Murnau (1888-1931) llegó a Estados Unidos con la vitola de ser el mejor director de cine de Europa (en Estados Unidos estaba Griffith, que era un superclase), con películas asombrosas como Nosferatu, Fausto y El último. La Fox le contrató para trabajar en Hollywood y Murnau hizo esta película de exquisita escritura fílmica, aunque para nada afectada o manierista.
Estamos en un pueblo costero que recibe en verano las visitas de gente de la ciudad. Una frívola vampiresa seduce a un lugareño y le convence para que deshaga de su esposa.
El subtítulo original Una canción de dos seres humanos podría parecer grandilocuente pero cuando se ha visto la película se concluye en que es una descripción perfecta para una obra maestra, que es muy concreta (en la peripecia de los protagonistas) y, a la vez, muy abstracta (pocas veces el cine ha mostrado las pasiones humanas de una forma más químicamente pura).
Murnau maneja como pocos las antítesis (luz-sombra, blanco-negro, rubia-morena, campo-ciudad, inocencia-vicio) y las pone al servicio de un relato de un lirismo arrollador (las secuencias del viaje en tren a la ciudad son inolvidables). Janet Gaynor (ganadora del primer Oscar) era la novia de América en ese momento y con toda lógica: es una actriz fabulosa.