¿La cultura «laica» no tiene de qué arrepentirse?

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Con su propuesta de examen de conciencia histórico, Juan Pablo II se dirigía a los cristianos. Pero, una vez más, una acción del Papa está alimentando también el debate cultural. En Italia ha sido Ernesto Galli della Loggia, profesor universitario, exponente de lo que allí se llama pensamiento laico y liberal, quien desde las páginas del Corriere della Sera (26 octubre) ha recogido el guante. También la cultura «laica» tiene sus culpas y tiene que pedir perdón. La afirmación resonó como una colosal provocación y ha dado origen a un animado debate.

Para Ernesto Galli della Loggia, el examen de conciencia que está llevando a cabo el Papa pone en una situación embarazosa a los no creyentes. Pero, añade, «a juzgar por el silencio general se diría que la cultura laica no se considera implicada en ninguna reflexión autocrítica de fin de milenio». El autor precisa que no se refiere a los representantes políticos de esta u otra nación, algunos de los cuales han pedido perdón a las víctimas de sus respectivos países. Me refiero, dice, «a la cultura que gusta llamarse laica, en la que obviamente está comprendida la marxista, a las ideas y valores que desde la Ilustración han dominado Occidente y su historia».

El mecanismo de la culpa

Según el autor del artículo, la llamada cultura laica puede incluso «llegar a reconocer después de muchos años que determinadas ideas fueron equivocadas, pero le resulta imposible admitir que tal error implique también alguna forma de responsabilidad moral». La cultura laica, en el mejor de los casos, lo único que hará es ver «qué cosa no ha funcionado». Pero el problema que plantea Della Loggia es el de la responsabilidad propia de una cultura «en cuanto productora de opiniones y valores que, en un cierto número de casos, se revelan no sólo erróneos sino nocivos».

Para desembarazarse de este problema se emplean dos recursos tradicionales. El primero es atribuir toda la responsabilidad a los individuos, que han aplicado las ideas de modo equivocado (por ejemplo, Stalin como explicación de los males de la Revolución de Octubre). El segundo es echar las culpas a la historia, es decir, a las circunstancias excepcionales en que se han encontrado los hombres y las ideas, circunstancias que les han arrastrado (es el caso de la Revolución francesa combatida por los enemigos externos e internos). De este modo, la cultura laica, que «subraya al máximo con todo el énfasis posible los males de las culturas rivales», rechaza todo lo que pueda implicar responsabilidad moral propia.

El único modo que tiene la cultura laica de afrontar el descarrilamiento de las propias ideas consiste en «hacer la historia del accidente, recorrer sus fases para tratar de comprender lo que no ha funcionado». Pero, se pregunta Della Loggia, «si una cultura no conoce el mecanismo de la culpa, de la propia culpa, ¿cómo puede aspirar a encarnar una posición realmente ética? ¿Puede haber moralidad sin arrepentimiento? ¿Qué fundamento tiene, por lo tanto, hablar de ética laica, de ética de la cultura laica, si después ésta y sus representantes más destacados sólo conocen la inocencia, mientras reservan la culpa sólo y siempre para los demás?».

Galli della Loggia piensa que la toma de postura del Papa y de la Iglesia obliga a la cultura laica a plantearse estas preguntas incómodas. Preguntas que hasta ahora ha eludido, «prefiriendo dejar a la cultura religiosa, fundada sobre el absoluto, el deber de batir el campo áspero y atormentado de la moralidad, mientras ella se reserva el campo mucho más cómodo del moralismo».

Nada de «mea culpa»

La provocación de Della Loggia ha hecho saltar chispas. El filósofo Emmanuele Severino piensa que, por el contrario, la novedad está en que los católicos sean conscientes de sus culpas, ya que «los laicos siempre han reconocido las consecuencias negativas de sus acciones». Eugenio Scalfari, fundador del diario La Repubblica, descarta desde las páginas de ese diario (31 de octubre) esos supuestos efectos negativos: «No creo en absoluto que ilustrados, espinozistas, kantianos y hegelianos, etc. tengan ninguna responsabilidad en las masacres nazis, soviéticas o maoístas, etc.». Además, «sin Voltaire, sin Kant y -me permito decir también- sin Marx, Freud, Einstein y Keynes no nos podríamos ni siquiera llamar modernos».

Si para alguno no hace falta pedir perdón, otros consideran que ya se ha hecho. Alfonso Berardinelli (Corriere della Sera, 1 de noviembre) comenta la situación, para concluir que «la historia de la cultura liberal y marxista está llena de autocríticas». Y propone una idea: «Probemos a imaginar el futuro y preguntémonos si nuestro actual estilo cultural y de vida no esté produciendo culpas de las que habrá que pedir perdón dentro de diez años».

El periodista Giorgio Bocca afirma que «la moda del mea culpa es una ofensa a la historia» (La Repubblica, 3 de noviembre). Y para ilustrarlo añade que «incluso el antisemitismo forma parte de la historia y ha sido un fenómeno difundido tanto entre católicos como protestantes, entre aristócratas o comunistas. Un fenómeno ligado a una historia que ha ocurrido y del que no tiene sentido buscar responsabilidades morales».

Preguntas incómodas

Mucho más prudente se muestra el filósofo Norberto Bobbio, quien a sus 88 años continúa siendo un punto de referencia para el pensamiento laico. Aunque no entra en el tema concreto del examen de conciencia, sí que se siente interpelado por la acción del Papa (Avvenire, 4 de noviembre). «El laico es uno que tiene sus creencias sin las cuales no podría vivir. Pero, al mismo tiempo, en un determinado momento puede cambiar de idea, puede dudar. Yo por ejemplo, en algunos puntos dudo, como en el tema del aborto… Precisamente porque estoy lleno de dudas, dudo también del laicismo».

«El Pontífice pide perdón por el absolutismo de los juicios. Como aquel con el que se definía a los hebreos como el pueblo deicida. De todas formas, no se puede juzgar nunca colectivamente. La responsabilidad, como enseña incluso el derecho penal, es individual». «Lo que digo es que el laico es dubitativo y, por eso mismo, sufre. Porque está en un mundo en el que debe plantearse continuamente el problema de qué es mejor hacer en cada momento. Que es lo que yo he hecho durante toda mi vida de modo siempre angustioso. Veo la vida consumarse, estoy cansado y continúo buscando».

Por encima de las diferencias de criterio, una cosa está clara: al plantear el problema de la culpa y de la purificación de la memoria histórica, Juan Pablo II está obligando a creyentes y no creyentes a hacerse preguntas incómodas.

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