El jefe de Coca-Cola en Berlín Occidental intenta desde hace tiempo extender su imperio a los países del este. Su jefe le encarga que atienda a su alocada hija, que se enamora de un comunista.
Wilder y su colaborador habitual desde 1959, el brillante Diamond, adaptaron la obra teatral del húngaro Ferenc Molnár, una farsa enloquecida sobre las incoherencias del capitalismo y el comunismo. Provocador incorregible, agudo dialoguista, creador de situaciones de ingeniosa urdimbre cómico-satírica, Wilder fue un guionista y un director que bajo su apariencia de cínico no deja ser un moralista, burlón, pero moralista.
En esta ocasión contó con un sexagenario Cagney, absolutamente magistral en su registro hiperventilado, que tiene excelentes contrapuntos en un reparto excelente en el que tengo especial debilidad por Arlene Francis, que interpreta a la mujer del tarambana MacNamara, un personaje típico de Wilder: la mujer y madre encallecida a base de aguantar a un bruto.
Hay una energía insultante en la película que resulta muy divertida (esa entrada de MacNamra en la oficina). Sin embargo, puede cansar un poco a los que no lleven bien el sarcasmo desmelenado de un cineasta muy dotado, pero demasiado pendiente de ser agudo y original, dentro y fuera de la pantalla.