La película, en la que hay coproducción española, tiene interés porque el material de partida es interesante. La novela de Chantal Thomas retrata a la reina María Antonieta tal y como la percibe una sirviente fascinada y, de alguna manera, como la percibe el pueblo, alentado por los malos ejemplos de la propia reina y las exageraciones y calumnias de algunos revolucionarios. Estos mancharán los nobles motivos de una rebelión justa con un comportamiento abyecto, que tiene en el juicio contra la propia reina una de sus manifestaciones más repulsivas. María Antonieta, que reina desde los 18 años, tiene entonces 33, y vive obsesionada con la moda y la eterna juventud mientras la hambruna y el caos se apoderan de París.
El 14 de julio de 1789, los reyes están en Versalles. Sidonie es una joven doncella del servicio de la reina. Lee para la soberana y vivirá de cerca la zozobra de los tres días de julio que siguen a la toma de la Bastilla. Sidonie no quiere creer ni ver los comportamientos indignos que se atribuyen a la reina.
Jacquot ha tenido el acierto de hacer un apunte, más que un fresco. Al centrar la atención en la doncella, y en solo tres días de su vida junto a la reina, la película ayuda a entender muchas cosas, entre ellas el tremendo odio que María Antonieta generó en el pueblo y en muchos líderes de la revolución.
Más inteligente que la de Sofía Coppola aunque ciertamente complementaria, la película tiene un reparto fabuloso y a una realización cuidada, con una fotografía, una música y un diseño de producción excelentes. Diane Kruger y Léa Seydoux están sencillamente perfectas, rodeadas de secundarios inspirados entre los que destaca el mismísimo Xavier Beauvois, director de De dioses y hombres, que encarna de una manera inteligente a Luis XVI.
Jacquot ha podido rodar en Versalles pero en ningún momento se deja llevar por la tentación de querer “contar la Historia con mayúscula”, cosa que hubiera sido un tremendo error. La trágica historia de esos tres días de julio encierra muchas lecciones. No es imprescindible, pero ayuda haber estado en Versalles para comprenderlo. Los crímenes y la barbarie de la revolución francesa producen pavor, pero pisar Versalles y empezar a entender son una misma cosa. Sacralizar la revolución francesa es un desatino, tanto como sacralizar la monarquía. Hay impresentables con gorro frigio y otros con corona. Esta película ayuda a comprenderlo mejor.