Tras el asesinato de los siete monjes trapenses que el Grupo Islámico Armado (GIA) mantenía secuestrados, la Iglesia católica en Argelia vuelve a plantearse su futuro. Con estos son ya 17 los religiosos asesinados desde que en mayo de 1994 el GIA prometió la «liquidación de judíos, cristianos y herejes en tierra musulmana».
Francia ha vuelto a hacer «un llamamiento solemne a todos los franceses que residen en Argelia», mencionando también explícitamente a los religiosos, para que abandonen el país. El cardenal Lustiger, arzobispo de París, ha declarado al respecto: «Aquellos que teman por sus vidas deben obedecer el llamamiento; aquellos que quieran seguir dando testimonio de amor, sabrán lo que desean hacer».
En mayo de 1994 la comunidad católica en Argelia se componía de unas 25.000 personas, con 4 obispos, 170 sacerdotes, 100 religiosos no sacerdotes y unas 350 religiosas. Cuando comenzaron los atentados contra los religiosos, se dejó a su libre decisión el permanecer o marcharse del país. Muchos han optado por quedarse, de modo que aún permanecen en Argelia unos 300 religiosos y religiosas. Tras el secuestro de los trapenses el pasado 28 de marzo, los religiosos que se encontraban dispersos por el país fueron concentrados en las grandes ciudades como Orán, Constantina y Argel.
En una carta escrita a las Conferencias Episcopales de Europa, en enero de 1995, los obispos de Argelia describían así la situación: «Rodeados por una población generalmente muy vinculada a su presencia, muchos desean quedarse en este país al que les une su vocación misionera. Otros no resisten la presión del miedo y las intervenciones exteriores. Los sacerdotes diocesanos, poco numerosos, intentan mantener una presencia simbólica, con frecuencia reducida a algunas personas en las ‘parroquias’ (estudiantes africanos, cristianos argelinos, esposas cristianas de musulmanes, laicos consagrados o residentes)».
Los obispos reconocían que «nuestra presencia en Argelia ha disminuido fuertemente en algunos meses». Consideraban importante esta presencia para mantener los lazos creados con la población argelina. En primer lugar, con los argelinos cristianos y las esposas cristianas de argelinos musulmanes: «Su semiclandestinidad se ampara en nuestra presencia». Y también con «los argelinos musulmanes que rechazan el totalitarismo y quieren vivir un Islam abierto al pluralismo de tendencias, de políticas, de culturas, acogiendo a las demás religiones». «Desaparecer -decían los obispos- sería aceptar como inevitables las exclusiones que se multiplican».
El arzobispo de Argel, Mons. Henri Teissier, declaró que él no pensaba salir del país. Asegura que son los propios argelinos los que les piden que no se vayan y que contribuyan así a mantener la esperanza. Mons. Pierre Claverie, obispo de Orán, ha manifestado que «nuestra resolución de permanecer en Argelia en tanto que Iglesia no cambiará». Aunque admite que quienes no quieran soportar el peso de la violencia son libres de marcharse.
Numerosos testimonios de la población argelina han manifestado consternación ante los asesinatos y solidaridad con la comunidad cristiana. Desde el Consejo de los Musulmanes en Francia hasta el integrista Frente Islámico de Salvación han condenado la acción del GIA. Un comunicado de la Santa Sede destacaba la generosidad de las víctimas y afirmaba que el Papa «se dirige a los creyentes musulmanes con el fin de que unan sus esfuerzos de manera que nunca el nombre de Dios sea invocado para justificar actos que constituyen la ofensa más grave a Dios y a los hombres».