Después de algunas ediciones de controvertido palmarés, en la última edición del Festival de Cannes nadie protestó la decisión del Jurado de premiar con la Palma de Oro esta impecable cinta rumana. Una película dura donde las haya, ingrata, áspera, incómoda y, sin embargo, de visión casi obligada. Cristian Mungiu relata en imágenes el calvario de Gabita, una joven estudiante embarazada dispuesta a someterse a un aborto y de su amiga, Otilia, que la acompaña. Son los años ochenta en la oprimida y casi tercermundista Rumania de Ceaucescu. En esa época, allí el aborto era ilegal.
A partir de un guión escrito por él mismo, Mungiu construye su film como un thriller. En este sentido, hay muchos momentos en los que 4 meses no se aleja demasiado de un conjunto de películas -casi son género- que se caracterizan por contar la preparación de un crimen. Con precisión matemática, Cristian Mungiu va presentando a las víctimas, al asesino, el arma, el escenario… A la tensión del thriller, se añade una tensión interior, psicológica -que parte de los personajes y llega hasta el espectador- mucho más angustiante. La secuencia de la cena de Otilia en casa de su novio es antológica: un plano fijo, una conversación insustancial y una tensión in crescendo que acaba por estallar en una huida rodada como si se tratara de una persecución y en un dilatado e impactante final, veinte minutos antes de que termine la cinta. La nerviosa planificación -cámara en mano- ayuda a mantener la intriga durante todo el metraje y a identificar los sentimientos de las protagonistas.
El realizador rumano sabe alternar los largos silencios con ágiles y elaborados diálogos que el estupendo reparto recita con pasmosa naturalidad. En el capítulo interpretativo hay que destacar el trabajo de Anamaria Marinca.
La opinión del director
Pero además de una impecable lección de cine, 4 meses es una película que reabre la cuestión del aborto. Preguntado en Cannes, Cristian Mungiu se limitó a señalar que él simplemente ha querido hacer una película sobre una realidad en su país en los años ochenta: el aborto ilegal. Posteriormente, el realizador rumano ha declarado que, durante esos años, el aborto se llegó a ver como una forma de oposición al régimen comunista. Por otra parte, el director reconoce su propia perplejidad cuando señala: “El primer año tras la caída del comunismo se produjeron un millón de abortos. No sabíamos cómo comportarnos. La gente pensaba: si la ley permite hacerlo, perfecto. Pero tienes que pensar en la clase de libertad que se te da”.
Sean cuales sean los propósitos del autor, la realidad es que no hay ni un ápice de frivolidad en la puesta en escena de la película y que los terribles sucesos que se cuentan no son sólo patrimonio del aborto ilegal. Por otra parte, Mungiu es cineasta y lo que quiere decir, lo dice con imágenes. Y más concretamente, con un plano. Un plano que rompe el tono elíptico del resto de la película. Un plano que no se puede desvelar. Para quien quiera y sepa verlo, en ese plano está la clave.