Conflictos entre musulmanes y cristianos en África
Lagos. Periódicamente, Nigeria es ensangrentada por enfrentamientos entre distintos grupos. Así ha vuelto a ocurrir a principios de febrero. La línea divisoria principal es la que separa el norte musulmán del sur cristiano. Los conflictos se agravaron cuando, uno tras otro, varios Estados del norte decidieron implantar la ley islámica. Sin embargo, la religión es más bien instrumentalizada para unas disputas que son en realidad étnicas y, a fin de cuentas, políticas.
Todas las crisis y matanzas en Nigeria, con independencia de sus causas inmediatas, tienen un trasfondo político: responden a una lucha por el poder y los recursos naturales. Desde el sureste hasta Lagos; desde Kaduna, al norte, hasta el Estado de Benue, en Nigeria central, la historia es siempre la misma: disputas por el petróleo, el reparto de la tierra y el control de los territorios. Una facción se siente amenazada y marginada, y reacciona violentamente para arrebatar el poder a la otra.
Nigeria, con más de 250 grupos étnicos, nunca ha sido en realidad un país unido. Así lo reconocen muchos que ahora proponen una conferencia nacional para discutir las cuestiones que dividen al país, con vistas a hallar soluciones duraderas.
De las diversas etnias de Nigeria, tres -hausas, yorubas e ibos- forman cerca del 70% de la población total. Los hausas (29%), musulmanes, son mayoría en el norte. En la parte meridional abundan más los cristianos. Los yorubas (21%), cristianos o musulmanes, son la etnia principal en el oeste y suroeste. En el sureste tienen sus dominios los ibos (18%), cristianos en su mayor parte.
Desde que en 1999 los militares entregaron el poder a un gobierno civil (ver servicio 115/99), han aflorado muchas discordias, quizá por la mayor libertad de expresión garantizada por el nuevo régimen. En estos enfrentamientos, miles de personas han perdido la vida.
Tierras y petróleo
A veces se han enfrentado musulmanes y cristianos. Pero la religión es un elemento superficial y menor. Las raíces son otras. Cuando unos soldados arrasaron un pueblo tiv, en Nigeria central, el desencadenante fue una disputa por motivo de las tierras entre tivs y jukuns, las tribus de sendos antiguos jefes militares, enemigos entre sí. Cuando efectivos del ejército mataron a cientos de personas en Odi, la chispa fue la lucha por el dominio de los yacimientos petrolíferos.
En noviembre de 1999 hubo más de cien muertos en Lagos cuando se enfrentaron hausas y yorubas por el control de un mercado. Apenas tres meses después, en febrero de 2000, entre dos y tres millares de personas perdieron la vida en los choques entre musulmanes y cristianos en el cosmopolita Estado de Kaduna, en el norte. Kaduna volvió a tener disturbios en mayo del mismo año, cuando otro enfrentamiento cristiano-musulmán costó la vida a más de 300 personas. El conflicto empezó a extenderse por el país: al Estado de Bauchi, al norte, con centenares de muertos; más recientemente, en septiembre de 2001, a Jos, donde murieron medio centenar de personas. Las víctimas no pertenecían a una sola religión. Lo único que tenían en común era la condición de nigerianos, solo que de diversas etnias. Entre estos grupos étnicos destacan los hausas, porque casi siempre están solos en uno de los bandos.
El pasado 1 de febrero se produjeron nuevos enfrentamientos en Lagos entre hausas y yorubas por el uso de unos lavabos públicos. Al cabo de cuatro días de peleas, que se extendieron a distintas partes de la ciudad, habían muerto unas cien personas y un número parecido de viviendas habían sido pasto del fuego. La policía no fue capaz de terminar con los desórdenes, y hubo que llamar al ejército. Más tarde, algunos se quejaron de que los policías enviados a reprimir los disturbios se habían puesto del lado de los hausas, lo cual no es de extrañar, pues la mayoría de los jefes de la policía son del norte.
Las divisorias étnicas
De 1967 a 1970, Nigeria sufrió una guerra civil en que los ibos, que habían proclamado la República de Biafra, se quedaron solos frente al resto del país. Gran parte de los recursos petrolíferos y la fuerza económica están en el sureste, habitado por ibos y también por muchas minorías étnicas. Este es uno de los factores que explican por qué no se consintió la escisión y se prosiguió la guerra hasta la derrota final de los ibos.
Algo parecido ocurrió en 1990, cuando un militar tiv originario de la región central, el mayor Gideon Orkar, atentó un golpe de Estado. Los golpistas llegaron a bombardear la residencia oficial del entonces presidente, el general Ibrahim Babangida. Pero anunciaron su intención de escindir algunos Estados del norte, y su proclama separatista aunó en su contra a la mayor parte de los militares.
Ahora, las mayores rivalidades se dan entre los dos grupos étnicos más importantes. Los yorubas, en el oeste, dominan la cultura y la educación. Uno de sus principales exponentes es el premio Nobel de literatura Wole Soyinka.
Por el contrario, los hausas, ganaderos y nómadas en su mayoría, tienen un alto índice de analfabetismo. Su tierra es árida y pobre en recursos naturales, por lo que dependen de lo que produce el resto del país. Así pues, si hay un grupo interesado en la unidad nacional, son los hausas, pero a condición de que ellos tengan el poder. Las nuevas matrículas de automóvil implantadas en Nigeria llevan, además del nombre del Estado, un lema. Las de Sokoto, un Estado del norte, rezan: «Nacido para mandar», lo cual no es una completa exageración, a la vista de los antecedentes. Los hausas han gobernado el país la mayor parte del tiempo desde la independencia, en 1960.
Desconfianza mutua
Se entiende que en el norte estén inquietos por el reparto del poder: mantener su cuota es para ellos su única garantía de sobrevivir. Aunque el actual jefe de Estado, el antiguo general Olusegun Obasanjo, es un yoruba, solo pudo alcanzar el cargo por el apoyo que recibió del norte. Allí está el bastión de acaudalados jefes militares retirados como el propio Babangida, que gobernó Nigeria durante ocho años y es uno de los hombres más ricos del país, gracias al dinero que se fue embolsando a lo largo de su mandato.
Cada grupo étnico desconfía de los otros. Los yorubas piensan que los hausas quieren aferrarse al poder para siempre, mientras que los hausas creen que, si no recuperan el mando, nadie cuidará de sus intereses. Los ibos son principalmente comerciantes, y pocos de ellos tienen aspiraciones políticas, pese a que han vuelto a oírse alegatos en favor de la República de Biafra. De una parte a otra del país se han formado grupos organizados para proteger distintos intereses. En el norte encontramos el Arewa Group, mientras en el oeste existe el Oodua Peoples Congress (OPC), una organización política yoruba muy militante.
Milicias de parados
Cuando estallan enfrentamientos, a menudo se interpreta erróneamente que la religión es la causa remota y próxima, y el fanatismo que muestran los combatientes se suele atribuir al celo de cada facción por la defensa de su propio credo. Nada más lejos de la verdad. El desempleo y el fanatismo religioso son solo los instrumentos que permiten tener fácilmente una milicia dispuesta a hacer guerras cuyos generales son los hombres de negocios y políticos adinerados con intereses que proteger. Así sucede por ejemplo en el norte de Nigeria, predominantemente musulmán, donde abundan los jóvenes sin trabajo que dependen para su sustento de correligionarios ricos. Los poderosos no solo cumplen con el deber religioso de dar limosna: se procuran así un ejército de mendigos a su servicio. Estos almajiris, como se les conoce, pueden ser fácilmente utilizados como armas contra los enemigos de sus señores.
Así es como la religión entra en la ecuación política. Se hace creer a los almajiris que quienes se oponen a los intereses de sus protectores son una amenaza para la fe musulmana y que es un deber religioso combatirlos, incluso hasta la muerte, que será recompensada con la inmediata visión de Alá. De este modo, los sultanes y emires se han convertido en líderes religiosos y políticos muy poderosos. Sus pronunciamientos tienen el poder de unir y dividir, de lo que se aprovechan los políticos del norte.
Habiendo perdido el predominio político, al menos por un tiempo, los Estados del norte reaccionaron promulgando la sharía (ley islámica), ya en vigor en la mayor parte de ellos (ver servicios 154/99, 31/00, 97/00 y 117/00). Pregonada como respuesta al deseo de vivir en conformidad con la fe musulmana, la proclamación de la sharía no es más que un intento de afirmar la independencia con respecto al centro y tener una especie de gobierno paralelo. De modo que gran parte del fanatismo religioso desplegado en el norte tiene un trasfondo político.
Análogamente, en el oeste del país, millares de jóvenes yorubas sin empleo son armas en manos de los poderosos. Muchos de esos parados se ganan la vida como matones a las órdenes de políticos o como voceadores en los mercados. Solo necesitan una promesa de impunidad para lanzarse contra los supuestos enemigos. Mandados por el OPC, los yorubas, cuando participan en violencias, no invocan motivos religiosos. Luchan para matar enemigos políticos y para saquear, alegando que son objeto de marginación y de injusticias. El mismo gobernador del Estado de Lagos, Ahmed Tinubu, atribuye los últimos desórdenes a la acción de unos canallas, no a la religión.
La tentación militar
Los nigerianos temen que la espiral de violencia dé a los militares pretexto para volver a escena. Hay inquietud entre los policías, que hace poco han hecho una huelga de un día por cuestiones de salarios y ascensos. Según documentos que circulan, también en el ejército crece el descontento.
Hay una extendida insatisfacción en Nigeria, con el peligro de que los militares se sientan llamados, una vez más, a poner orden. Pero el gobierno no parece preparado para abordar los problemas de frente. Quizá teme que la solución exigiría dividir el país, cosa que no sería generalmente aceptada, dada la desigual distribución de los recursos naturales.
Eugene Agboifo OhuSenegal: buen entendimiento
Aunque los países donde hay conflictos entre cristianos y musulmanes son los que copan los titulares, no hay que olvidar otras naciones africanas donde existe un buen entendimiento entre ambas comunidades. Quizá es más fácil que esto ocurra en países donde los cristianos son solo una minoría y no son vistos como competidores. Algo así ocurre en Senegal, país de unos 10 millones de habitantes, de los cuales el 92% son musulmanes, el 6% animistas y el 2% cristianos, en su mayoría católicos.
Cuando el Papa convocó a los católicos a un día de ayuno el pasado 14 de diciembre para pedir por la paz (coincidiendo con el fin del Ramadán), los dirigentes musulmanes de Senegal acogieron la llamada como una «iniciativa feliz». La fecha elegida era una prueba de que es posible la comprensión y una acción común entre creyentes de ambas religiones. Sérigne Abibou Tall, representante de la mayor hermandad islámica de Senegal, pidió a los imanes que comentaran en todas las mezquitas las intenciones del Papa y que rezaran con él y con los cristianos para que volviera la paz (cfr. Mundo Negro, I-2002).
En Senegal, las comunidades cristiana y musulmana están en buena armonía. Cuando estuvo allí Juan Pablo II en 1992, los responsables musulmanes le saludaron y ofrecieron regalos en la catedral de Dakar. En agosto de 2001, durante la ceremonia de toma de posesión del nuevo arzobispo de Dakar, la comunidad islámica rindió homenaje al cardenal Hyacinthe Thiandoum, por su labor a favor del diálogo interreligioso. ACEPRENSA.
Sudán: arabización y petróleo
Sudán, en guerra civil desde hace veinte años, parece un escenario típico de conflicto religioso. La islamización emprendida por el gobierno del general Omar al-Bashir (en el poder desde su golpe de Estado en 1989) pretende imponer la fe mayoritaria (70%) a la minoría animista (25% ó 18%, según distintas fuentes) o cristiana (5% ó 12%). Pero a la vez el régimen mantiene un proceso de arabización, y las líneas de fractura son también de otros tipos. «La prolongación de la guerra -dice The Economist (9-II-2002)- se debe a que los políticos han exacerbado las diferencias étnicas y religiosas».
El gobierno domina el norte y el centro del país, zona arabizada y musulmana. Los rebeldes del SPLA están en el sur, habitado por pueblos nubios de otras religiones. El SPLA se opone a la arabización y dice pretender un amplia autonomía para el sur, aunque optaría por la secesión si pudiera. El régimen de Jartum no está dispuesto a aceptar ni una cosa ni otra, entre otras razones porque en el sur hay petróleo.
En su territorio, el régimen ha mostrado desprecio por la libertad religiosa. La minoría cristiana del norte, concentrada sobre todo en Jartum, ha sufrido detenciones arbitrarias y asesinatos, destrucción de templos o escuelas, expulsiones y encarcelamiento de sacerdotes. No se concede permiso para construir nuevas iglesias desde 1969.
El arzobispo de Jartum, Mons. Zuwier Wako, explicaba a los obispos franceses reunidos en Lourdes (noviembre de 1999): «El problema no es la religión, sino el sistema de gobierno, que suprime los derechos elementales de la persona y emplea métodos represivos, incluidos el confinamiento en secreto, ejecuciones sumarias, torturas a los detenidos, prisión sin juicio, intimidación» (Le Monde, 6-VII-2000).
El hallazgo de nuevos yacimientos petrolíferos y el peso de las sanciones impuestas por la ONU -en castigo por la participación del régimen sudanés en el intento de asesinato del presidente egipcio Hosni Mubarak- han movido recientemente al gobierno a lavar su expediente. La represión contra los cristianos del norte se ha suavizado, y ya no se destruyen iglesias impunemente. El gobierno ha querido ganarse la benevolencia de EE.UU. colaborando en la lucha contra el terrorismo islamista.
El presidente Bush envió en septiembre a un representante especial, el senador John Danforth, para intentar abrir un proceso de paz. Danforth ha conseguido que las partes decreten un alto el fuego, en vigor desde el 23 de enero. Pero la paz no llegará hasta que los contendientes lleguen a un acuerdo formal, y de momento no han empezado negociaciones. ACEPRENSA.
El diálogo interreligioso como vía hacia la paz
Los motivos políticos son más decisivos que los religiosos en los conflictos de Sudán, Nigeria y en otros focos de tensión entre poblaciones cristianas y musulmanas en Oriente Medio, a juicio de Mons. Khaled Akasheh, responsable de las relaciones con el Islam dentro del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. En declaraciones hechas a The Catholic World Report (agosto-septiembre 2001), Mons. Akasheh subraya que, en el caso concreto de Sudán, «los factores étnicos y tribales», más que las diferencias religiosas, son la causa del conflicto entre el norte y el sur.
Mons. Akasheh, jordano nacido en Kerak, se formó en el seminario del Patriarcado Latino de Jerusalén, y vive en Roma desde 1992, cuando vino a estudiar Teología Bíblica e Islamología. Aunque la religión no sea la causa principal de los conflictos armados en África, los líderes políticos suelen invocar la religión en su lucha por el poder. «Es el uso y el abuso de la religión lo que complica las cosas», afirma Mons. Akasheh. «No son los musulmanes en general los que están causando el sufrimiento de los cristianos en Sudán, sino el régimen político».
Sin intervenir directamente en el conflicto político, la Santa Sede trata de influir en la búsqueda de la paz a través de otros medios. Esto incluye la ayuda económica a las instituciones benéficas cristianas, y la influencia a través de canales diplomáticos, sobre todo tras la visita que Juan Pablo II hizo a Sudán en 1993.
El año pasado, el Papa nombró al obispo auxiliar de Jartum, Mons. Daniel Adwok, miembro del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Este nombramiento manifiesta el creciente interés del Vaticano en el papel que puede tener el diálogo interreligioso en la pacificación de los conflictos africanos. Este diálogo puede contribuir a crear relaciones que traspasen las fronteras culturales, y a impulsar así las negociaciones para acabar con los enfrentamientos armados. ACEPRENSA.