La polémica suscitada por la cita sobre el islam en el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona puede hacer olvidar otras ocasiones en las que el Papa se ha dirigido directamente a los musulmanes. Siempre lo ha hecho con respeto y cortesía. Sin embargo, sí puede advertirse cierto énfasis en las preocupaciones del Papa respecto al islam: el rechazo de la invocación religiosa para justificar la violencia y la petición de reciprocidad en el ejercicio de la libertad religiosa.
No son muchas las ocasiones en que Benedicto XVI ha hablado de las relaciones entre la Iglesia católica y el islam. El discurso más extenso es el que dirigió a los representantes de comunidades musulmanas, con ocasión de la Jornada de la Juventud en Colonia (20-08-2005).
Por una parte, insistió en que cristianos y musulmanes deben oponerse a cualquier justificación religiosa de la violencia: «Sé que muchos de vosotros habéis rechazado con firmeza, y también públicamente, en particular cualquier conexión de vuestra fe con el terrorismo y lo habéis condenado claramente. Os doy las gracias por esto, pues así se fomenta un clima de confianza, muy necesario».
«Los que idean y programan estos atentados -continuó- demuestran querer envenenar nuestras relaciones y destruir la confianza, recurriendo a todos los medios, incluso a la religión, para oponerse a los esfuerzos de convivencia pacífica y serena».
Buscando siempre un terreno común, Benedicto XVI expresó su convicción de que «la vida de cada ser humano es sagrada, tanto para los cristianos como para los musulmanes. Tenemos un gran campo de acción en el que hemos de sentirnos unidos al servicio de los valores morales fundamentales».
Evitar los errores del pasado
No ocultó el enfrentamiento que ha habido muchas veces a lo largo de la historia entre cristianos y musulmanes, pero lo recordó precisamente para superarlo. «Cuántas páginas de historia dedicadas a las batallas y las guerras emprendidas invocando, de una parte y de otra, el nombre de Dios, como si combatir al enemigo y matar al adversario pudiera agradarle. El recuerdo de estos tristes acontecimientos debería llenarnos de vergüenza, sabiendo bien cuántas atrocidades se han cometido en nombre de la religión. Las lecciones del pasado han de servirnos para evitar caer en los mismos errores. Nosotros queremos buscar las vías de la reconciliación y aprender a vivir respetando cada uno la identidad del otro. La defensa de la libertad religiosa, en este sentido, es un imperativo constante, y el respeto de las minorías una señal indiscutible de verdadera civilización».
Exigencia de reciprocidad
La invocación de la libertad religiosa y del respeto a las minorías expresa otra de las preocupaciones actuales de la Iglesia católica en sus relaciones con el islam. Sin duda, hay un sentimiento de frustración al comparar la libertad de que gozan los musulmanes en Occidente para construir mezquitas y vivir y propagar su fe, mientras que en no pocos países islámicos los cristianos viven en una situación de catacumbas.
Los crecientes flujos migratorios desde y hacia los países islámicos han puesto más en primer plano esta situación. No es extraño, pues, que el pontífice llamara la atención sobre la exigencia de reciprocidad en un discurso dirigido el pasado mayo al Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes (15-05-2006). La reciprocidad, aclaró, consiste en «una relación fundada en el respeto recíproco y, ante todo, en una actitud del corazón y del espíritu».
Según este principio, los cristianos, que están llamados a acoger «con los brazos abiertos» a inmigrantes de religión islámica, esperan que también «los cristianos que emigran hacia países de mayoría islámica encuentren acogida y respeto de su identidad religiosa».
La actitud más crítica hacia el fundamentalismo islámico y la exigencia de reciprocidad en la libertad religiosa responden a una actitud cada vez más extendida en el Vaticano. Cuando el pasado marzo Benedicto XVI reunió al Colegio cardenalicio, uno de los temas elegidos para tratar a puerta cerrada fue el de las relaciones con el islam. Y, según comentarios de participantes, hubo una firme insistencia en que ya es hora de abandonar el silencio diplomático sobre la persecución o discriminación de los cristianos en países musulmanes.
Esto ha de buscarse a través del diálogo, camino que Benedicto XVI ha subrayado desde el primer momento con claridad. Inmediatamente después de la Misa de inauguración del pontificado, al saludar a los representantes de otras religiones allí presentes, dijo a los musulmanes: «Estoy particularmente agradecido por la presencia entre vosotros de miembros de la comunidad musulmana y expreso mi aprecio por el crecimiento del diálogo entre musulmanes y cristianos, tanto en el ámbito local como en el internacional. Os aseguro que la Iglesia quiere seguir construyendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones». Y, en el encuentro de Colonia, reconoció que «el diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes (…) es una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro».
La visión de Ratzinger
Aunque una cosa son las palabras del teólogo Ratzinger y otra el magisterio de Benedicto XVI, no está de más recordar lo que contestaba a la pregunta sobre el islam en la entrevista con Peter Seewald en el libro «La sal de la tierra» (1996, págs. 264-267).
En una respuesta muy matizada, Ratzinger aclara que «el islam no es una realidad uniforme», y que «no tiene un magisterio doctrinal común». Entre otras divisiones, no hay que confundir un islam «noble» con un «islam extremista, terrorista, que no se debe identificar con el islam en general, porque no sería justo».
Pero advierte que el islam no se trata de una confesión religiosa más, que se inserta en una sociedad pluralista. No está estructurada como el cristianismo. «Porque el islamismo no admite, en absoluto, esa separación de los ámbitos político y religioso, que, desde el principio, caracteriza al cristianismo». El Corán es una ley religiosa que regula la totalidad de la vida política y social islámica, «con planteamientos muy distintos de los nuestros. Hay un claro sometimiento de la mujer al varón, y, en su concepción de la vida, existe un sistema ordenado de derecho penal, que continuamente se contrapone a nuestro concepto de sociedad moderna».
¿A qué se debe entonces la creciente importancia del islam en el mundo actual? Ratzinger lo atribuye a la confluencia del declive religioso en Occidente y del poder financiero de algunos regímenes árabes. «Ante la profunda contradicción moral del mundo occidental y su confusión interior, y ante la reaparición del poder económico en los países árabes, el alma islámica despertó (…). Así los musulmanes tienen la convicción de que el islam, al final, es el que ha quedado en escena como la religión más viva, que ellos tienen algo que decir al mundo; que son la verdadera fuerza religiosa del futuro».
Benedicto XVI ha tenido ocasión de experimentar estos días que este diálogo necesario con el islam no va a ser nada fácil.