Este film es el favorito para los Oscars tras ganar los Globos de Oro a la mejor película dramática, director y guión original. Tiene esa perspectiva que en las novelas se llama de autor omnipresente, pues su narrador está en todas partes, en todo tiempo, en el interior e intenciones de las personas… todo lo sabe. Aquí, ese autor omnipresente es el protagonista, Lester Burnham; su voz, que parece venir del Más Allá, cuenta lo ocurrido en su casa y su entorno en los últimos meses, con un tono distanciado, comprensivo, algo irónico, algo triste, algo humorístico…
La cámara viene desde muy alto y baja suavemente en picado sobre un barrio residencial, una calle, una casa y su jardín…: los de la familia Burnham. Lester es un hombre todavía joven, cansado de su vida rutinaria y sin meta, sin amor, marido y padre fracasado, ridículo donjuanillo de adolescentes; y ahora de la brillante amiga de su hija, la obsexa pardilla sexual Angela. La esposa, Carolyn, es una doña perfecta en su imagen social, y del todo vacía por dentro, tanto, que ni siquiera advierte que lo está. Una única hija, la adolescente Jane, distanciada de sus padres, antipática, egoísta, perdida en su soledad e ignorancia. Y el vecino Ricky Fitts, que se unirá a Jane, en su soledad y en el amargo distanciamiento de su padre, déspota, hipócrita y obseso sexual.
Ciertamente, la lindura del sueño americano, la American Beauty, es de superficie, de barniz. Dentro, en su realidad, está su vastísima ignorancia en lo que más importa: virtudes humanas, valores morales, Dios. Y ese globo lleno de aire estalla en tragedia; esa bolsa blanca de plástico, vacía, que golpes de viento y remolinos de aire llevan aquí y allá, con el polvo y las hojas secas, la suben, se hincha, desciende, rueda por el suelo… Esta es la imagen que filma el joven Ricky, oscuramente fascinado por el terrible parecido que tiene con sus propias vidas.
Si Lester Burnham es el primero en reaccionar y contra esta falsa American Beauty, no se piense en una conversión profunda; se parte de un radical materialismo, de una casi muerte del espíritu. Es más bien, por tanto, un como intuitivo malestar el que empuja a Lester. Piénsese también en la amplia gama de amoralidades en las que viven esos personajes. No las esconde el guionista Alan Ball ni el director Sam Mendes. Entiendo que no es para sorprender que un sobresaliente hombre de teatro, como es Mendes, realice una primera película más que notable: se trata de un cine muy cercano al teatro: su fuerza está en los diálogos, en las interpretaciones, magníficas en todos.
Y entiendo también que pueda escapar a cierto espectador esa sutil e irónica lección que empapa la historia: bienestar material/miseria moral, éxito público/amargura solitaria… No es necesario entrar en un planteamiento ideológico de gran tragedia, ni es posible: estos personajes de la American beauty no dan más de sí, y son como paganos: su dignidad espiritual, mal lavada y en frío, se les quedó encogidísima; hace tiempo que no se la ponen.