Un estudio realizado por sociólogos de la Universidad de Baylor (Texas) revela que en Estados Unidos los creyentes -la mayoría de la población- son aun más de los que encuentran las encuestas sobre creencias religiosas realizadas desde 1990. Según esos sondeos de opinión, el 14% de los estadounidenses no se identifica con ninguna religión. Pero no adscribirse a ninguna confesión religiosa no significa necesariamente no tener fe, como pine de manifiesto el estudio de la Universidad de Baylor: parte de los que se declaran «sin religión» participan de modo más o menos regular en actos de culto. Teniendo en cuenta este dato, el 14% de no creyentes desciende al 10,8%; la diferencia entre uno y otro porcentaje roza los 10 millones de habitantes.
Para Kevin D. Dougherty, investigador en el Institute for Studies of Religion y coautor del estudio, la diferencia no es sólo de matiz: se trata de personas con un sentido de lo religioso y no simplemente -como sugieren otros- de indiferentes. Además, cabe situar el fenómeno de estos creyentes dentro de una tendencia más amplia: el surgimiento de un nuevo tipo de religión «a la carta», no ligada a ninguna confesión, y que se rige según el principio de autonomía individualista.
Aunque el estudio de la Universidad de Baylor ha merecido el aplauso de gran parte de la comunidad científica, también ha encontrado voces críticas. Para algunos, parece exagerado afirmar que los que se han declarado «sin religión» en una encuesta puedan dar importancia luego a las creencias religiosas en su vida. Otros atribuyen la confusión de identidades al «boom» de matrimonios mixtos entre personas de distintas confesiones. Y otros, en fin, lo atribuyen a la inmigración proveniente de China y a la segunda generación de hispanos.
Demócratas sin complejos
En todo caso, unos que parecen haberse dado cuenta del peso que tiene el factor religioso en los ciudadanos y en la vida pública de Estados Unidos son los dirigentes del Partido Demócrata. Ante la proximidad de las elecciones legislativas de noviembre y de las presidenciales de 2008, los demócratas han optado por sacudirse la imagen progresista y secularizada que les acompaña desde mediados de los setenta. Precisamente, una de los sambenitos más graves que pesan hoy sobre el Partido Demócrata es el del elitismo y la indiferencia hacia los valores de la clase media. Los malos resultados cosechados en las elecciones de 2004 fueron, en este sentido, elocuentes (ver Aceprensa 142/04).
Para remediar esto, los demócratas quieren prestar más atención a cuestiones éticas y religiosas con las que conecta el norteamericano medio. Así, por ejemplo, han puesto en marcha un seminario sobre religión y política dirigido a congresistas de su partido («The Democratic Faith Working Group»). Según la página oficial del partido (www.housedemocrats.gov), el seminario reúne a personas con «convicciones firmes, dispuestas a compartir sus valores y a colaborar con personas de otras confesiones en temas de interés común».
Fruto de estas sesiones, 55 congresistas católicos del Partido Demócrata han firmado una declaración de principios en la que se comprometen a legislar a favor de la vida y de la dignidad del ser humano («creemos que es preciso encontrar alternativas al aborto»), de acuerdo con la enseñanza social de la Iglesia y teniendo en cuenta sus orientaciones sobre cuestiones éticas (aquí se añade un inciso sobre «la primacía de la conciencia»). Asimismo, se afirma que «la separación entre Iglesia y Estado es compatible con el hecho de que la fe informe nuestros deberes públicos».
Tras varias décadas de laicismo combativo, ahora el Partido Demócrata tiene a gala -como nueva seña de identidad- mostrar que la religión debe estar presente en la vida pública. Por eso, desde hace varios meses, su página web recoge las intervenciones en las que representantes demócratas hacen alusiones públicas a la fe. La semana pasada, Robert P. Casey, candidato demócrata para el Senado en las próximas elecciones legislativas, reconoció en un discurso que su comprensión del bien común se nutre de las enseñanzas recibidas en su familia y de su fe. Por su parte, el senador Barack Obama tachó de «irracional e intolerante» la actitud de quienes excluyen por principio la religión de la esfera pública. No obstante, algunos analistas miran con cautela este tipo de intervenciones pues aún es pronto para saber si la recién estrenada «fe demócrata» responde a algo más que razones de estrategia política.
Juan Meseguer Velasco