Un concepto convertido en arma arrojadiza
Cuando un concepto empieza a utilizarse como arma arrojadiza es inevitableque pierda su precisión y su carácter inequívoco. Es lo que está ocurriendo conlos términos «secta» o «fundamentalismo». Algunos incluso etiquetan como sectas a instituciones católicas aprobadas por la Iglesia, pero que a su juicio viven el compromiso cristiano de un modo demasiado exigente. Las consideraciones del arzobispo de Viena, Cristoph Schönborn, secretario del comité de redacción del Catecismo de la Iglesia Católica, precisan qué elementos caracterizan a una secta y descalifican la idea de que existan sectas dentro de la Iglesia. Traducimos la mayor parte del artículo publicado en la revista italiana Studi Cattolici, nº 437-438 (julio-agosto 1997).
Desde hace algún tiempo se habla cada vez más en la prensa de «sectas intraeclesiales» o de «sectas intracatólicas». Se quiere de este modo criticar una serie de movimientos y de comunidades nacidas en los últimos decenios. Mientras que antes muchos de estos nuevos grupos eran etiquetados como «conservadores» o «fundamentalistas», ahora se trata de definirlos como «sectas intraeclesiales» (1). Se nos alerta contra ellos así como contra las sectas clásicas o las llamadas «nuevas religiones», las cuales ponen en riesgo la salud psíquica de las personas o las tratan de modo inhumano. Muchos fieles saben que siempre ha habido, y también hoy, escisiones sectarias del cristianismo. Sin embargo, para muchos creyentes resulta sorprendente la afirmación de que existan «sectas» dentro de la Iglesia, aunque tales grupos hayan obtenido el reconocimiento y la aprobación de la Iglesia.
La noción teológica de secta
El concepto de secta tiene su origen en el ámbito religioso-eclesial, pero recientemente ha adquirido una nueva dimensión político-social. Por este motivo está perdiendo su precisión científica y su carácter inequívoco.
En el lenguaje común se usa cada vez más como un eslogan para señalar a aquellos grupos que son considerados «peligrosos» porque no respetan los valores fundamentales de la sociedad democrático-liberal.
Para caracterizar a una secta, hoy se reconocen como generalmente válidos los siguientes rasgos distintivos: la creación de grupos electos que se separan del ambiente social y no raramente se oponen a él; el nacimiento de formas alternativas de vida que a menudo llevan a extremismos alejados de la realidad y también a exageraciones malsanas. Como peculiaridades internas de una secta, junto al empeño de mantenerse fiel a una meta o a un ídolo espiritual en contraste con las convenciones comunes, se suelen mencionar: el rechazo de valores culturales fundamentales como la libertad personal y la tolerancia, junto a un empeño a veces militante en actitudes opuestas; un estilo de vida totalitario; la supresión de la conciencia de los miembros; la desestimación de todos los que no pertenecen al grupo; y, en fin, cierta tendencia a controlar la sociedad o algún sector. Cuando en algún grupo se encuentran algunas de estas características, en seguida se habla de secta.
De acuerdo con el lenguaje religioso, más adecuado (y por tanto más preciso) para tratar la cuestión, una secta es un grupo que se ha separado de las grandes Iglesias, de las Iglesias populares. A menudo las sectas conservan valores, ideas religiosas o formas de vida de las comunidades eclesiales de las que se han separado. Pero tales elementos básicos son transformados en algo absoluto, aislados y puestos en práctica en una vida comunitaria rígidamente separada de la unidad originaria y dirigida a la conservación y a la protección de sí misma.
Conectados con estos datos fundamentales se pueden mencionar los siguientes rasgos distintivos: ideas religiosas desequilibradas (por ejemplo, el inminente fin del mundo); la prohibición de toda comunicación espiritual con personas que piensan de modo distinto; un entusiasmo exagerado al presentar y vivir las propias ideas; un proselitismo inoportuno y una conciencia exasperada de la misión hacia un mundo que se desprecia; un absolutismo de la salvación que limita la posibilidad de conseguirla a un número determinado de personas, aquellas que pertenecen al propio grupo.
Fuera de la Iglesia
En la teología católica una secta se caracteriza sobre todo por el abandono de la verdad bíblico-apostólica común y de los contenidos centrales de la fe. Por eso, a juicio de la Iglesia, la secta está siempre relacionada con la herejía (cfr. Ga 1, 6-12) y el cisma.
No es necesario haber estudiado teología para advertir la contradicción fundamental del eslogan «sectas intraeclesiales». La presunta existencia de «sectas» dentro de la Iglesia supone también indirectamente un reproche al Papa y a los obispos. No en vano tienen la responsabilidad de examinar las organizaciones eclesiales, para verificar si su doctrina y su praxis son coherentes con la fe de la Iglesia. Por eso la falta de reconocimiento por parte de la autoridad eclesiástica competente es un factor esencial para la determinación teológico-eclesial de una asociación como «secta».
Las sectas se sitúan fuera de la Iglesia (y al margen del empeño ecuménico). Se aíslan y, por su autocomprensión, no quieren ser examinadas por parte de la autoridad eclesiástica. En cambio, las comunidades eclesiales reconocidas están en contacto continuo con los responsables de la Iglesia. Sus estatutos y su tenor de vida son sometidos a examen. Por tanto, está fuera de lugar que ciertas instituciones, personas o medios de comunicación etiqueten como «sectas» a comunidades reconocidas por la Iglesia o incluso que pretendan poner en relación con «prácticas sectarias» el estado de vida basado en los tres consejos evangélicos. (…)
A propósito de fundamentalismo
En su origen, el «fundamentalismo» es la denominación de un movimiento religioso-ideológico nacido en Estados Unidos antes de la primera guerra mundial (1914-1918). Propugnó una interpretación estrictamente literal de la Biblia (sobre todo en lo que respecta a la creación) y se convirtió en un movimiento protestante conservador.
Los rasgos típicos del fundamentalismo actual en su país de origen son: el rechazo de toda visión histórico-crítica de los textos bíblicos, la orientación casi mítica hacia un pasado idealizado, la negación de toda valoración positiva del desarrollo moderno, un moralismo avasallador y crítico sobre todo contra los excesos de la sociedad de consumo, también a veces ciertas tendencias políticas de extrema derecha y afirmaciones descalificadoras de la democracia. (…) Diferente es el significado del concepto -aparecido en los años 80 en Europa- de «fundamentalismo religioso», expresión más bien confusa e imprecisa. (…) La «sospecha de fundamentalismo» se dirige, sin ninguna distinción, ya sea a algunas asociaciones eclesiales, que desde el comienzo han acatado la doctrina de la Iglesia y son fieles al Concilio Vaticano II, ya sea a los seguidores de Mons. Marcel Lefebvre.
En el fondo, el concepto de «fundamentalismo» suele utilizarse a menudo como un eslogan para atacar a alguien, más que como expresión para designar un fenómeno espiritual claramente determinado. En este contexto se habla a veces también de «dogmatismo», de «integrismo», de «tradicionalismo», de «desconfianza hacia hombres que piensan y viven de otro modo» o de «miedo a decidir por uno mismo».
La intención de la crítica al fundamentalismo es la de rechazar una actitud de la fe caracterizada por el miedo y la incertidumbre, que no reconoce ningún desarrollo del dogma y de la comprensión de la verdad, que se aferra a formas y expresiones rituales rígidas y no se atreve a exponerse a los cambios en los modos de vida. Esta crítica está justificada. Sin embargo, algunos críticos tienden a considerar como fundamentalistas a todos los grupos y movimientos que -a pesar de todos los múltiples cambios-se mantienen firmes en profesar la existencia de verdades permanentes y de valores obligatorios. (…)
Respuesta a algunas críticas
En esta segunda parte se examinarán los reproches específicos que se hacen a las nuevas comunidades eclesiales. (…) A este respecto, hay que tener en cuenta que se debe distinguir entre la doctrina y praxis de estas comunidades, reconocidas por la Iglesia como carismas, y las debilidades de algunas personas. (…)
Lavado de cerebro
Con esta expresión se hace referencia a los métodos inhumanos, aplicados por regímenes totalitarios, dirigidos a influir y a cambiar la personalidad humana. Tal expresión no se puede aplicar de ningún modo a la formación de los miembros de las comunidades eclesiales. En efecto, la formación es una transformación libremente querida que respeta la dignidad humana, una transformación de toda la persona en Cristo que tiene su origen en la llamada programática de Jesús a convertirse y a creer. Quien sigue la llamada de Jesús en gracia y en libertad adquiere una visión sobrenatural de la vida en todas sus dimensiones. En una de sus cartas, San Pablo habla de esta transformación cuando afirma: «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12, 2).
En la tradición cristiana tal proceso se llama metanoia: conversión de vida. Este cambio de vida se basa en la experiencia de ser llamado por el Dios vivo a seguirlo en un camino particular. La conversión es un proceso de vida, que requiere una continua decisión libre del cristiano. Es deber de las comunidades eclesiales preocuparse de que el seguimiento sea una decisión libre. Una serie de normas canónicas velan por que así sea.
Separación del mundo
El Evangelio dice que los cristianos no son «del mundo» (Jn 17, 16), pero que cumplen su misión «en el mundo» (Jn 17, 18). Separación del mundo no significa separación de los hombres y de sus alegrías, preocupaciones y necesidades, sino separación del pecado. Por eso Jesús ruega por sus discípulos: «No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17, 15). Si los cristianos no hacen ciertas cosas como los demás, o si no se conforman plenamente con el espíritu del tiempo, eso no quiere decir que «desprecien» al mundo. Abandonan sólo lo que está en desacuerdo con la fe o lo que no consideran más importante porque han encontrado «el tesoro escondido en el campo» (Mt 13, 44).
La unión con Cristo debe inducirles no a retirarse a un mundo propio, sino a santificar el mundo, transformándolo en la verdad, en la justicia y en la caridad. En la sociedad de la comunicación, donde la Iglesia debe ser una «casa de cristal», debemos también ser transparentes en el sentido de la primera epístola de San Pedro, es decir, «siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P 3, 15). (…)
En muchos pasajes el Concilio Vaticano II destacó este aspecto, citando -entre otros documentos- la antigua Carta a Diogneto. En esta carta del siglo II o III se subraya que los cristianos, al igual que todos los hombres, viven en el mundo, pero a la vez se oponen al espíritu del mundo, porque miran hacia una meta que se sitúa más allá de este mundo. Precisamente de este modo cumplen su misión para el bien del mundo. (…)
Despego de los familiares
El respeto y el cuidado amoroso de los padres y de los parientes forma parte esencial del mensaje cristiano. Pero si se trata de una llamada a seguirle, Jesús pide despegarse incluso de la familia: los apóstoles han dejado la familia, la profesión, la patria. Tal modo de seguir a Cristo continúa en la historia hasta nuestros días. Algunos padres se alegran cuando un hijo o una hija toma tal decisión. Pero también pueden surgir conflictos con los parientes. El propio Jesús habla de eso (cfr. Mt 10, 37).
Dejar que se vaya un hijo nunca es fácil, tampoco en el caso del matrimonio. Si deja el hogar por la llamada de Jesús y con plena libertad, no se trata de ningún abandono de los deberes familiares, ni se puede alegar una influencia injustificada por parte de una comunidad.
Sólo sería oportuna una crítica si se buscase a propósito una ruptura con los parientes que están igualmente comprometidos en una vida de fe cristiana. De hecho, cada miembro de la familia es libre de escoger su camino en la vida. También en este aspecto hay que ser tolerantes, respetando las decisiones de la conciencia personal. (…)
Dependencia de figuras carismáticas
Hay que distinguir cuidadosamente entre personas que se valen de su capacidad de modo egoísta y mendaz para dominar sobre los demás y volverlos dóciles, y las personas verdaderamente carismáticas, que todavía hoy se encuentran en la Iglesia. Estas ofrecen todo su ser «con pureza» (2 Co 6, 6) por la Iglesia y por el bien de los hombres. En la historia de la salvación encontramos siempre figuras de este tipo particularmente dotadas.
Su «prototipo» es el mismo Cristo. Siguiendo su ejemplo, innumerables hombres y mujeres han encontrado el camino de su vida y su felicidad. Fundadores y otros hombres carismáticos, como por ejemplo Benito o Ignacio, Clara o Angela Merici, se han empeñado en ganar a otras personas para Cristo. Dios les ha enviado como un don para su Iglesia. Con la libertad de los hijos de Dios han transmitido a otros la riqueza sobrenatural de su vida, sometiéndose siempre a la autoridad eclesiástica. ¿No debemos estar agradecidos a Dios porque nos da también hoy personas tan llenas de espíritu? Además de conservar las estructuras ya formadas y consolidadas, ¿no deberíamos estar también abiertos al soplo del Espíritu, que es el «alma» de la Iglesia?
Una iglesia dentro de la Iglesia
Se reprocha a menudo a algunos grupos que forman «una iglesia dentro de la Iglesia». Para evitar tal peligro, es siempre necesario buscar una relación equilibrada entre las estructuras eclesiales existentes, sobre todo la estructura parroquial, y los nuevos grupos. A este respecto, el cardenal Ratzinger afirma: «A pesar de todos los cambios que se pueden esperar, estoy convencido de que la parroquia seguirá siendo la célula fundamental de la vida comunitaria… Como casi siempre en la historia, habrá también grupos que se mantendrán unidos por un determinado carisma, por una personalidad fundadora, por un específico camino espiritual. Entre parroquia y ‘movimiento’ es necesario un fecundo intercambio recíproco: el movimiento necesita la relación con la parroquia para no hacerse sectario; la parroquia necesita a los ‘movimientos’ para no cerrarse en sí misma y entumecerse. Ya actualmente se han constituido nuevas formas de vida religiosa en medio del mundo. Quien observa atentamente la realidad de la Iglesia, puede encontrar ya hoy un número sorprendente de nuevas formas de vida cristiana, en las cuales aparece ya presente entre nosotros la Iglesia de mañana» (2).
Desde hace siglos, el núcleo de la vida consagrada ha consistido en seguir a Cristo en la castidad, la obediencia y la pobreza. Quien elige este camino y, después de años de reflexión y de oración, asume estos compromisos, renuncia a una serie de derechos por una libre decisión de conciencia: el derecho de contraer matrimonio; el derecho a la autodeterminación; el derecho a la autonomía económica y a la adquisición de bienes. (…) La elección de tal forma de vida, asumida voluntariamente, no contradice los derechos humanos, sino que es la respuesta a una llamada particular de Cristo. (…)
Ex miembros
(…) Entre los que abandonan una comunidad algunos conservan una buena relación y, de común acuerdo, siguen su propio camino. Naturalmente, las comunidades reconocidas por la Iglesia ofrecerán también a sus miembros y ex miembros la posibilidad de dirigirse, en caso de conflicto, a las instancias eclesiásticas competentes. Sin embargo, hay algunos ex miembros que difunden sus experiencias negativas desde la tribuna de los medios de comunicación. Allí donde conviven hombres, hay limitaciones y debilidades. Sin embargo, no está justificado presentar las propias dificultades dentro de una comunidad como si fueran válidas en general. En definitiva, las experiencias negativas de algunos son dolorosas para toda la comunidad eclesial.
Tales experiencias son aireadas a menudo por los medios de comunicación seculares, los cuales no se interesan por las cuestiones doctrinales, sino por los comportamientos y por las consecuencias que se derivan de ellos. En la disputa se pone de manifiesto que la Iglesia, en sus diversas comunidades, es una «sociedad de contradicción» respecto a la sociedad liberal y secular. «Quien acepta la religión sólo bajo la forma de una religión civil adaptada a la mentalidad social, considerará sospechosa cualquier cosa radical» (3).
Si la crítica se basa en aspectos efectivamente problemáticos, será ocasión de un serio examen por parte de la autoridad eclesiástica; una crítica puede también llevar a la purificación y al mejor crecimiento de tal comunidad (…).
En varios países del mundo se despierta un nuevo deseo de vivir más a fondo el mensaje de Cristo, a pesar de todas las debilidades humanas, de servir a la Iglesia en unidad con el Santo Padre y los obispos. Muchos ven en los nuevos carismas un signo de esperanza. Otros los perciben como una realidad extraña, otros como un reto o incluso como una acusación contra la cual hay que defenderse, a veces también con recriminaciones. Algunos promueven incluso un humanismo que se aleja cada vez más de sus raíces cristianas. Pero no debemos olvidar que «la expresión conciliar Ecclesia semper reformanda alude no sólo a la necesidad de reflexionar sobre las estructuras, sino también a la apertura siempre nueva y a poner en cuestión compromisos demasiado favorables al espíritu del tiempo» (4).
_________________________(1) Cfr Hans Gasper, Ein problemarisches Etikett. Mit dem Sektenbegriff sollte man behutsam umgehen, Herder Korrispondenz 50 (1996), pp. 577-580.; M. Introvigne y J.G. Melton, Pour en finir avec les sectes. Le débat sur le rapport de la commission parlementaire, París (1996); Hans Maier, Sekten in der Kirche, Klerusblatt 76 (1996), p. 208.(2) Joseph Ratzinger, La sal de la tierra, Palabra, Madrid (1997).(3) Hans Gasper, op. cit.(4) Hans Maier, op. cit.