La JMJ, un balón de oxígeno

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Dentro de la mortecina economía española, a una ciudad que recibe a cientos de miles de turistas religiosos le ha caído un regalo del cielo.

Dentro de la mortecina economía española, el empujón del turismo es un balón de oxígeno. En el primer semestre del año llegaron a España 24,8 millones de turistas internacionales, lo que representa un crecimiento interanual del 7,5%. Y aún faltan los datos de julio y agosto, que son el centro de la campaña turística y la mayor fuente de empleo estacional en un país con el 20% de paro.

En este contexto, una ciudad que pudiera contar con un evento que garantizara cientos de miles de turistas durante al menos una semana, consideraría que le había caído un regalo del cielo. El regalo le ha caído a Madrid con la Jornada Mundial de la Juventud, del 16 al 21 de agosto. Así lo entienden las autoridades, tanto del Ayuntamiento como de la Comunidad Autónoma y del gobierno nacional, que han acogido la JMJ de buena gana y con ánimo de colaboración.

No hay que olvidar la importante proyección internacional de la marca Madrid y de la marca España, gracias a un evento al que asisten jóvenes de todo el mundo.

No es para menos. Ya se han inscrito más de 456.000 jóvenes, pero también se espera a otros muchos miles –sobre todo españoles– que no se inscribirán pero estarán presentes. Los inscritos comerán en alguno de los 2.132 restaurantes o bares que se han asociado al evento, donde se puede pagar con los tickets de restaurante a los que da derecho la inscripción. Muchos de los jóvenes desplegarán su saco de dormir en locales públicos, de la Iglesia o privados, pero otros ocuparán plazas hoteleras o de camping. Según el presupuesto de la JMJ, se gastarán 50 millones de euros en la organización de los actos, las instalaciones y el material para los peregrinos. Todo esto está suponiendo una inyección económica de consumo, empleos, ventas, impuestos (los organizadores sostienen que solo por impuestos directos e indirectos generados por la JMJ entrarán al menos 30 millones de euros en las arcas públicas).

A esto hay que sumar la importante proyección internacional de la marca Madrid y de la marca España, gracias a un evento al que asisten jóvenes de numerosos países, y cuyas imágenes estarán en las televisiones del todo el mundo. Madrid, que sigue manteniendo su candidatura para sede olímpica, tiene la ocasión de proyectar su imagen, sin gastarse los millones de euros que hasta el momento ha empleado en promover su candidatura.

Porque no hay que perder de vista que la JMJ no recibe ninguna subvención directa del Estado, sino que se financia con las aportaciones de los inscritos (que pagan de 30 a 210 euros, según los casos) y de las cien empresas patrocinadoras.
Habida cuenta de estos datos puramente económicos, si las agencias de rating se ocuparan también de calificar los eventos de alcance internacional, no hay duda de que a la JMJ de Madrid le darían su nota máxima, AAA.

Una buena acogida

Por eso resultan tan extrañas algunas críticas de grupos minoritarios que declaran estos días su malestar por la visita del Papa y de cientos de miles de jóvenes como si les causara un perjuicio en su cartera. Algunos tergiversan directamente, al decir que no quieren que el dinero de sus impuestos se destine a un acto religioso, cuando el evento es sufragado por la propia organización sin fondos públicos.

Los que matizan más, dicen que, aunque no haya subvención directa, habrá gasto público, por la seguridad, la apertura de locales públicos, el consumo de agua y de luz… Pero la utilización de recursos públicos es lo que sucede siempre que se organiza un evento con participación de masas, y a nadie le extraña. Si Madrid fuera elegida como sede olímpica, también tendría que poner a disposición de los asistentes muchos más recursos públicos.

Otros se rasgan las vestiduras ante los cortes de tráfico que habrá esos días en Madrid por la visita del Papa. Como si no los hubiera cuando se celebra los diversos maratones populares, la llegada de la Vuelta Ciclista, el Orgullo Gay, los desfiles militares y los diversos “días” que constelan el año (de la bicicleta, de los niños, del Año Chino…). Y, en cualquier caso, un evento que se celebra a mitad de agosto, cuando las calles madrileñas suelen tener tan poco tráfico que casi se puede cruzar la calle sin mirar a los dos lados, no parece que vaya a causar graves trastornos.

Da la impresión de que algunos preferirían que fueran hooligans antes que creyentes.

A los malhumorados críticos también les parece fatal que a los jóvenes inscritos en la JMJ se les haga una rebaja especial en el transporte público, que costará un 80% menos que el abono para turistas. Bien es verdad que durante todo el año existe un “abono joven” que también otorga una buena rebaja, pero se ve que para estos críticos los jóvenes de la JMJ no son jóvenes de verdad. En cualquier caso tiene poco sentido decir que el descuento del transporte público supone una “merma de los ingresos de las arcas públicas”, cuando lo que se va a producir es un aumento masivo de las ventas. En un agosto típico se venden 700 abonos para turistas; en cambio, la organización de la JMJ ha comprado 600.000.

Antes “hooligans” que creyentes

Otro tipo de cálculo unilateral es el de los que lamentan que como el Gobierno declaró la JMJ evento de interés público, las empresas patrocinadoras se pueden deducir el 15% de lo aportado, lo cual supone una menor aportación de las empresas al fisco. Pero lo mismo sucede con los otros 14 eventos declarados este año de interés público, y en este aspecto la JMJ supone apenas un 5% de la merma recaudatoria que implican todos estos eventos.

Es curioso que esta preocupación de los críticos por el erario público solo aparezca cuando la gente que acude está movida por un interés religioso, y no cuando se trata de hinchas de fútbol, de orgullosos gays o de entusiastas de festivales de rock.
En cualquier caso, lo económico no es más que un elemento instrumental en la JMJ. Lo importante es que la presencia de estos jóvenes va a suponer sobre todo un balón de oxígeno para el espíritu.

Los críticos, aunque sean pocos, tienen todo el derecho del mundo a decir que son alérgicos a la religión. Pero, como los argumentos “económicos” son tan insostenibles, deberían centrar el debate en lo que verdaderamente les molesta: que los cientos de miles de jóvenes que acuden a la JMJ vengan a rezar, a escuchar a Benedicto XVI, a dar testimonio de la alegría de su fe, a sentirse unidos con otros jóvenes. Da la impresión de que algunos preferirían que fueran hooligans antes que creyentes.

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