Zwick (Resistencia, El último samurái, Diamante de sangre) adapta una novela que cuenta las experiencias de un tipo que vive para el sexo y se hace vendedor de Viagra. Y el resultado es el que se podía esperar: una película disfuncional, con repetidos cambios de tono y unos conflictos y unos personajes grotescos, que hacen imposible creerse nada, especialmente de la relación entre el vendedor ególatra y la ninfómana artista con la que se lía.
Como lo que importa es llamar la atención, hay sexo abundante y mucha zafiedad. De lo burdo se pasa al ternurismo patético, algo muy propio de la perversión delirante de ciertos guiones del Hollywood más hipócrita: los guionistas no dudan en servirse de los enfermos de parkinson y de los familiares que los cuidan con una utilización grotesca y sensiblera de sus problemas en una secuencia absurda. Y remata esta película errática un final moralizante que parece querer redimir o al menos justificar las burradas previas, gancho de una película que se limita a hurgar en la basura. Patético.