Contrapunto
El Movimiento Cristiano Gay y Lesbiano, un grupo anglicano de Gran Bretaña, ha anunciado que contará con un invitado especial en la celebración de su vigésimo aniversario, el mes próximo. El obispo norteamericano Walter Righter, de la Iglesia episcopaliana (así se llama la confesión anglicana en Estados Unidos), presidirá el acto central de las conmemoraciones, un oficio litúrgico en la catedral de Southwark. Algunos anglicanos, que ya discrepaban de los objetivos del movimiento, se han escamado aún más por la implicación de Righter.
Este obispo es famoso por haber desafiado «lo establecido» ordenando sacerdote a un homosexual practicante. Fue acusado de herejía; pero al final, en mayo pasado, un tribunal eclesiástico le absolvió: los jueces concluyeron que ni la doctrina ni la disciplina episcopalianas prohibían lo que hizo Righter.
Algunos juzgarán desacertada la sentencia. Otros podrían alabar, quizá, la tolerancia y apertura de la Iglesia episcopaliana. Pues, no. A no mucho tardar, lo osado para un obispo episcopaliano será negarse a ordenar a un homosexual, y ya nada le salvará de la condena eclesiástica, a juzgar por lo que ha ocurrido en esa Iglesia con la ordenación de mujeres.
En 1976, cuando la Convención General de la Iglesia episcopaliana decidió admitir sacerdotisas, aprobó también una cláusula de exención para los fieles disconformes con la medida por razones de conciencia (lo mismo hizo la Iglesia de Inglaterra al permitir la ordenación de mujeres en 1992). Actualmente, cuatro diócesis y numerosas parroquias siguen sin aceptar sacerdotisas, al amparo de esa cláusula de conciencia. Pero ya se ha agotado la paciencia de la mayoría. A finales del año pasado, la Cámara de obispos del Sínodo aprobó imponer la ordenación de mujeres en todas las diócesis. Los obispos dejaron bien claro que el debate estaba cerrado y, por tanto, había acabado el periodo de gracia concedido a los objetores. «La Iglesia ha decidido poner fin a la discriminación -declaró Mary Adelia McLeod, obispa de Vermont-. Os pido que os adhiráis a ello». Los objetores tienen plazo hasta 1997 para obedecer el decreto o hacer las maletas.
La obispa, por lo visto, no ha pensado que ahora son otros los que se sienten discriminados, o más bien excluidos. Pero lo que importa, al parecer, es que el asunto se ha votado, y punto final. Se podría aplicar al caso el adagio de los canonistas católicos: Roma locuta, causa finita. Es comprensible la desolación de quienes, habiéndose creído al abrigo de los «métodos romanos», se encuentran con semejante ucase en su propia Iglesia. «La decisión es completamente antianglicana y totalmente romana», dijo Donald Parsons, uno de los obispos disidentes.
Pero no. En realidad, una decisión doctrinal no es «católica romana» por ser terminante, sino por responder a la fe y a las tradiciones apostólicas. Tampoco una medida es «democrática» sólo por venir de la mayoría. El poder de una mayoría es tiránico si no está limitado por exigencias inviolables, que en la sociedad civil son los derechos humanos, y en la Iglesia, además, el depósito de la fe. Se entiende que el Papa afirme que no está autorizado a contradecir la herencia recibida por la Iglesia decretando la ordenación de mujeres. En el fondo, quienes demandan este cambio, que a menudo se quejan de «autoritarismo» en la Iglesia, pretenden que el Papa actúe como monarca absoluto para aprobar lo que les gusta. Un Papa y un colegio episcopal que se sienten meros depositarios de un legado intocable, ejercerán su potestad con más moderación que una mayoría que se cree facultada para hacer y deshacer todo.
El caso revela mucho también sobre las tácticas de algunos. Primero reclaman tolerancia para su desacuerdo con la doctrina oficial. Y una vez que la han obtenido, prohíben lo que siempre había sido enseñanza y disciplina establecidas. La jugada es maestra. Se vota hasta conseguir el objetivo, y luego ya no se vota más. La camarilla se convierte en partido único; los disidentes pasan a definir lo que todos deben creer; los discriminados excomulgan. Como escribió a propósito de esto el católico Richard John Neuhaus, «donde la ortodoxia es opcional, más tarde o más temprano la ortodoxia será proscrita».
Juan Domínguez