En 1979, el escritor británico V.S. Naipaul realizó un viaje por las tierras asiáticas del islam (Irán, Pakistán, Indonesia y Malasia) cuyo fruto fue un sugestivo libro de viajes: Entre los creyentes (1). En 1995, Naipaul regresó a esos cuatro países con el mismo espíritu crítico pero con un mayor conocimiento del islam, para explorar los cambios culturales producidos en la vida de algunos personajes presentados como arquetipos, entre ellos algunos de los que entrevistó en el primer viaje. Su visión tras este segundo periplo se recoge en Al límite de la fe (2), traducido con evidente retraso, pero sin que pierda un ápice de actualidad en la nueva etapa abierta por la tragedia del 11 de septiembre.
Cuando escribió Entre los creyentes, Naipaul narraba con ojo crítico, pero sin un gran conocimiento de la religión fundada por Mahoma, la extraña vida de millones de conversos que pretendían ser buenos musulmanes a fuerza de olvidar su pasado. Por aquel entonces estaba en su apogeo la revolución de Jomeini en Irán y todo lo islámico empezaba a llamar la atención en un mundo occidental que no alcanzaba a comprender las razones profundas de aquel dramático golpe de timón político y religioso en uno de los países más ricos… y más tiránicos del mundo.
Rechazo de la propia historia
Dieciséis años después, sus impresiones de viaje constituyen una demoledora disección del fanatismo religioso que se ha anclado en amplios sectores de esos países, cuya existencia transcurre en una permanente alteración como consecuencia del rechazo de la propia historia al que obliga la conversión a la fe islámica. Dice Naipaul que las personas se ven forzadas a construir fantasías sobre quiénes eran y quiénes son, lo que genera un conflicto y favorece que estos países pueden entrar en ebullición con facilidad.
No es necesario haber leído Entre los creyentes para profundizar en la crítica que el autor hace de los países visitados en Al límite de la fe, un libro que tiene vida propia y que, además, hace continuas referencias a las experiencias de años atrás. Sí es conveniente tener en cuenta que Naipaul, nacido en Trinidad en el seno de una familia de origen indio, no hace gala de creencia religiosa alguna: se ha aproximado al Islam que viven estas sociedades de conversos, con un espíritu crítico laico, que surge de su adquirida cultura occidental y, acaso, de los lejanos recuerdos familiares enraizados en un país, la India, que sufrió los traumas de la islamización a medias, la colonización británica y, por último, la escisión provocada por los resentimientos religiosos de la minoría musulmana que prefirió romper el país para fundar una sociedad de los «puros» (Pakistán).
En todo caso, tanto por la técnica que emplea -las entrevistas directas a los personajes escogidos casi al azar- como por sus frecuentes incursiones en la historia para situar al lector en el contexto en que se desarrolla la vida cotidiana, Al límite de la fe resulta un libro de apasionante lectura. Le falta, eso sí, el contrapeso de un análisis más riguroso de los aspectos positivos aportados por el islam a la cultura universal e, incluso, de la remodelación moral de multitud de pueblos que -fanatismo aparte- tratan de vivir, sin complicaciones culturales ni filosóficas, un ideal de vida en el que Dios es el cimiento de toda actividad.
Control de la vida social
Para el autor, la crueldad del fundamentalismo islámico en los pueblos asiáticos -bien pueden citarse los ejemplos de los talibán afganos o los mollahs iraníes- radica en que solo concede a los árabes una tradición y unos lugares sagrados que pasan a ser los de los conversos, obligados a despojarse de su pasado al tiempo que se les exige la fe más pura, la sumisión más total: es el imperialismo más inflexible que se pueda imaginar. Aunque Naipaul no se resiste a emitir sus juicios personales, el interés de su libro radica en las apreciaciones de los personajes entrevistados: son ellos los que pronuncian sentencias lapidarias sobre el Islam, según les ha ido en la vida.
En Irán, por ejemplo, los Guardianes de la Revolución controlan todos los aspectos externos de la vida social. «Quieren controlar hasta cómo te sientas y cómo andas», comenta un frustrado escritor iraní. Lo cual conduce a una sutil rebelión de las nuevas generaciones, especialmente de las mujeres que han encontrado en la elegancia de sus vestiduras islámicas -el hiyab– una especie de desobediencia.
El libro está lleno de auténticas «perlas» sobre la forma que se vive el islam y que llaman poderosamente la atención al lector occidental. Así, al reflexionar sobre lo que significa ser religioso, uno de los personajes entrevistados afirma que hay varias maneras de juzgar. «En primer lugar, está su aspecto: la barba. El islam recomienda que los hombres se dejen barba. Hay normas especiales para el afeitado y recorte del bigote. Te puedes cortar la barba con tijeras pero no con cuchilla… Si te dejas bigote, no puede ser tan largo como para que se moje cuando bebes agua… Todas estas cosas están escritas en los libros de los hádices [dichos] del profeta…».
Jomeini aportó a su revolución un libro con las soluciones a todos los problemas imaginables de la vida diaria. Entre otras cosas, detalla las diez formas en que se puede mirar a las mujeres sin pecar… Toda la vida parece así sujeta a normas, incluido el dinero que hay que pagar en caso de asesinato: el doble por un hombre que por una mujer…
Un permanente desequilibrio
El libro discurre así por la vida de relevantes o irrelevantes creyentes chiítas y sunnitas que interpretan el Corán, los hádices, la tradición, la ley islámica según su escaso o interesado saber y entender, si bien en todos ellos pervive un difuso deseo de ser puros, de ser fieles a la fe y a la umma, a la comunidad a la que no renuncian pese a todas las contradicciones e hipocresías en que incurren. Al final de la lectura queda la sensación de que cientos de millones de personas viven en los límites de una fe que les conduce a un permanente desequilibrio, manifestado ocasionalmente en exaltaciones extremistas de algunas minorías que pueden explicar el fenómeno del fanatismo político y religioso de los movimientos de corte terrorista.
Al fin y al cabo, los países conversos al islam visitados por Naipaul mantienen sistemas políticos más o menos dictatoriales y que sufren sus habitantes con mayor o menor sumisión, si bien resulta impensable hoy por hoy una rebelión popular en cadena, en la medida que sería interpretada como una rebelión contra el islam. Muy al contrario, son los movimientos islamistas los que se mantienen en guardia permanente para exigir a los gobernantes y a la comunidad de creyentes más rigor en la defensa de la fe, lo que equivale a decir más dosis de dictadura religiosa. La capacidad de rebelión queda limitada, en todo caso, a las elites militares que se disputan el poder y de las que no ha surgido todavía ningún Atatürk o ningún Burguiba con valor para introducir libertades y modernizar las costumbres.
Cabe preguntarse, no obstante, si ese islam tan crudamente retratado por Naipaul es una simple coartada política para mantener las dictaduras consentidas por sus pueblos o si en la fe de esos creyentes hay elementos que permitan vislumbrar una evolución hacia la libertad y la democracia. Responder a este interrogante requiere otros talentos que los del mero explorador cultural que es Naipaul, en cierto modo obligado ahora a visitar la cuna del islam para comprobar cómo viven los propios árabes la religión que exportaron sus antepasados a pueblos tan dispares, a punta de cimitarra.
La falsa imagen de Oriente en la cultura occidental
Las repercusiones de la tragedia del 11 de septiembre han actualizado la tesis del choque de culturas propuesta por el profesor Samuel Huntington. Para evitar el choque es necesario un conocimiento mutuo que supere las falsas imágenes que enturbian las relaciones entre Oriente y Occidente. Una contribución a esta tarea es el ensayo Orientalismo (3), del profesor palestino Edward Said, una documentada crítica de la visión que Occidente tiene de la cultura oriental, sobre todo de la árabe e islámica.
Escrito hace veinticinco años, aunque revisado en 1995, Orientalismo es ya todo un clásico de la denuncia de la falsa imagen que, según Said, los intelectuales del mundo occidental han reiterado con evidente eficacia sobre el «otro», ese mundo oriental islamizado que, siglos después del nacimiento de Mahoma, de las conquistas y del crepúsculo árabe, sigue sin comprenderse del todo. Para entender mejor el voluminoso ensayo de Said hay que tener en cuenta, en primer lugar, que el autor, nacido en Jerusalén, es un árabe formado intelectualmente en las dos culturas que analiza en su obra -pasó su juventud en Líbano y Egipto para después establecerse en Estados Unidos, donde hoy es profesor de la Universidad de Columbia-.
Otro aspecto que destacaría es el enfoque laicista que Said da a su crítica, a pesar de que toca una materia altamente religiosa, como es la islámica. Pero en esto se sitúa en el mismo plano que los autores criticados y que son, salvo raras excepciones, toda esa pléyade de «orientalistas» occidentales que han escrito sobre Oriente para sus lectores occidentales. Por supuesto, en primerísimo lugar de los autores más criticados figura el «gurú de los gurúes» orientalistas anglo-americanos, Bernard Lewis, al que considera un ideólogo y propagandista antes que un erudito.
Al servicio de la colonización occidental
El ensayo de Said se centra, en realidad, en el mundo árabe-islámico como tópico de lo «oriental». De ahí que el peso de su crítica se refiera a las ideas que han ido calando a lo largo de la historia entre los pensadores occidentales a propósito de ese otro mundo surgido con Mahoma, «condenado» ya al Infierno por Dante en La Divina Comedia. A juicio de Said, los orientalistas de nuestra época han arrastrado sin cribarlo todo el pensamiento que los antiguos expresaron para defenderse de un «intruso» y conquistador que pudo ser frenado en España.
De esta etapa de convivencia de las tres culturas en la península Ibérica, apenas nos habla Said que, incluso, se ve obligado a hacer una breve autocrítica en su prólogo a esta nueva edición española de Orientalismo debido a su amistad con ese escritor español refugiado en Marrakech que es Juan Goytisolo, tan conocido por su acercamiento intelectual al mundo islámico. Esto quiere decir que en la obra de Said se echa en falta un mejor conocimiento del papel cultural desempeñado por la España musulmana. Y, sobre todo, el autor palestino demuestra un total desconocimiento de los orientalistas españoles, antiguos y modernos, que tan alejados están de los Renan, Voltaire, Pickering, Von Grunebaun y tantísimos otros que Said pone en tela de juicio.
Parte de las teorías de Said se fundan en que la supuesta erudición de los autores que han hecho escuela como falsos orientalistas, ha sido un elemento más al servicio de la colonización occidental del mundo, especialmente el árabe e islámico. Los tópicos se desgranan así en todos los estudios de los «orientalistas»: el árabe -y, por ampliación, el musulmán- es lascivo, deshonesto, sádico, traidor, vil, mercader de esclavos, asesino… Los árabes son multitud, masa, comunidad, no seres individuales, que tienen la guerra por estandarte. Más aún: no se puede confiar en ellos. Tópicos que, por cierto, han sido asumidos recientemente por la conocida periodista Oriana Fallaci a propósito de la conmoción provocada por el 11 de septiembre.
Desinterés cultural
En este contexto, Said observa que los libros que hoy se escriben apenas se diferencian de las virulentas polémicas anti-islámicas de la Edad Media y el Renacimiento, al extremo de que consideran despreciable la cultura árabe… Si antaño el centro de la polémica fue la cuestión religiosa, hoy los politólogos, pensadores y sociólogos estudian el orientalismo con esquemas puramente occidentales, manteniendo vivas las actitudes hostiles. El Oriente que estudian los políticos aparece así desfigurado, y si se estudia la lengua árabe o el Islam, se hace por motivos políticos y económicos, nunca culturales. Con esta base, Said considera que el interés de Estados Unidos por el sionismo desde su aparición a finales del siglo XIX se debe a su oposición al árabe. Por supuesto, todos los estudios sionistas están encaminados a despreciar al árabe, lo que equivale a cimentar el mito de la superioridad israelí.
Formuladas hace veinticinco años, estas críticas podrían ser confirmadas y ampliadas a partir de la proliferación de estudios y ensayos surgidos en los últimos años. Pero el gran reto que tiene ante sí un autor de tanta erudición como pasión es el de centrar ahora su pensamiento no en cómo «no son» los árabes e islámicos orientales, sino en «cómo son» realmente, para hacer más comprensible nuestro mundo. Y, sobre todo, para evitar que la guerra contra el «eje del mal» se convierta en una guerra total contra una cultura que, por saturación intelectual, sigue sin entenderse en Occidente. En todo caso, el autor da una pista segura: no puede hablarse con propiedad de diferencias tan acusadas entre lo occidental y lo oriental porque si la tendencia es la globalización, las culturas tienden a mezclarse cada vez más, formando una nueva civilización híbrida de la que el propio Said es un ejemplo.
______________________________
(1) V.S. Naipaul. Entre los creyentes. Un viaje por tierras del islam. Ediciones Quarto. Barcelona (1984). 456 págs. 5,26 €. T.o.: Among the Believers: An Islamic Journey. Traducción: M. Inés Taulis Moreno.
(2) V.S. Naipaul. Al límite de la fe. Entre los pueblos conversos del islam. Debate. Madrid (2002). 570 págs. 21 €. T.o.: Beyond Belief: Islamic Excursions among the Converted Peoples. Traducción: Flora Casas.
(3) Edward W. Said. Orientalismo. Debate. Madrid (2002). 509 págs. 21 €. T.o.: Orientalism. Traducción: María Luisa Fuentes.