«Don y misterio», libro autobiográfico de Juan Pablo II
Juan Pablo II ha sabido aprovechar las celebraciones en torno a sus cincuenta años de sacerdocio para tratar abundantemente de la grandeza de la vocación sacerdotal. Lo que nadie esperaba es que dedicara a este tema un libro escrito de su puño y letra. Don y misterio (1) no es exactamente una autobiografía, sino un libro sobre el sacerdocio escrito en forma de relato.
Juan Pablo II acierta con la fórmula, pues el libro es ágil y se lee con interés, hasta el punto que no es arriesgado pronosticar que nos encontramos ante otro best-seller firmado por el Papa.
La existencia de Don y misterio fue anunciada por el Santo Padre durante el Angelus del 1 de noviembre, día del 50º aniversario de su ordenación. El domingo 10, el Papa regaló un ejemplar a cada uno de los 105 cardenales que se le unieron a la celebración de sus bodas de oro sacerdotales. Momentos antes había concelebrado la misa en compañía de 1.500 sacerdotes de todo el mundo que también conmemoraban su 50.º aniversario, y había asistido a un recital ofrecido en su honor en la plaza de San Pedro.
La primera edición del libro, integrada por cincuenta mil ejemplares en italiano, se presentó a la prensa internacional el 15 de noviembre. Ya están en marcha las traducciones a diecisiete idiomas. A diferencia de Cruzando el umbral de la esperanza, la publicación en cada país será coordinada por la respectiva conferencia episcopal, con la supervisión de la Libreria Editrice Vaticana.
Cómo surgió la idea
Como en otros aspectos del pontificado de Juan Pablo II, también aquí es preciso decir que es la primera vez que un Pontífice escribe recuerdos autobiográficos. Algunos han aludido al caso de Pío II, pero en realidad los breves Commentarii de Enea Silvio Piccolomini, editados en 1458, están escritos catorce años antes de su elección al Papado. En todo caso, y a diferencia también de colecciones epistolares y de testamentos, este libro de Juan Pablo II tiene unas características particulares que se comprenden mejor si se considera cómo surgió.
El 27 de octubre de 1995, durante el acto de clausura de un simposio organizado por la Santa Sede para conmemorar el 30.º aniversario del decreto Presbyterorum ordinis, el documento del Vaticano II sobre el sacerdocio, la intervención del Papa tuvo unas características particulares. «En el clima festivo de aquella asamblea -escribe él mismo en el prólogo del libro-, diversos sacerdotes hablaron de su vocación, y también yo ofrecí mi testimonio».
Juan Pablo II relató el origen de su propia vocación sacerdotal. Confió -entre otros detalles personales- que ningún día, en sus casi (entonces) 50 años de sacerdocio, había dejado voluntariamente de celebrar la misa. Relató también que su vida gira en torno a la Eucaristía; que reza a diario por las intenciones que le llegan, y que conserva esas notas sobre el reclinatorio de su capilla.
Aquella confidencia, ante un auditorio de varios miles de personas y retransmitida además en directo por la televisión italiana, provocó cierta impresión. El Vicario para la diócesis de Roma, cardenal Camillo Ruini, imprimió el texto de la intervención del Papa y lo envió como regalo a todos los sacerdotes romanos. Meses después, el Santo Padre volvió sobre algunos de esos temas en la Carta que dirigió a los sacerdotes de todo el mundo con ocasión del Jueves Santo, donde recordaba otros episodios de su vocación y a algunos compañeros de seminario.
«Una comprensible resistencia»
Con esos antecedentes, no sorprende que a los colaboradores del Santo Padre, y concretamente a la Congregación para el Clero, se les ocurriera sugerirle que ampliara esos recuerdos y los pusiera por escrito, argumentando que esas palabras podrían hacer un gran bien a muchas personas, especialmente a los sacerdotes. «Confieso que la propuesta suscitó en mí alguna comprensible resistencia -recuerda el Papa en el prólogo-. Pero acto seguido consideré obligado aceptar la invitación, viendo en eso un aspecto del servicio propio del ministerio petrino».
Mons. Crescencio Sepe, secretario de la Congregación para el Clero, subrayó durante la presentación del libro que, en efecto, «el Papa se rindió ante la razón de que ese testimonio personal podría servir para que los más de cuatrocientos mil sacerdotes repartidos por el mundo pudieran vivir mejor su sacerdocio, y para que se conozca hoy mejor cual es la identidad y la misión del sacerdote».
El Santo Padre escribió el texto en polaco durante los días de descanso veraniego. Para estimular sus recuerdos, en el mes de abril se pidió al periodista Gianfranco Svidercoschi que preparara algunas preguntas escritas y una guía, que sirvieran al Santo Padre de hilo conductor del relato autobiográfico y le ayudaran a vencer el natural pudor. «Mi trabajo terminó ahí», afirmó el periodista durante la rueda de prensa. Svidercoschi es autor de Carta a un amigo judío, libro que relata la amistad de Juan Pablo II con Jerzy Kluger, el «amigo hebreo» de los tiempos escolares, que reencontró en Roma muchos años después.
Un protagonista sin protagonismo
Don y misterio consta de diez capítulos y un apéndice que contiene las letanías a Nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote y Víctima, que era tradición recitar en el seminario de Cracovia, especialmente la víspera de la ordenación. Siete de los capítulos tienen un corte autobiográfico, mientras que los tres últimos son más bien una reflexión sobre el sacerdocio y una exhortación a los sacerdotes. De todas formas, ambas partes forman una unidad, son interdependientes: el relato autobiográfico es una descripción de lo que es el sacerdocio, mientras que el punto de partida de la reflexión es su propia experiencia personal.
Quizá lo más llamativo es la sencillez con la que el Papa narra esos episodios autobiográficos: es un protagonista sin protagonismo, lo que parece manifestar que se trata de aspectos sobre los que ha meditado mucho.
Del repaso de las personas, circunstancias y episodios que han influido y configurado su vida, se desprende casi la evidencia de que todo ha contribuido a prepararlo para su elección como Sucesor de Pedro.
«Me fue ahorrado mucho del grande y horrendo theatrum de la segunda guerra mundial. Un día cualquiera de aquellos podría haber sido sacado de casa, de la cantera, de la fábrica, para ser llevado al campo de concentración. A veces me preguntaba: muchos de mis coetáneos pierden la vida, ¿yo por qué no? Hoy sé que no fue una casualidad. La Providencia me ha ahorrado las experiencias más pesadas; por eso, tanto más grande es el sentido de mi deuda hacia las personas conocidas, o, aún más numerosas, desconocidas, sin distinción de nación y de lengua, que con su sacrificio sobre el gran altar de la historia han contribuido a que se realizara mi vocación sacerdotal».
Un sacerdote que cuenta con los laicos
Otros acontecimientos, entonces sin un sentido particular, adquirirían su pleno significado tras la elección. «He podido conocer desde dentro, por así decir, los dos sistemas totalitarios que han marcado trágicamente nuestro siglo: el nazismo, por una parte, con los horrores de la guerra y de los campos de concentración; y el comunismo, por otra, con su régimen de opresión y de terror. Es fácil, por tanto, comprender mi sensibilidad por la dignidad de toda persona humana y por el respeto de sus derechos, empezando por el derecho a la vida».
Tampoco le faltó oportunidad, durante los años de formación que siguieron a la ordenación sacerdotal, de conocer la Europa occidental «de las maravillosas catedrales góticas y, al mismo tiempo, la Europa amenazada por el proceso de secularización. Veía el desafío que eso significaba para la Iglesia, llamada a hacer frente al peligro inminente a través de nuevas formas pastorales, abiertas a una mayor presencia del laicado».
En realidad, señala más adelante, «me ha acompañado siempre la profunda conciencia de la urgente necesidad del apostolado de los laicos en la Iglesia. Cuando el Concilio Vaticano II habló de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, no pude menos que sentir una gran alegría: lo que el Concilio enseñaba respondía a las convicciones que habían guiado mi acción desde los primeros años de mi ministerio sacerdotal».
En el libro se descubre, además, el origen de otros detalles menores, como la costumbre de besar el suelo al llegar a un nuevo lugar, que aprendió de la vida de San Juan María Vianney, el Cura de Ars. Del encuentro con la figura de este santo francés sacaría, sobre todo, «la convicción de que el sacerdote realiza una parte esencial de su misión por medio del confesonario, por medio de aquel hacerse prisionero en el confesonario. He tratado de conservar siempre esta ligazón con el confesonario». El Papa señala, asimismo, que la invocación Totus tuus, dirigida a la Virgen, la tomó de San Luis María Grignion de Montfort (cuyos escritos, anota, pueden no gustar «por su estilo un poco enfático y barroco, pero la esencia de las verdades teológicas que contiene es incontestable»).
El compañero fusilado por la Gestapo
Según Svidercoschi, en el libro «no hay grandes revelaciones: lo que es inédito es el conjunto, el marco que Juan Pablo II traza de su propio camino espiritual». A lo largo de sus páginas aparecen las figuras que han influido en su formación sacerdotal, comenzando por su padre. «Entre nosotros no hablábamos de vocación, pero su ejemplo fue para mí de alguna manera el primer seminario, una especie de seminario doméstico». Otros fueron el cardenal Sapieha, arzobispo de Cracovia; el sacerdote Kazimierz Figlewicz, profesor de religión y confesor; un laico, Jan Tyranowski, el sastre que le introdujo en la lectura de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.
Conocemos así también la influencia que tuvieron en su vida la espiritualidad carmelitana (le impusieron el escapulario a los diez años «y lo llevo todavía»), los salesianos de su parroquia y los numerosos sacerdotes polacos y alemanes deportados a los campos de concentración, de los que muchos no volverían.
Tampoco regresó uno de sus compañeros de seminario clandestino, Jerzy Zachuta, con quien ayudaba a misa al arzobispo durante cierto periodo. «Recuerdo que un día no se presentó. Cuando pasé por su casa, después de la misa, supe que se lo había llevado la Gestapo. Poco después su nombre apareció en el elenco de polacos destinados a ser fusilados. Como fui ordenado en aquella capilla que nos había visto tantas veces juntos, no podía dejar de recordar a este hermano en la vocación sacerdotal, al que Cristo había unido de otro modo al misterio de su muerte y resurrección».
La maduración de su vocación sacerdotal tuvo lugar «en el periodo de la segunda guerra mundial, durante la ocupación nazi». La tragedia de la guerra «me ayudó a ver desde un nuevo ángulo el valor y la importancia de la vocación. Ante el extenderse del mal y las atrocidades de la guerra, me resultaba cada vez más claro el sentido del sacerdocio y de su misión en el mundo».
Lo que el hombre espera del sacerdote
De la reflexión sobre el sacerdocio, que como se ha indicado sigue el hilo del propio relato autobiográfico, se pueden señalar quizás tres puntos: que el sacerdote debe, ante todo, ser personalmente santo; que no debe perseguir «estar al día», de un modo superficial; y que el pueblo espera de él que le hable de Cristo.
«En mi ya larga experiencia, entre tantas situaciones diversas, me he confirmado en la convicción de que sólo del terreno de la santidad personal puede crecer una pastoral eficaz, una verdadera cura animarum. El secreto más verdadero de los auténticos éxitos pastorales no está en los medios materiales, y todavía menos en los medios ricos. Los frutos duraderos de los esfuerzos pastorales nacen de la santidad del sacerdote».
Al margen de la debida renovación pastoral, añade en otro pasaje, «estoy convencido de que el sacerdote no debe tener ningún miedo a estar fuera del tiempo, porque el hoy humano de cada sacerdote está insertado en el hoy de Cristo Redentor».
Si analizamos lo que espera «el hombre contemporáneo del sacerdote se verá que, en el fondo, espera sólo una cosa: tiene sed de Cristo. Lo demás -lo que es necesario en el plano económico, social, político- lo puede pedir a muchos otros. ¡Al sacerdote le pide Cristo! Y tiene derecho de esperarlo ante todo mediante el anuncio de la Palabra».
Una de las características más originales del libro es que no consiste en una mirada nostálgica hacia el pasado, sino en una colección de recuerdos proyectados hacia el futuro. Entre líneas se palpa el deseo del Papa de invitar al lector joven a meditar sobre su propia vocación. Don y misterio ayuda a comprender un poco mejor la figura del Pontífice que se prepara a conducir la Iglesia hacia el tercer milenio. Y a descubrir de nuevo que el Papa se considera, ante todo, un sacerdote.
Diego Contreras_________________________(1) Juan Pablo II. Dono e Mistero. Nel 50.º del mio Sacerdozio. Libreria Editrice Vaticana. Roma (1996). 117 págs. 15.000 liras. Ilustrado con quince tablas de Stanislaw Sobolewski.