La libertad de persuadir

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¿Debe considerarse como nefando proselitismo cualquier intento de convencer a otro de las propias convicciones? Tommaso Padoa Schioppa defiende en «Il Corriere della Sera» (18 enero 2005) la libertad de persuadir, también dentro de una sociedad multicultural en Occidente.

Tommaso Padoa pretende analizar el naciente lugar común según el cual «un espíritu abierto debería abstenerse de propagar sus propias ideas y aceptar las del otro sin ponerlas en discusión. El proselitismo sería típico de quien es intolerante, absolutista, poco inclinado a respetar al otro». Este modo de pensar le parece «gravemente errado».

Si el proselitismo se define como «la tendencia a hacer nuevos seguidores de una religión, de una doctrina, un partido, una idea, un proyecto», este esfuerzo se da tanto en el campo religioso como en el científico, filosófico o político. Padoa advierte que «separar libertad de expresión y proselitismo es por lo menos arduo, quizá imposible: por eso es ilusorio pensar que se puede reprimir el proselitismo sin lesionar aquella. Es difícil imaginar que la expresión del pensamiento esté desprovista del deseo de convencer al destinatario».

En la esfera individual, «¿qué cosa más natural y más civilizada que el esfuerzo de intentar convencer al prójimo de aquello en lo que uno cree y de lo que está convencido? Y a la inversa, desde el punto de vista de este prójimo, ¿Qué cosa más incoherente con una actitud dispuesta a buscar la verdad que la exclusión «a priori» del intento -considerado además ofensivo- de que otro intente persuadirle de la bondad de su pensamiento y de sus posiciones?»

En la esfera social, «una sociedad en la cual la propaganda de las propias ideas fuese considerada un atentado a las personas sería justo la contraria de aquella que los filósofos, militantes políticos y simples ciudadanos han intentado realizar en nombre de la libertad. Proselitismo no significa -mírese el diccionario- tratar de hacer seguidores con violencia, de enrolar adeptos contra su voluntad. Significa derecho de expresión y de asociación. Empieza propiamente con el reconocimiento del otro. San Francisco predicaba a los pájaros; pero muchos consideran interlocutores indignos a otros seres humanos de carne y hueso. Por parte del que lo practica el proselitismo presupone estar convencido de las propias ideas y dispuesto a hacer partícipes de ellas a otros; en el que escucha, presupone libertad».

En culturas abiertas

«En la vida social, el proselitismo arraiga en culturas y grupos humanos abiertos a acoger a los nuevos y diferentes, sin distinción de sangre o de clase, en un régimen político y conforme a unas costumbres en que los individuos pueden cambiar de ideas, de religión, de partido político. No es irrelevante que la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por la ONU en1948, reconoce ‘la libertad de cambiar de religión o de credo, y la libertad de manifestar , individual o colectivamente, sea en público o en privado, la propia religión y el propio credo’ (art. 18)».

En cambio, señala Padoa, «el proselitismo no es practicable cuando la sociedad está dividida en castas, como en la India tradicional; o cuando se trata de un grupo cerrado, como en la antigua oligarquía de las familias patricias que gobernó Venecia durante siglos; o cuando el grupo se forma por cooptación, como en los países en que gobierna un solo partido; o cuando se prohíbe abandonar el grupo o se hace muy difícil con sanciones morales, como el destierro, o además con penas materiales, como la condena a muerte por apostasía; o, en fin, donde el territorio, y no una elección en conciencia, determina la fe que uno debe abrazar («cuius regio, eius religio»).

«Basta la enumeración de estos casos negativos para ilustrar como, en positivo, el proselitismo es expresión de independencia individual, de espíritu crítico. No se da el proselitismo donde arraiga la represión política, la apatía, la indiferencia agnóstica, el conformismo de grupo, la segmentación social en comunidades impenetrables, definidas por la sangre o el territorio. Lo encontramos donde la sociedad es abierta y viva, donde florecen pasiones y creencias, donde la vía de la salvación está abierta a cualquiera que desee tomarla, donde la comunidad humana se percibe como una, y sin embargo capaz de dividirse y competir».

El autor reconoce que «el proselitismo, como cualquier otra expresión de la libertad, puede incurrir en excesos y perversiones», como lo son las conversiones forzadas que a veces se han dado en la historia del cristianismo o en la del Islam. «Estas conversiones turban particularmente en el caso del cristianismo, en cuanto religión fundada en la libertad de conciencia más bien que en el vínculo de la sangre».

«La tendencia a imponer, en vez de proponer, a vencer en vez de convencer está siempre presente en el espíritu humano como una tentación», en la que pueden caer individuos y grupos, en el comportamiento privado y en el público. «Los argumentos del poder no deberían sustituir nunca al poder de los argumentos. Pero se caería en el mismo error si se condenase el proselitismo en cuanto tal por razón de que puede degenerar».

Mayorías y minorías

El autor no cree que el proselitismo sea más propio de las mayorías que de las minorías. «Tanto en unas como en otras encontramos la práctica, el rechazo y las degeneraciones del proselitismo. Una idea nueva se difunde por el empeño activo -tanto más activo cuanto más revolucionaria es la idea- de minorías que la han abrazado y la juzgan digna de ser difundida. Las mayorías están quizá más inclinadas a la opresión que a la persuasión».

«El proselitismo se ejercita con el individuo, cuya libertad se presupone. Tanto su práctica como su rechazo tienen que ver con la persona singular y con el comportamiento social, con la autonomía del individuo dentro de cada uno de los múltiples y cada vez más amplios grupos a los que pertenece en la sociedad. En una sociedad libre debe haber libertad también dentro de los grupos minoritarios. La ley protege esta libertad, pero la costumbre puede restringirla de hecho notablemente».

Por último, Padoa se refiere al proselitismo dentro de las sociedades multiculturales de Occidente, «donde grupos de inmigrantes o culturas minoritarias piden a menudo el estatuto de especie protegida. Y lo hacen en nombre de dos elementos cuya importancia , según Galli della Loggia, ha crecido por efecto del Holocausto: la fuerte valorización positiva de la identidad colectiva y el carácter central de la figura de la víctima en general».

Padoa señala que la noción de identidad colectiva debe manejarse con cautela, siendo consciente de los riesgos que esconde. «De juzgar como un valor la libertad de coexistencia de las culturas (cosa sacrosanta) se pasa a juzgar la misma diversidad como un fin en sí mismo (cosa errada); y de aquí se pasa a la condena del proselitismo Así la libertad se mata a sí misma y el multiculturalismo mata la cultura».

«Pluralismo significa -aclara Padoa- que las culturas tienen derecho de ciudadanía en una sociedad en abierta confrontación en formas pacíficas. Si, por el contrario, los grupos titulares de una ‘identidad colectiva’ son huéspedes en un archipiélago donde toda cultura -cada una con su certificado de denominación de origen- es defendida no en su derecho a hacer proselitismo sino en el derecho a no ser objeto de proselitismo, y está garantizada contra cualquier intento de persuasión, el resultado será el fin del pluralismo en nombre del multiculturalismo».

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