Actualizado el 15 de febrero de 2013
Algunos comentaristas se centran en la innovación que supone la renuncia del Papa y en sus motivos:
Andrea Tornielli comenta en Vatican Insider:
“¿La ‘cruz’ del Pontificado se hizo demasiado pesada para sus espaldas? Claro que sí (…) Pero justamente este gesto puede representar la última gran enseñanza del Papa Ratzinger. De este Papa que en su primer discurso a los cardenales en la Capilla Sixtina dijo que el Pontífice “debe hacer resplandecer la luz de Cristo, no la propia”. Todo lo que ha hecho en estos durísimos años ha sido para hacer entender a la Iglesia que la verdadera guía de la Iglesia misma no es el Papa, ni su protagonismo ni su heroísmo, ni su figura solitaria aislada en una torre y expuesta al ojo inmisericorde de los reflectores. La guía de la Iglesia es Jesús, de quien el Papa es solamente un vicario. (…)Al admitir su fragilidad física y psicológica, al hacer este gesto humilde y libre, el Papa transmite una vez más esta enseñanza.
Para André Vingt-Trois, arzobispo de París,“el Papa ha roto un tabú; su renuncia constituye un acto liberador para el futuro y para sus sucesores”.
¿Un papa sin fuerzas debe resistir o renunciar? El teólogo Olegario González de Cardedal comenta en ABC (12-02-2013): “Hay el heroísmo de la resistencia, que lleva al sujeto hasta el extremo de sus fuerzas, manteniendo unidos vida y cargo; mientras que existe también el heroísmo de la sumisión a las leyes de la naturaleza, a las condiciones de salud, a lo que los hechos humanos y los signos divinos invitan, reclamando una renuncia” (…) Benedicto XVI ha renunciado… ”Y lo ha hecho con unas palabras transparentes, comunicando en libertad una convicción madurada en libertad: no tiene las fuerzas físicas con la consiguiente capacidad intelectual y moral necesarias para guiar y regir la barca de la iglesia. Sin aspavientos y sin pretensiones, con la misma sencillez con que en 2005 anunció su aceptación desde la ventana de San Pedro: ‘Soy un pobre obrero en la viña del Señor’. Así vino y así se va”.
La humildad de un papa
El cardenal Julián Herranz confiesa en declaraciones a El Mundo (13-02-2013) que le sorprendió “la radical novedad de su decisión, que verdaderamente no tiene ningún precedente en la historia de la Iglesia. Se habla, por ejemplo, de la renuncia de Celestino V, pero fue distinto: era un anacoreta al que los cardenales decidieron nombrar Papa, pero que no tenía las condiciones humanas necesarias para ser Pontífice ni tenía conocimiento de la curia ni de las labores de Gobierno… Y no hay más precedentes históricos de una renuncia al Pontificado en perfectas condiciones mentales”.
En cambio, añade, “no me sorprendió por la persona. El de Benedicto XVI es un acto que ha puesto de manifiesto dos grandes virtudes que yo siempre he admirado en él: la humildad y el amor a la Iglesia. Benedicto XVI es un Papa humilde, sencillo, profundamente inteligente que ha dado a conocer el Evangelio con gran profundidad teológica pero también con gran sensibilidad. El gesto del Papa me parece de una humildad heroica. (…) Reconocer humildemente esos límites humanos ante la opinión pública mundial es un gesto de amor a la verdad, a la verdad sobre sí mismo, algo que no es fácil. Sólo hay que ver el apego a los cargos y la alta estima de sí mismos que tienen muchas personas”.
Isabelle de Gaulmyn, escribe en La Croix (11-02-2013), jugando con viejos clichés:
“El ‘panzer cardinal’, el ‘teólogo de hierro’, supo encontrar las palabras justas, las del corazón. Nada sorprendente en quien dedicó su primera encíclica al amor (Deus caritas est). Los historiadores harán balance de un pontificado particularmente complejo. Pero, en cualquier caso, dejará la marca del profundo pastor que fue, y al que se podría aplicar la síntesis que utilizó para hablar de su maestro, san Agustín: ‘No se sentía llamado a la vida pastoral, pero comprendió enseguida que Dios le llamaba a ser pastor entre los demás, ofreciéndoles el don de la verdad’”.
Benedicto XVI ha sido un humilde siervo de la verdad, auténtico “trabajador”: “es decir, obstinado, seguro de las orientaciones que imprimió en la Iglesia, de las decisiones que desconcertaban a menudo, incluso siempre. El Papa tiene la libertad de quien se sabe de paso. Asume el riesgo de la impopularidad”.
En la edición especial de Le Figaro, (12-02-2013), Étienne de Montety titula su comentario editorial “La humildad de un papa”. Recuerda otras sorprendentes decisiones de papas llamados de “transición”, como Juan XXIII.
En esa línea se inscribiría la decisión del “conservador” Benedicto XVI al renunciar voluntariamente al puesto de sucesor de Pedro, algo que nunca había ocurrido en la era moderna. “Benedicto XVI actuó siempre animado por una convicción interior, una certeza, que le hacía como indiferente a la barahúnda mediática. El inesperado anuncio de su renuncia procede también de esa fuerza de voluntad”. En el fondo, resulta coherente “con quien presentó siempre su ministerio como un servicio y no como el ejercicio de un poder”.
Responsables de diversas confesiones elogian a Benedicto XVI
Como destaca Martine de Sauto en un reportaje de La Croix, (12-2-2013), “los líderes religiosos elogian al teólogo y hombre de diálogo”: protestantes, ortodoxos, anglicanos y judíos “expresan su agradecimiento por el compromiso de Benedicto XVI con la reconciliación de las iglesias y el diálogo interreligioso”. Solo una nota disonante: “el silencio de los musulmanes”.
Todos evocan con unanimidad el coraje y la humildad de la renuncia de Benedicto XVI, tan conforme a la imagen de doctor de la fe, sobrio en gestos y discursos, que muchos guardan de él. El pastor Claude Baty, presidente de la Federación de Protestantes de Francia, estima la decisión «muy razonable y valiente».
Otra palabra repetida es «respeto»: «Hemos seguido con profundo respeto cómo Benedicto XVI asumió la responsabilidad y las cargas de su ministerio, a pesar de su avanzada edad, en una época muy exigente para la Iglesia», afirma el pastor Olav Fykse Tveit, Secretario General del Consejo Mundial de las Iglesias.
Algunos añaden una nota espiritual, como Justin Welby, el nuevo arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana, con referencia a la visita de Benedicto XVI al Reino Unido en septiembre de 2010: «El Papa Benedicto XVI nos ha mostrado a todos una parte del significado práctico de la Sede de Roma: dar testimonio del alcance universal del evangelio y ser un mensajero de esperanza en momentos en que se cuestiona la fe cristiana».
Reconocimiento de los ortodoxos
Muchos han tenido relación personal con Benedicto XVI, y manifiestan sus impresiones, como el arzobispo Hilarión de Volokolamsk, responsable de las relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú: después de expresar su gratitud por la comprensión de Benedicto XVI hacia «los problemas que impiden la normalización de las relaciones entre ortodoxos y católicos”, evoca los «memorables encuentros personales» con el Papa: “me asombró su actitud sosegada y reflexiva, su sensibilidad ante las cuestiones que planteábamos, su deseo de resolver juntos los problemas que surgen en nuestras relaciones”. Por su parte, el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, presente en Roma para la apertura del Año de la Fe, elogia a un «amigo» de la Iglesia de Oriente y subraya «la buena cooperación» que ha mantenido con el Papa en el marco de los esfuerzos de aproximación entre las Iglesias de Oriente y Occidente.
El agradecimiento de los judíos
Gilles Bernheim, Gran Rabino de Francia, cuyo ensayo sobre el «matrimonio gay, la homoparentalidad y la adopción» fue citado extensamente por Benedicto XVI en la felicitación de Navidad a los miembros de la Curia el 21 de diciembre pasado, califica la decisión como «digna y valiente».
Otros representantes de instituciones judías expresan su gratitud, y destacan los discursos y gestos durante los viajes de Benedicto XVI. Pero sobre todo señalan el relato de la pasión y muerte de Jesucristo que hizo en el segundo tomo de su Jesús de Nazaret: explica en sustancia –en la línea del Concilio Vaticano II (1962-1965), que rompió con la noción de «pueblo deicida»- que la expresión «los judíos» designa a ciertos aristócratas del pueblo», pero no ciertamente a todos los judíos.
Yona Metzger, Gran Rabino Asquenazí de Israel, a quien el Papa recibió en el Vaticano en septiembre de 2005, afirma que, bajo la autoridad del Papa Benedicto XVI, «las relaciones entre el gran Rabinato y la Iglesia han sido «mucho más estrechas, lo que ha llevado a una disminución de actos antisemitas en el mundo”. No deja de expresar su agradecimiento «por todo lo que ha hecho para reforzar los lazos entre las religiones y promover la paz interconfesional».
El Congreso Judío Mundial recuerda por su parte que «ningún papa antes que él había hecho tantos esfuerzos para mejorar las relaciones con los judíos, en los diversos niveles».
Dialogante con los no creyentes
Julia Kristeva, lingüista, ensayista francesa de origen búlgaro, destaca en declaraciones a Avvenire (13-02-2013) el carácter dialogante que Benedicto XVI ha mostrado con intelectuales no creyentes como ella. En el encuentro interreligioso que tuvo lugar en Asís en 2011, invitó también de modo oficial a un pequeño grupo de no creyentes, dándoles la palabra.
“Hemos comprendido que se ha terminado el tiempo de la sospecha” entre creyentes y no creyentes, dice Kristeva. Evocando el “no tengáis miedo” de Juan Pablo II, la invitación de Benedicto XVI tenía un sentido: “Creyentes y no creyentes, no os temáis y tratad de comprenderos hablando. Esto me parece indispensable para la existencia de Europa y para pensar juntos las heridas de Europa”. Por eso considera que Benedicto XVI es “un gran europeo que con su obra ha dado esperanza a una Europa en crisis”.
Del estilo personal de Benedicto XVI subraya que no ha sido un intelectual dogmático. Ha pedido a los creyentes que escuchen también a los no creyentes para así purificar su fe. “Es algo absolutamente inaudito que muestra al mismo tiempo una gran profundidad filosófica, gran humildad y una apuesta por el porvenir europeo en el sentido de un encuentro entre el humanismo cristiano y el secularizado”.
Sorpresas de un pontífice
Haciendo una comparación con el pontificado de Juan Pablo II, John Allen opina en National Catholic Report: “Benedicto XVI se mantuvo al margen de la geopolítica, y rara vez se colocó en la primera línea de la historia como Juan Pablo II. Su atención se centró más en la vida interna de la Iglesia, llamando a un sentido más fuerte de identidad católica tradicional frente a una era muy secular”.
En un artículo publicado en The Telegraph, Peter Stanford –editor del Catholic Herald– sostiene que la decisión de renunciar de Benedicto XVI se añade a la lista de sorpresas de su pontificado. Pocos de los que le acusaban de “inmovilista” podían imaginarse que Benedicto XVI sería el primer papa en renunciar de los últimos 600 años.
Tampoco era imaginable, añade Stanford, que el Rottweiler de Dios fuese “un Papa sin miedo a pedir perdón”. En este sentido, sostiene que el coraje y la humildad con que Benedicto XVI afrontó la polémica de los abusos en su viaje de 2010 a Reino Unido logró templar los corazones de los británicos (cfr. Aceprensa, 20-09-2010).
A eso se sumó el descubrimiento de su encanto personal: “Las multitudes se entusiasmaron con este hombre serio, de sonrisa nerviosa y sencilla humanidad”. El resultado es que “incluso los escépticos respondieron positivamente a sus críticas contra los intentos de marginar la religión”.
El cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York y presidente de la Conferencia Episcopal de EE.UU., también ha presentado a Benedicto XVI como un papa cálido. “El Santo Padre reúne el corazón tierno de un pastor, la mente incisiva de un erudito y la confianza de un alma unida a Dios en todo lo que hizo”, dijo en una nota publicada el mismo día en que el Papa anunció su decisión de renunciar.
Tareas de un pontificado
En su artículo en ABC, el teólogo Olegario González de Cardedal sintetiza así las tareas del pontificado de Benedicto XVI:
“En tan corto pontificado ha acometido tres grandes tareas, dentro de lo que él definió como su única misión: ser servidor del Evangelio. Este Evangelio lo ha traducido a la historia en tres grandes órdenes: clarificación intelectual de la verdad cristiana, para garantizar que la iglesia no propone opiniones de hombres sino palabra de Dios; reforma moral especialmente en aquellos órdenes que son más frágiles y vulneradores de la dignidad humana; transparencia financiera, de forma que los dineros de la Iglesia en su uso y sus fines correspondan a exigencias éticas y contribuyan también a realizar los ideales propios de la iglesia”.
(…) “Se centró en las cuatro grandes palabras de la modernidad. La primera es la verdad (…) La Verdad cristiana es idéntica al Amor. Tal es su primera encíclica: Dios es amor’ (…) En continuidad con ella están los tres grandes discursos en las universidades de Ratisbona, de la Sapienza en Roma y de los Bernardinos en París. La segunda gran palabra es libertad, y refiriéndose a su relación con la naturaleza y el orden divino, mostró sus consecuencias éticas en los discursos dirigidos al Parlamento alemán en Bonn, al Parlamento inglés en Londres y a la Curia en Roma. La tercera gran palabra es justicia, y a ella dedicó su tercera encíclica: La caridad en la verdad (…) La cuarta palabra es esperanza. Su segunda encíclica Salvados por la esperanza (…) responde a las preguntas: “¿Qué nos cabe esperar? ¿Es posible la esperanza para los seres finitos, mortales y además pecadores?” (…)
González de Cardedal concluye destacando un aspecto del Magisterio de Benedicto XVI: “Sobre todo no ha cejado de recordarnos a los humanos que Dios es la primera palabra, nuestra suma posibilidad y nuestra máxima necesidad; que en la respuesta a él en la fe y el amor llegamos a nuestra plenitud; que él separa el bien del mal y que cuando anulamos esta diferencia nos avecindamos en el territorio de la muerte”.