El astronauta Roy McBride ha seguido los pasos profesionales de su padre, quien siendo él niño desapareció cerca de Saturno en una misión de búsqueda de vida extraterrestre. Cuando unas extrañas tormentas eléctricas sacuden la Tierra, encomiendan a Roy viajar a Marte, para enviar desde ahí un mensaje a su progenitor, pues todo apunta a que está vivo y es el causante del preocupante fenómeno.
Con media docena de títulos, James Gray ha demostrado tener un sentido innato de la narración, y no teme tomarse su tiempo o emplear elocuentes silencios en sus historias. Con un guion coescrito con Ethan Gross –solo conocido por la serie Fringe–, se mueve como pez en el agua en esta aventura de ciencia ficción, cuyos elementos recuerdan al cine de Terrence Malick. No en balde el protagonismo recae en un excelente Brad Pitt, también productor, roles que ejerció con Malick en El árbol de la vida.
La trama combina bien el drama colectivo (la Tierra corre peligro, el ser humano está en decadencia) con el personal (Roy quizá sea un buen profesional, pero está solo, sin familia, y corre el peligro de imitar al padre en su individualismo revestido de preocupación por el bien común), lo que lleva a la reflexión acerca de la deshumanización de la sociedad y la tendencia al aislamiento. La mirada antropológica abierta a la trascendencia es rica, y gran mérito de Gray estriba en evitar los caminos tediosos: la voz en off de Roy se introduce con oportunidad, y algunos episodios de acción –la parada en la Luna, la atención a una llamada de rescate de una nave…– se convierten en inteligente y no forzado respiro para el espectador impaciente. Pitt sostiene la narración, y el resto del reparto apoya eficazmente.