Contrapunto
La última película de Ridley Scott, «El reino de los cielos», transmite la idea de que la firmeza de convicciones religiosas lleva en sí el germen del fanatismo y de la intolerancia. Su evocación del espíritu de las Cruzadas no se preocupa de reflejar la mentalidad de la época, sino de confrontar a unos fanáticos templarios con los tolerantes estilo Saladino. Así, el espejo de la Historia (?) serviría para denunciar a los exaltados religiosos de hoy, a los mulás o cristianos fundamentalistas. No hay que esperar que los espectáculos de Hollywood sirvan para aprender historia; pero sí son reveladores de las tendencias del presente. Y uno de estos rasgos es la proliferación de advertencias sobre el peligro de que la religión degenere en fanatismo, de que las discrepancias de fe alimenten los conflictos y justifiquen la violencia.
Sin duda, hay fanáticos que enarbolan la bandera de la religión para luchar con violencia por los objetivos que ellos consideran irrenunciables. Pero a estos exaltados ¿les mueve realmente la religión? El caso más llamativo y actual es el de los «hombres bomba» que se «inmolan» para combatir al enemigo en Bagdad o en Israel. La explicación más habitual atribuye el terrorismo suicida al fundamentalismo islámico, ya que la religión es a menudo usada para reclutar y motivar a los suicidas. Pero cuando los datos sustituyen a las suposiciones se ve que la realidad es más compleja.
Robert A. Pape, profesor de ciencia política de la Universidad de Chicago, ha compilado datos sobre cada uno de los 315 ataques suicidas ocurridos en el mundo entre 1980 y 2003. Con esta base de datos ha escrito un libro de próxima publicación («Dying to Win: The Strategic Logic of Suicide Terrorism»), cuyas conclusiones adelanta en un artículo publicado en «New York Times» (18-05-2005).
Los datos revelan que hay menos relación de lo que se cree entre terrorismo suicida y fundamentalismo religioso. El grupo que más ha recurrido a los ataques suicidas (76 casos) son los Tigres Tamiles de Sri Lanka, de origen hindú pero de ideología marxista-leninista y opuestos a la religión. Estos ataques suicidas superan a los de grupos habitualmente relacionados con el fundamentalismo islámico, como Hamás (54) o la Jihad Islámica (27).
Incluso entre los musulmanes, más de un tercio de los ataques suicidas corresponden a grupos seculares, como el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, el Frente Popular para la Liberación de Palestina y las Brigadas de los Mártires de Al Aksa.
Y no recurren a esta violencia para demostrar que su Dios es más grande que el del adversario. Casi todos los ataques de los terroristas suicidas (301 de 315 en el periodo estudiado) tuvieron lugar como parte de una campaña política o militar organizada. Los impulsores de estas campañas -18 organizaciones en total- buscaban un objetivo estratégico: lograr o mantener la independencia política, objetivo invocado tanto en Sri Lanka como en Israel, en Cachemira o en Chechenia.
Se lucha por el territorio
Pape recuerda que los palestinos no utilizaron el terrorismo suicida hasta que no se produjo un gran crecimiento de los asentamientos judíos en Cisjordania en los años ochenta; ni los Tigres Tamiles recurrieron a los ataques suicidas hasta la ocupación militar de la parte tamil de Sri Lanka en 1987. Ni se produjeron ataques suicidas en Irak antes de la entrada de las tropas americanas en 2003.
La conclusión de Pape es que «lo que tienen en común casi todos los ataques de los terroristas suicidas es en realidad un objetivo estratégico y no religioso: obligar a modernas democracias a retirar sus tropas de territorios que los terroristas consideran como su patria. La religión se utiliza a menudo por las organizaciones terroristas en el reclutamiento y en la búsqueda de ayuda en el exterior, pero rara vez es la causa fundamental».
En suma, están luchando por un territorio, no por la fe. La religión puede convertirse en un arma más para marcar la diferencia con el enemigo e invocarse para justificar deseos de poder. Pero en tales casos el enemigo no lo es porque crea en otro Dios, sino porque es un competidor terreno.
Todavía hoy, como en tiempos de las Cruzadas, Jerusalén es una ciudad disputada entre adversarios de distinta religión. Pero si israelíes y palestinos llevan décadas combatiendo no es porque unos crean que Alá es mejor que Yahvé, sino porque se disputan la misma tierra. Y no pocas veces los que combaten son sionistas laicos contra palestinos no religiosos. Los conflictos que se presentan como guerras de religión no son hoy sino conflictos bélicos políticos, en los que la religión se convierte en una justificación ideológica.
Juan Domínguez