad a los individuos, que han aplicado las ideas de modo equivocado (por ejemplo, Stalin como explicación de los males de la Revolución de Octubre). El segundo es echar las culpas a la historia, es decir, a las circunstancias excepcionales en que se han encontrado los hombres y las ideas, circunstancias que les han arrastrado (es el caso de la Revolución francesa combatida por los enemigos externos e internos). De este modo, la cultura laica, que «subraya al máximo con todo el énfasis posible los males de las culturas rivales», rechaza todo lo que pueda implicar responsabilidad moral propia.

El único modo que tiene la cultura laica de afrontar el descarrilamiento de las propias ideas consiste en «hacer la historia del accidente, recorrer sus fases para tratar de comprender lo que no ha funcionado». Pero, se pregunta Della Loggia, «si una cultura no conoce el mecanismo de la culpa, de la propia culpa, ¿cómo puede aspirar a encarnar una posición realmente ética? ¿Puede haber moralidad sin arrepentimiento? ¿Qué fundamento tiene, por lo tanto, hablar de ética laica, de ética de la cultura laica, si después ésta y sus representantes más destacados sólo conocen la inocencia, mientras reservan la culpa sólo y siempre para los demás?».

Galli della Loggia piensa que la toma de postura del Papa y de la Iglesia obliga a la cultura laica a plantearse estas preguntas incómodas. Preguntas que hasta ahora ha eludido, «prefiriendo dejar a la cultura religiosa, fundada sobre el absoluto, el deber de batir el campo áspero y atormentado de la moralidad, mientras ella se reserva el campo mucho más cómodo del moralismo».

Nada de «mea culpa»

La provocación de Della Loggia ha hecho saltar chispas. El filósofo Emmanuele Severino piensa que, por el contrario, la novedad está en que los católicos sean conscientes de sus culpas, ya que «los laicos siempre han reconocido las consecuencias negativas de sus acciones». Eugenio Scalfari, fundador del diario La Repubblica, descarta desde las páginas de ese diario (31 de octubre) esos supuestos efectos negativos: «No creo en absoluto que ilustrados, espinozistas, kantianos y hegelianos, etc. tengan ninguna responsabilidad en las masacres nazis, soviéticas o maoístas, etc.». Además, «sin Voltaire, sin Kant y -me permito decir también- sin Marx, Freud, Einstein y Keynes no nos podríamos ni siquiera llamar modernos».

Si para alguno no hace falta pedir perdón, otros consideran que ya se ha hecho. Alfonso Berardinelli (Corriere della Sera, 1 de noviembre) comenta la situación, para concluir que «la historia de la cultura liberal y marxista está llena de autocríticas». Y propone una idea: «Probemos a imaginar el futuro y preguntémonos si nuestro actual estilo cultural y de vida no esté produciendo culpas de las que habrá que pedir perdón dentro de diez años».

El periodista Giorgio Bocca afirma que «la moda del mea culpa es una ofensa a la historia» (La Repubblica, 3 de noviembre). Y para ilustrarlo añade que «incluso el antisemitismo forma parte de la historia y ha sido un fenómeno difundido tanto entre católicos como protestantes, entre aristócratas o comunistas. Un fenómeno ligado a una historia que ha ocurrido y del que no tiene sentido buscar responsabilidades morales».

Preguntas incómodas

Mucho más prudente se muestra el filósofo Norberto Bobbio, quien a sus 88 años continúa siendo un punto de referencia para el pensamiento laico. Aunque no entra en el tema concreto del examen de conciencia, sí que se siente interpelado por la acción del Papa (Avvenire, 4 de noviembre). «El laico es uno que tiene sus creencias sin las cuales no podría vivir. Pero, al mismo tiempo, en un determinado momento puede cambiar de idea, puede dudar. Yo por ejemplo, en algunos puntos dudo, como en el tema del aborto… Precisamente porque estoy lleno de dudas, dudo también del laicismo».

«El Pontífice pide perdón por el absolutismo de los juicios. Como aquel con el que se definía a los hebreos como el pueblo deicida. De todas formas, no se puede juzgar nunca colectivamente. La responsabilidad, como enseña incluso el derecho penal, es individual». «Lo que digo es que el laico es dubitativo y, por eso mismo, sufre. Porque está en un mundo en el que debe plantearse continuamente el problema de qué es mejor hacer en cada momento. Que es lo que yo he hecho durante toda mi vida de modo siempre angustioso. Veo la vida consumarse, estoy cansado y continúo buscando».

Por encima de las diferencias de criterio, una cosa está clara: al plantear el problema de la culpa y de la purificación de la memoria histórica, Juan Pablo II está obligando a creyentes y no creyentes a hacerse preguntas incómodas.

Diego ContrerasPara saber más

Sobre las relaciones entre la Iglesia católica y los judíos pueden consultarse algunos servicios anteriores de Aceprensa:

* 181/90 Los judíos: de «pueblo deicida» a «hermanos mayores»

Con motivo de los 25 años de la Declaración Nostra aetate, documento del Concilio Vaticano II que abordaba el diálogo con el judaísmo, se analizan los principales hitos de las nuevas relaciones entre la Iglesia y el pueblo hebreo.

* 98/94 La resistencia al antisemitismo en Francia

Recensión del libro de Lucien Lazare, Le livre des Justes, (Lattès, París, 1993), en el que este ex combatiente de la Resistencia francesa cuenta quiénes participaron en el salvamento de judíos en Francia durante la ocupación.

* 82/95 Los obispos alemanes y la Segunda Guerra Mundial

Síntesis de un trabajo del profesor Konrad Repgen, catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Bonn, en el que analiza la actitud de los cristianos en Alemania ante el nazismo y el genocidio judío.

* 70/97 Púrpura, negro y Pío XII

Párrafos de una necrológica que The Economist (22-II-97) dedica a Robert Graham, jesuita estadounidense, historiador que en su obra Diplomacia Vaticana publicó once volúmenes de documentos sobre la actividad de la Santa Sede durante la Segunda Guerra Mundial.

* 86/97 Pío XII y el Holocausto

Resumen de un artículo publicado en The Wall Street Journal (24-IV-97) en el que el periodista George Johnston sintetiza datos significativos sobre las medidas de Pío XII para salvar vidas de judíos.

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