«Hay un empuje creciente de los laicos para plasmar el Evangelio en la sociedad»

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Entrevista con Mons. Julián Herranz
Cuando se ha trabajado en la Curia Romana durante decenios y ahora en un alto puesto, es posible tener una visión más amplia de la marcha de la Iglesia. Este es el caso de Mons. Julián Herranz, presidente del Consejo Pontificio para la Interpretación de los Textos Legislativos. Pero en esta entrevista no se trata de abordar cuestiones jurídicas, sino de ofrecer algunas claves de interpretación sobre la recristianización de Europa, el catolicismo en Rusia o la continuidad de Juan Pablo II en el gobierno de la Iglesia.

Mons. Julián Herranz ha estado recientemente en Pamplona, donde ha pronunciado la ponencia de apertura en el Curso de actualización en Derecho Canónico celebrado en la Universidad de Navarra.

— ¿Cómo ve la recristianización de Europa que está pidiendo el Papa desde hace años?

— En principio, hay que pensar que tenemos dos Europas: la del Oeste y la del Este, que se encuentran, desde el punto de vista sociológico y religioso, en situaciones muy diversas. La Europa del Este ha sido sometida durante medio siglo a un proceso marxista de ateización, con el que se ha querido borrar de las conciencias la dimensión trascendente religiosa del hombre. Y luego, por otra parte, tenemos la Europa del Oeste, donde se ha desarrollado un proceso de descristianización en el sentido de un materialismo práctico, que conduce también a la pérdida progresiva de la cultura religiosa y de los valores morales.

— Supuesta la necesidad de una nueva evangelización tanto en los países del Este como en Occidente, ¿quién deberá llevarla a cabo?

— Un proceso de reevangelización -y más de esta envergadura- no es misión sólo de sacerdotes, sino en gran medida también de los fieles laicos. Es de subrayar el fuerte sentido misionero presente actualmente en el conjunto de la Iglesia, impulsado por el Papa. Se puede ver sobre todo en un deseo de potenciar las vocaciones al sacerdocio. Como dato, es significativo que alrededor del 50% de quienes, en estos momentos, se deciden a seguir la llamada al sacerdocio han hecho el bachillerato, son profesionales, obreros, personas muy conscientes desde el principio de lo que esa entrega a Dios significa.

En el propio ambiente

— ¿Bastaría que se ordenasen muchos sacerdotes para dar respuesta a esta urgente necesidad de reevangelización?

— No. Aun siendo esencial el ministerio de los sacerdotes, es urgente la presencia de los laicos. Y tengo que decir que el empuje misionero se nota mucho también en el laicado. Hay, en estos momentos, una toma de conciencia creciente, como fruto del Concilio Vaticano II y de una serie de instituciones surgidas en la Iglesia por la acción del Espíritu Santo, que hacen descubrir a los cristianos la llamada universal al apostolado, no sólo a la santidad personal, sino a la evangelización; es decir, no sólo a conocer la doctrina evangélica, sino a ser testigos de Cristo con la vida y a presentar el mensaje del Evangelio en el propio ambiente familiar, profesional, social, político. Es un empuje creciente y con mucha capacidad de incidir en ambientes donde parecía, por el contrario, que la religión estaba en retirada. Yo diría que -también en términos sociológicos- Cristo está «más vivo que nunca».

— ¿En qué situaciones o edades se nota más este espíritu de entrega y de servicio en los laicos?

— Sobre todo se nota mucho entre los jóvenes. Los jóvenes que se rebelan contra una visión puramente animal, chata, del hombre y de la vida humana. Esta capacidad de lucidez y de generosidad que hay en la juventud se está poniendo en un porcentaje muy alto al servicio del empuje misionero de la Iglesia. En el Este, es maravilloso ver cómo esa dimensión religiosa que existe en el hombre, cuando éste se encuentra que la libertad viene respetada y estimulada para ir al encuentro de Cristo, se produce una expansión muy grande de la Iglesia. El número de conversos -me refiero ahora sólo a los católicos- está aumentando en la Europa del Este, aproximadamente en un 10% cada año. Y lo mismo ocurre en las cinco Repúblicas ex soviéticas de Asia Central.

Católicos en Rusia

— ¿Podría ofrecernos algunas cifras orientativas sobre este aumento de vocaciones sacerdotales?

— Por dar un dato que me ha llegado últimamente: hasta ahora sólo existía en la Federación Rusa un seminario católico ubicado en Moscú; así, hasta ahora, los seminaristas de Kazakhstán los mandaban al seminario de Moscú. Ahora se han visto obligados a crear un seminario en Karaganda, la ciudad de Kazakhstán donde más católicos hay, para recibir el creciente número de vocaciones. En dos años, 20 vocaciones nuevas, y siguen a ese ritmo. Fenómeno semejante está ocurriendo en otros lugares. No me refiero a Ucrania, Lituania o Eslovaquia, donde siempre ha habido una Iglesia subterránea de resistencia, sino a lugares donde la Iglesia católica estaba reducida al mínimo, como en Albania.

— ¿Se sabe ya cuántos fieles católicos hay en las repúblicas de la antigua Unión Soviética?

— El anterior nuncio en Moscú me contaba hace poco que ha pasado tres años haciendo el mapa de la Iglesia católica en toda la actual Federación de Rusia. Le llegaban muchas cartas y noticias hasta de los más lejanos lugares de esa inmensa geografía, europea y asiática. Se trataba de pequeñas comunidades cristianas católicas, que habían sobrevivido incluso a la falta de sacerdotes, por la transmisión de la fe de padres a hijos, como ocurrió también en China.

Me decía que la mitad del tiempo se lo había pasado viajando, descubriendo con inmenso gozo esos pequeños núcleos que vivían su fe en Cristo con el vigor de los primeros cristianos. No tenían textos escritos, ni del catecismo, ni de la Biblia, ni de nada. Pero se había mantenido una conmovedora transmisión oral del Evangelio, de la historia de la Iglesia y sencillas oraciones vocales y prácticas de piedad.

Igualmente, el nuncio en tres de las repúblicas del Asia central (Kazakhstán, Kyrgystán y Uzbekistán) contaba que, al presentar sus cartas credenciales al presidente de Kazakhstán, dijo que él venía enviado por el Papa, como representante suyo ante medio millón de católicos que había dispersos en el país. Entonces el presidente sacó una nota y dijo al nuncio: «Excelencia, me parece que usted no está bien informado, porque lo que usted tiene aquí, no es medio millón, sino casi un millón de fieles».

— ¿Cómo explicaría usted esta perseverancia y constancia en las creencias, precisamente en momentos de tanta dificultad?

— Sólo se explica por la gracia -luz y fortaleza- con que Dios premia la fe. Me contaba hace años un profesional ruso residente en París que, al viajar por primera vez a la URSS, a Georgia, llevó una Biblia como regalo para la familia en la que se alojaba. Y cuando se levantó por la mañana vio que la familia no se había acostado: se habían pasado, el padre, la madre y los cinco hijos, toda la noche leyendo la vida de Jesucristo, que por primera vez podían ver escrita. La figura del Papa también ha influido. Me decía un ingeniero rumano que encontré en un viaje, que ellos, en el periodo más negro de la persecución religiosa, tenían siempre la mirada puesta en «el hombre blanco de Roma» por cuya boca llegaba la verdad. Me gustó esa expresión -«el hombre blanco de Roma»- acuñada en la lucha con las tinieblas.

La salud del Papa y su posible dimisión

— Ahora, unas preguntas por su condición de canonista y de persona que trabaja muy cerca del Papa. ¿Se considera la posibilidad de que el Papa pueda dimitir?

— Desde el punto de vista de las leyes es evidente que cualquier Papa puede dimitir y no necesita que nadie acepte su dimisión. Así se ha producido una vez: el Papa Celestino V, en el siglo XIII. Pero esto no tiene mayor trascendencia. Para la validez de la dimisión basta que la renuncia sea libre y que se manifieste formalmente. Ahora bien, yo excluyo por completo que el Papa piense dimitir. No sólo porque no hay norma canónica que le invite a hacerlo, sino porque se encuentra en excelentes condiciones físicas y psíquicas. La pequeña dificultad para caminar -sólo a veces- o el ligero temblor de una mano son cosas puramente accidentales.

Ya quisiera tener yo la capacidad de trabajo que él tiene. Se levanta de madrugada; a las siete celebra la Santa Misa después de haber realizado un buen rato de oración. Luego, horas dedicadas al trabajo personal, a estudiar y preparar documentos de su magisterio, a recibir obispos en visita ad limina, y otras audiencias privadas o públicas, a recibir a sus colaboradores para despachar los asuntos del gobierno de la Iglesia universal, etc. Incluso durante el verano mantiene casi el mismo ritmo de trabajo. Los Papas anteriores, durante el periodo que pasaban en Castelgandolfo, suprimían todas las visitas; éste no.

— ¿En qué medida y de qué forma sigue el Papa la actualidad?

— Siempre con visión pastoral. Por ejemplo, es admirable cómo ha seguido la preparación y desarrollo de la Conferencia de Pekín, conociendo perfectamente hasta los detalles de los problemas que subyacían en el documento base. Y, por supuesto, la posición de la Santa Sede ante los puntos que se discutían; la relación de ese documento con el magisterio anterior sobre la mujer; sobre los derechos del hombre, la conexión entre la problemática que se iba a tratar en Pekín con la que se había tratado antes en El Cairo.

La experiencia de Loreto

— ¿Nos podría decir algo sobre el último encuentro del Papa con los jóvenes en Loreto?

— Este encuentro hay que conectarlo con la nueva evangelización de Europa. En este caso, la capacidad de convocatoria del Papa para reunir a medio millón de jóvenes de toda Europa en Loreto, es admirable y esperanzadora. Su aptitud para dialogar con los jóvenes se identificó plenamente con su capacidad de comunicar un gran espíritu evangelizador. En Loreto, una vez más, los jóvenes lo sentían como uno de ellos. La capacidad que él tiene de hablar del amor, del limpio amor humano y del Amor de Cristo, hace que la conexión sea más fácil. Eso es lo que da la medida de la juventud de un alma. Y el Papa lo tiene en grado extraordinario: por eso es tan fácil el contacto, no ya emotivo sino de ideales, con la gente joven.

— Algunos han dicho que en Loreto ha predominado el «show», que se ha cantado mucho y se ha rezado poco.

— ¡Es curioso que esto lo dijesen algunos periódicos que ordinariamente se preocupan de que no se rece mucho en el ambiente social del país! Más bien, quizás, ha sorprendido que medio millón de jóvenes hayan ido hasta Loreto, algunos en condiciones de grandísima incomodidad, únicamente para encontrar al Papa y para ir a rezar en la casa donde, según la tradición, el Verbo de Dios se hizo carne. Esa noche, el festival terminó a las doce y cuarto. La Misa al día siguiente comenzaba a las 9.30. Pues bien, durante toda la noche hubo un río continuo de jóvenes que iban pasando al santuario, a visitar la Santa Casa. Luego volvían otra vez -rezando el rosario- al duro suelo de la llanura donde estaban esperando hasta la hora de la Misa del Papa.

En Loreto se ha rezado y se ha cantado mucho porque se tiene una gran esperanza en el alma. Y esa esperanza la ha impulsado, sobre todo, el alma más joven que hoy tiene Europa, el mundo, que se llama Juan Pablo II.

José María Calvo de las Fuentes

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