Los asuntos que trata cualquier consejo parroquial en EE.UU. pueden ser de lo más triviales en comparación con los temas que se debaten en otras parroquias del mundo donde los cristianos están pagando un precio muy alto por profesar su fe.
El vaticanista John Allen Jr., en un artículo para Crux, nos invita a ponernos en su situación: “Imagine estos puntos de agenda: enseñar a los fieles a recitar un versículo del Corán para que puedan fingir ser musulmanes y salvar sus vidas la próxima vez que un terrorista les apunte con un AK-47 preguntándoles cuál es religión”.
Así ocurrió en el ataque del 2 de abril pasado en la universidad keniana de Garissa, ejecutado por los terroristas islámicos de Al-Shabaab, que dejaron a 150 personas muertas y a 80 heridas. Como habían hecho en otras ocasiones, los militantes tomaron rehenes y les exigieron decir si eran cristianos y musulmanes, tras lo que dejaban a los segundos sin causarles daño, y mataban a los primeros.
El obispo Anthony Muheria, de Kitui en Kenia, conversó con los periodistas en Roma, donde se encontraba junto a otros 25 obispos kenianos para encontrarse con el Papa Francisco. Muheria elogió al Pontífice como el único líder mundial que habló con fuerza sobre la masacre de Garissa y aseguró que los cristianos kenianos habían sido sorprendidos por tan “estruendoso silencio”.
Para el prelado keniano, es hora de tomarse en serio la persecución anticristiana. “Estamos observando un alarmante ascenso del islamismo”, dijo Muheria, miembro del Opus Dei. “Como cristianos estamos bajo amenaza, y nuestras instituciones no nos están defendiendo”.
En Kenia, con una población de 45 millones de personas, los cristianos constituyen el 80% del total, pero, en la zona fronteriza oriental, Somalia es enteramente musulmana. En la región, los desafíos de liderar una pequeña comunidad cristiana son abrumadores. Por años, los cristianos se han visto incluso obligados a implementar un virtual “programa de protección de testigos” para proteger de las represalias a unos pocos convertidos.
A día de hoy, según Muheria, la agenda de grupos como Al-Shabaab (una rama de Al Qaeda), es hacer de África un territorio “completamente musulmán”, y algunos islamistas moderados en su entorno simpatizan con ese objetivo, aunque no necesariamente con sus métodos. Y no solo los pobres y desesperados son los atraídos por esas redes. De hecho, Abdirahim Abdullahi, uno de los pistoleros de Garissa, era hijo de un oficial del gobierno, y se le tenía por un talentoso estudiante de Derecho con un brillante futuro profesional.
Muheria explica su frustración porque, en el contexto de la masacre, un portavoz gubernamental intentó calificar el crimen como un ataque contra “todos los kenianos”, no de naturaleza religiosa. “Son pantallas de humo para evitar decir que las personas bajo amenaza son los cristianos”, expresó “Es tiempo de dejar de bromear. No son ‘minorías’ las que son asesinadas: son cristianos”.
Tras responsabilizar a los oficiales de seguridad de haber fallado al intervenir en Garissa, lo que hicieron ocho o diez horas después del ataque, el prelado señaló que los cristianos kenianos están experimentando “mucha frustración”. Y advirtió que, a menos que las cosas cambien, algunos decidirán tomar las armas y responder a la violencia, una opción que los obispos están intentando evitar lo mejor que pueden.
La estrategia de los obispos, explicó, es animar a los cristianos a canalizar su ira y miedo hacia el ofrecimiento de un “fuerte testimonio público de fe”, que haga saber que no se marcharán. Asimismo, están presionando a las autoridades del país para que implementen una respuesta más agresiva a la amenaza que presentan esos grupos radicales, y que incluya medidas de seguridad más fuertes. Y les gustaría ver que la opinión mundial presione para esto se materialice.
Muheria hizo notar que la masacre de Charlie Hebdo, en enero pasado en París, que acabó con 11 vidas, desató una ola de visitas de políticos a Francia para manifestar su solidaridad, pero que tras la muerte de 150 cristianos de Kenya “ni un solo jefe de Estado” ha viajado al país. Además, cita el hecho de que el accidente del avión alemán contra los Alpes franceses provocó un enorme interés y comentarios de la prensa, y se queja de que la masacre de Garissa segó el mismo número de vidas, sin que hubiera la misma fanfarria. “¿Todas las vidas no tienen igual valor?”, preguntó.