Roma. El conflicto de Timor Oriental no es una guerra de religión, según afirmó el obispo Carlos Ximenes Belo durante su visita a Roma, donde se entrevistó con Juan Pablo II. Mons. Belo, administrador apostólico de Dili, la capital, dijo que detrás de la violencia que se ha desatado en la antigua colonia portuguesa, que fue tomada por las armas en 1975 por Indonesia (que la convirtió un año después, unilateralmente, en su provincia número 27), hay sobre todo deseo de venganza.
La preocupación y repulsa internacionales fueron creciendo ante las noticias que llegaron de Timor Oriental en los días siguientes al referéndum del 30 de agosto. Y sin embargo, el goteo de muertes se había intensificado desde hacía ya meses. El propio Mons. Belo denunció en abril que el ejército indonesio estaba repartiendo armas entre la población civil, fomentando de este modo las acciones de los grupos paramilitares.
Pese al clima de tensión, se pudo desarrollar con relativa tranquilidad el referéndum sobre la autodeterminación, que se celebró bajo el control de inspectores de la ONU y con el acuerdo del presidente de Indonesia, B. J. Habibie. La participación fue masiva: votó el 98,6% de los 430.000 electores (la población total ronda los 800.000 habitantes), de los cuales el 78,5% dijo sí a la independencia. La proclamación pública de los resultados fue el desencadenante de la última y más agresiva ola de violencia, que tuvo en la Iglesia católica y sus instituciones uno de los blancos principales.
Aunque los obispos pidieron a los ciudadanos que votaran en conciencia, no parece equivocado sostener que en ambientes católicos se respaldara el «sí» en el referéndum. Quizás fuera esa una de las causas del ensañamiento. Además, la Iglesia es vista por los radicales «unionistas» como una institución que ayuda a mantener la identidad de los timoreses frente a la acción uniformante del gobierno de Jakarta. Una acción que se ha manifestado no sólo en el control político sino en la imposición de la lengua, la difusión de la cultura y el islam.
Un índice de la vitalidad de la Iglesia en Timor Oriental es que hoy los católicos son el 90% de la población, mientras que en el momento de la anexión por parte de Indonesia lo eran sólo el 32%.
Indonesia, con doscientos millones de habitantes, es el mayor país musulman del mundo y el cuarto en número de habitantes. Está integrado por más de trece mil islas, de las cuales unas seis mil están habitadas. En esa dispersión tiene su origen el énfasis en la idea de unidad nacional, que ha sido uno de los cinco principios de la filosofía nacional («Pancasila») creada por el primer presidente Sukarno y continuada por su sucesor, Suharto (quien se vio obligado a dimitir hace quince meses, dejando paso al frágil gobierno de Habibie).
Para parte de las autoridades civiles y militares indonesias, el problema de Timor Oriental no es muy distinto del que plantean dos focos de independentismo interno: Aceh, región situada en la parte occidental de Sumatra, e Irian Gaya, la antigua Nueva Guinea holandesa; regiones que se podrían contagiar del ejemplo de la autodeterminación de Timor Oriental.
La gran diferencia, sin embargo, es que Aceh e Irian Gaya formaban parte de Indonesia en el momento en que este país alcanzó formalmente su independencia, en 1949. No se pueden comparar, por tanto, con el caso de Timor Oriental, cuya ocupación por las armas nunca fue reconocida por la ONU. Tampoco la Santa Sede aceptó la anexión. Estableció, por ejemplo, que los obispos timorenses fueran administradores apostólicos directamente dependientes de Roma. Pero sí mantuvo relaciones diplomáticas con Indonesia, pensando también en la minoría católica de un país musulmán que en líneas generales siempre había respetado la libertad religiosa.
Diego Contreras