Monasterio de las Cuevas de Kiev, ortodoxo
La guerra de Ucrania tiene una dimensión religiosa, porque la religión se mezcla con el nacionalismo ruso y porque la invasión provoca divisiones entre los ortodoxos. Una muestra reciente de esto último es la declaración de independencia hecha por la Iglesia ortodoxa ucraniana que estaba afiliada al Patriarcado de Moscú. Para comprender el fenómeno y su contexto recurrimos a Stefano Caprio, sacerdote católico de rito bizantino-eslavo que ha trabajado durante años en Rusia.
Stefano Caprio (Milán, 1960) es profesor de patrología y teología en el Instituto de Ciencias Religiosas de Agropoli-Salerno (Italia). Tras varios viajes a Rusia, se instaló en Moscú en 1989 y se convirtió en capellán de la embajada italiana. Es uno de los fundadores del Instituto Santo Tomás de Aquino de Moscú. Actualmente vive en Italia. Entre sus libros hay títulos sobre la evolución de Rusia, como Lo zar di vetro. La Russia di Putin (Jaca Book, 2020), o La Rivoluzione russa. Intellettuali e potere (Jaca Book, 2017), firmado junto con G. Codevilla y P.P. Poggio.
El pasado 27 de mayo, la Iglesia ortodoxa de Ucrania que era dependiente de Rusia se declaró autónoma, en protesta por la actitud del Patriarcado de Moscú, que apoya la intervención rusa. El Patriarca Kirill y, más tarde, un comunicado oficial firmado por el metropolita Hilarión, quitaron importancia a la decisión, alegando, entre otras cosas, que la Iglesia ucraniana ya tenía autonomía bajo la autoridad del Patriarcado ruso. Esto tiene unos precedentes por los que preguntamos a Caprio.
— ¿Podría explicarnos en qué contexto se sitúa –dentro del panorama de los diversos Patriarcados ortodoxos– la Iglesia ortodoxa ucraniana?
— La Iglesia ortodoxa ucraniana tiene una geometría compleja, en una especie de cruce de caminos, en una interseccion de todas las jurisdicciones eclesiásticas, como las de Roma, Moscú, Constantinopla y Kiev.
En 1992, tras la desintegración de la Unión Soviética y la independencia de Ucrania, la Iglesia ortodoxa de Kiev en su totalidad se separó de la Iglesia de Moscú. El metropolita de Kiev, Filarete, apoyado por todos los obispos y también por el jefe de la Iglesia rusa en Ucrania –y por el propio gobierno prorruso– solicitaron la autocefalia primero a Moscú, que la denegó, y después a Constantinopla, que la aplazó para seguir el procedimiento correcto. Por fin, en 2018, el Patriarca Bartolomé reconoció a la Iglesia ucraniana autocéfala, unida a Constantinopla. Fue nombrado metropolitano Epifani, secretario de Filarete. Moscú no reconoció la autocefalia de Kiev y rompió relaciones con Bartolomé.
El resultado es la actual diversidad de obediencias en Ucrania. A pesar de la gran dificultad para recoger datos fiables, se puede afirmar que, de los 45 millones de ucranianos, unos 12 millones pertenecen al Patriarcado de Moscú, entre 6 y 7 millones a la Iglesia ortodoxa autocéfala de Kiev, más de 3 millones a la Iglesia católica oriental, y 1 millón son católicos de rito latino. También hay una serie de jurisdicciones autónomas, como la Iglesia Ortodoxa Auténtica, que era clandestina en la época soviética.
“La comunidad ortodoxa ucraniana es muy fervorosa, con un índice de práctica religiosa del 30% (50% en las fiestas importantes), en comparación con el 3-5% en Rusia”
Las estadísticas son inciertas, no solo por la falta de datos parroquiales, sino también porque dentro de las mismas familias hay afiliaciones diversas, así como cambios de jurisdicción por parte de sacerdotes y fieles, y también por las costumbres locales, que hacen que se prefiera una parroquia a otra, por conveniencias, simpatías, cercanía, etc. En conclusión, la Iglesia ortodoxa ucraniana, con sus distintas jurisdicciones, es un gran caldero donde los fieles, con la misma liturgia, que no varía de una Iglesia a otra, se distinguen más por la pertenencia y el uso de la lengua ucraniana que por la adscripcion a un Patriarcado concreto.
Los ortodoxos ucranianos tienen más peso que los rusos
— Entonces, la decisión del 27 de mayo ¿cambia de forma decisiva la situación actual dentro de la ortodoxia, o es más bien simbólica –una expresión de protesta por la postura de Kirill sobre la guerra, una cesión a las bases indignadas contra Rusia– y no tendrá consecuencias reales cuando la guerra haya terminado?
— La decisión no es solo simbólica, sino que se trata de una separación real, aunque todavía no se han concretado los detalles. Los ortodoxos ucranianos prorrusos no reconocen al Patriarcado de Moscú y creen que deben iniciar una historia diferente, manteniendo sus diferencias con los “autocéfalos”, considerados demasiado prooccidentales.
Esto es grave para Moscú. La comunidad ucraniana es muy fervorosa, con un índice de asistencia a los actos litúrgicos del 30% (50% en las fiestas importantes), en comparación con el 3-5% en Rusia y el 10-15% de media en la Unión Europea. En este sentido, se puede decir que los ortodoxos ucranianos tienen más peso que los rusos, quienes suelen ser ortodoxos más por razones ideológicas que por razones de fe.
En la propia Iglesia ortodoxa rusa, una gran parte de los fieles son de nacionalidad u origen ucraniano. Contando estos fieles ucranianos, la Iglesia rusa representa el 70% de los ortodoxos del mundo, mientras que, sin ellos, solo representaría el 35%. Si los ucranianos se separan, la Iglesia de Moscú pierde su posición de preeminencia numérica en el mundo ortodoxo.
“Tras la ruptura con Bartolomé, el Patriarcado de Moscú se presentó como la única y verdadera ortodoxia universal, asumiendo el papel de Constantinopla”
— ¿Cómo interpretar el comunicado firmado por Hilarión? ¿Significa que Moscú da realmente poca importancia a la cuestión de la separación, o más bien que hay preocupación pero no se puede reconcocerla?
— Moscú entiende que Ucrania está ya perdida, por culpa de las acciones de Putin, y que a estas alturas no habrá una verdadera unidad, por lo que en el comunicado se adivina auténtica decepción. Las declaraciones tratan de restar importancia a la separación, especialmente para el público ruso, pero está claro que el Patriarcado de Moscú se siente derrotado en el lado eclesiástico del conflicto: no pensaba que los ucranianos fueran a apoyar al gobierno de Kiev. Sin embargo, muchas cuestiones canónicas siguen abiertas, y Moscú intenta mantener el control de la situación en la medida de lo posible; todo se discutirá en los próximos años.
Nacionalismo ruso
— ¿Por qué está tan presente el concepto de nación y de primacía en la Iglesia ortodoxa rusa?
— Tras la ruptura con Bartolomé, Rusia se presentó como la única y verdadera ortodoxia universal, así como la institucion eclesiástica que asumía el papel de Constantinopla, como garante de todos los ortodoxos del mundo y, por tanto, también los de la diáspora (por ejemplo, en América Latina y Asia), no sólo de nacionalidad rusa, sino de cualquier nacionalidad. El objetivo era garantizar a todos los ortodoxos el acceso a la verdadera Iglesia ortodoxa, que, debido al cisma, ya no podía ser la de Constantinopla, sino la de Rusia.
Por ello, Rusia nombró a su propio exarca para África, el metropolitano Leonid Gorbachov, un excoronel, que pudiera ocuparse de todas las cuestiones relativas a ese continente; no solo las teológicas, sino también el comercio de armas, que Rusia vende a todos los regímenes indistintamente. Es un caso de perfecta unión no solo de la Iglesia y el Estado, sino también de la Iglesia y el ejército. El exarca invitó a todos los países africanos a abandonar el Patriarcado de Alejandría y pasarse al de Moscú. Por distintas razones, algunos países, entre ellos Kenia, se sumaron, quizás con la esperanza de obtener mejores salarios. Esto ha creado una gran tensión con Alejandría.
— ¿Cuál es la situación actual de las relaciones en la Santa Sede y Moscú?
— Las relaciones entre la Santa Sede y Moscú son excelentes desde 2014, cuando se dejaron de lado las cuestiones ideológicas, se reconocieron las diferencias y ambas partes acordaron cooperar en cuestiones humanitarias y culturales.
La cooperación humanitaria continúa hoy, con el apoyo a los refugiados ucranianos y a las familias que han perdido a sus hijos, enviados a la guerra. La cooperación cultural es, sin embargo, más compleja, también por el hecho de que el interlocutor es el abad Tijon de Pskov –“padre espiritual” de Vladímir Putin–, con una sensibilidad francamente extremista. Por el momento, las relaciones entre los institutos culturales de Moscú y de la Santa Sede están interrumpidas y todos los proyectos están bloqueados.
La política de la Santa Sede es mantener la puerta abierta a Rusia para poder proteger a todos. Teniendo buenas relaciones con todo el mundo –Estados Unidos, Rusia, Constantinopla–, todos pueden beneficiarse del diálogo. Inevitablemente, esto se traduce en un comportamiento no siempre lineal y a veces contradictorio. Pero lo contrario, es decir, cerrarse al diálogo, no conduciría a una mejora.
Lo mismo ocurre con China, donde el diálogo está abierto a pesar de que los católicos son perseguidos en el país. Esta actitud de apertura ha sido mantenida por el Papa Francisco. En 2014, cuando los ucranianos denunciaron la invasión del Donbass por parte de los rusos, el Papa no hizo suya esta tesis y en cambio, dijo a los ucranianos que empezaran a ponerse de acuerdo entre ellos, es decir, entre prorrusos y pro-occidentales en el contexto ucraniano.
— Ese comportamiento “no lineal” de la Santa Sede ¿ha provocado resentimiento entre los grecocatólicos ucranianos?
— Los grecocatólicos ucranianos conocen las posiciones de la Santa Sede y del Papa Francisco, que por razones diplomáticas siempre han defendido débilmente sus reivindicaciones, incluso cuando eran perseguidos bajo la Unión Soviética. Incluso el Papa Juan Pablo II tuvo cierta cautela al respecto, aunque los defendió mucho más que nadie, por lo que en cierto modo están acostumbrados. Además, el arzobispo mayor de Kiev, Svjatoslav Shevchuk, conoce personalmente al pontífice de cuando estuvieron juntos en Argentina, por lo que no le sorprenden sus posturas y las respeta, al tiempo que hace valer sus propias razones, que el Papa nunca le ha pedido que calle.
— ¿Existen tensiones entre los grecocatólicos y los ortodoxos ucranianos de cualquiera de los patriarcados?
— Los grecocatólicos ucranianos están muy cerca de la Iglesia autocéfala dirigida por el metropolita Epifani, con quien comparten desde hace años el apoyo a la independencia del pueblo ucraniano tanto a nivel civil como religioso. También tienen buena opinión del metropolitano Onufri, de la Iglesia tradicionalmente vinculada a Moscú, y de muchos de sus representantes; pero hay tensiones con los obispos, sacerdotes y fieles más abiertamente prorrusos. Si las dos jurisdicciones se fusionan y se abren al diálogo con Roma, los grecocatólicos también podrían pronunciarse a favor de una única Iglesia ucraniana de tradición bizantina.
Entendimiento entre los creyentesNataliya Karfut, teóloga grecocatólica ucraniana, confirma la pacífica convivencia entre grecocatólicos y ortodoxos en Ucrania. “Hay buenas relaciones entre los creyentes. En Ucrania hay muchos matrimonios mixtos. En general, las relaciones ecuménicas siempre han sido buenas entre los habitantes de Ucrania”. Además, “la guerra ha unido fuertemente al pueblo de Ucrania”, señala. “No hay disputas entre los creyentes de las diferentes iglesias. Todos los ucranianos se sienten unidos porque cada persona en Ucrania sabe que ahora se trata de sobrevivir. Esto se llama ecumenismo de supervivencia y de sangre”. Subsiste, sin embargo, la cuestión en torno a los templos y bienes grecocatólicos que fueron confiscados y nacionalizados cuando Stalin disolvió la Iglesia católica ucraniana. Algunos fueron entregados a la Iglesia ortodoxa, y la grecocatólica trató de recuperarlos tras el fin de la Unión Soviética. El asunto de la propiedad “aún no se ha resuelto del todo”, dice Karfut. “En cuanto a las disputas entre parroquias, puede ocurrir en casos aislados, pero en general no tiene importancia”. Karfut alude también a la percepción que tienen los católicos ucranianos de la acción de la Santa Sede. “Hay incomprensión por parte de los fieles porque no entienden la diplomacia del Vaticano”. En particular, “lo que nadie entiende en Ucrania es por qué el Papa no quiere visitar el país. Eso sería un gran apoyo y dejaría de lado cualquier malentendido”. M.S. |