La pequeña Amanda ha desaparecido. Nadie conoce su paradero. Se produce un gran revuelo entre la opinión pública, la ola mediática no para de crecer. La ciudad de Boston está conmocionada. Una tía de la niña pide ayuda a una pareja de detectives para que investiguen en el barrio, con idea de aprovechar que son vecinos del lugar, por lo que la gente será menos reacia a hablar con ellos que con la policía. Al principio Patrick y Angie son renuentes a aceptar el caso; temen cómo les puede afectar el acabar encontrando el cadáver de la niña o, peor aún, no averiguar nunca qué ocurrió y cargar con ello en su conciencia.
Ben Affleck ganó un Oscar con su amigo Matt Damon en 1998 gracias a su guión de El indomable Will Hunting. Desde entonces ambos han optado por cultivar más su faceta de actores. Pero una década después Affleck vuelve a coescribir un guión -esta vez con Aaron Stockard, a partir de la novela de Dennis Lehane (un autor que inspiró a Clint Eastwood en Mystic River, otra historia traumática)-, y además debuta en la dirección, con su hermano Casey como protagonista. Como el lector avezado habrá notado, la trama tiene puntos comunes con un caso real de rabiosa actualidad, el de la desaparición de la niña Madeleine McCann. De hecho, se ha retrasado el estreno del film en Gran Bretaña para no herir susceptibilidades, y resulta difícil adivinar si el flujo continuo de noticias sobre el caso McCann ayudará o perjudicará a la película en la taquilla.
Pero independientemente de esto, Affleck logra entregar una historia desasosegante, que procura huir de lo convencional, y que depara alguna que otra sorpresa. Una de las cuestiones planteadas son los dilemas morales a que se enfrenta el protagonista, de formación católica, algo que se introduce desde el principio con una cita evangélica, la de los enviados como ovejas en medio de lobos: en efecto, en el desenlace, Patrick debe optar por lo que le dicta su conciencia o por una solución acomodaticia y pragmática; y su decisión final le deja un regusto amargo.