En el Frankfurter Allgemeine Zeitung (1 marzo 2002), Kerstin Holm comenta las protestas de la Iglesia ortodoxa rusa contra la erección de las administraciones apostólicas católicas en diócesis regulares (ver servicio 26/02).
La indignación de la Iglesia ortodoxa rusa contra el Vaticano es difícil de comprender para un observador que no tenga en cuenta la tradición militar-colectivista de la cultura religiosa rusa. (…) La erección de las administraciones apostólicas de la Iglesia católica en cuatro episcopados regulares es un acto de normalización de la administración católica en un Estado secular cuya constitución garantiza la libertad religiosa, máxime cuando la ortodoxia de Moscú mantiene desde hace mucho tiempo episcopados en los países del Occidente europeo. (…)
A la reconvención de que el catolicismo no forma parte de las religiones tradicionales rusas y que el bajo número de creyentes no exige una administración plena, la Iglesia católica repuso que en el territorio de la actual Rusia existieron sedes episcopales católicas desde el siglo XIV; que por respeto a la Ortodoxia las actuales provincias católicas se denominan no por la ciudad respectiva, sino por nombres de santos, y que el arzobispo de Moscú no tiene un poder central sobre todos los católicos rusos.
Un portavoz de la Misión papal ha declarado que la animadversión se dirige no tanto contra el Papa como contra los rusos de confesión católica, a los que no se quiere reconocer los mismos derechos que a los ortodoxos. (…) La Iglesia ortodoxa reivindica todas las almas rusas; de este modo se explica la peculiar concepción del término «territorio canónico», que se da a las unidades administrativas eclesiásticas. Cuando el metropolita Kirill advierte que la Iglesia católica se está instalando en «nuestro» territorio canónico, parece que para él la circunscripción canónica, el país real y sus habitantes se funden en una unidad. Esto recuerda la mentalidad de los antiguos terratenientes rusos que consideraban como propias, con la gleba, también a las almas de los que vivían en ella. (…)
La tendencia a considerarse un pueblo escogido se debe a la geografía e historia rusas, caracterizadas por la conquista y la colonización de grandes masas de tierra con fronteras difíciles de defender; con el control y la defensa del propio país se desarrolló una civilización, incluyendo la cultura religiosa, de marcado carácter militar. El poder central de Moscú, además, precisaba una legitimación religiosa o bien pararreligiosa para desarrollar un brutal régimen que compensara su falta de recursos naturales. De este modo, la fe ortodoxa rusa se ha convertido en un proyecto nacional que se define más fácilmente en oposición a los enemigos de fuera que por medio de una acción cristiana en su seno. (…)
El patriarca Alexis se queja de que los misioneros católicos se aprovechen de la «ignorancia» de la población rusa. Esta ignorancia es un mérito de la propia Iglesia, que aún hoy no ha traducido la Biblia al ruso, a diferencia de diversas «sectas». Quienes acuden a las iglesias ortodoxas casi se han acostumbrado a dirigirse a esas «sectas» cuando desean doctrina teológica. Por el contrario, a la Iglesia católica se dirigirán en particular personas de las clases medias, que no se sienten ni soldados serviles ni autoritarios cabecillas de la causa rusa, sino que consideran la religión como una cuestión personal».