Sandra y Samuel son un matrimonio de escritores que parecen compartir una vida lujosa y apartada en una casa en medio de los Alpes franceses, junto a su adolescente hijo ciego, Daniel. La muerte de Samuel da comienzo a una investigación minuciosa para averiguar si se trata de un suicidio o de un homicidio en el que Sandra es la principal sospechosa.
La trayectoria cinematográfica de la directora y guionista francesa Justine Triet no parecía encaminada hacia la Palma de Oro de Cannes. Películas como El reflejo de Sibyl, Los casos de Victoria o La batalla de Solferino eran apuestas que expresaban más riesgo que acierto en la resolución. En Anatomía de una caída hay un salto de calidad hacia un cine más austero en su estilo, pero considerablemente más efectivo en su capacidad de conectar con el espectador. Y es que en esta ocasión las dos horas y media tienen ritmo e intensidad, gracias a un guion excelente en el que hay una familia definida con precisión e ingenio, con detalles mínimos y explosiones dramáticas tan medidas como brillantemente interpretadas.
La actriz alemana Sandra Hüller (Toni Erdmann, El hombre perfecto) compone un personaje tan expresivo en sus gestos y en su contención que resulta fascinante descifrar su inocencia o culpabilidad. Igualmente, el primerizo Milo Machado, que interpreta al hijo, es un contrapunto excepcional, que ofrece a la historia un punto de vista que hace que el interés y la tensión de la trama crezcan a lo largo del metraje.
Para los que tengan especial interés en el procedimiento jurídico, la película ofrece una exactitud que recuerda a Anatomía de un asesinato, una de las obras maestras de Otto Preminger, protagonizada por James Stewart y Lee Remick en 1959. La similitud de las dos películas no se queda en el título, sino que también comparte un homenaje al Derecho y a la minuciosidad de la investigación y el juicio, que hacen que el relato sea fascinante y emotivo en su profundo análisis de la conducta humana.
Después de dos años de Palmas de Oro tan exageradas y herméticas como Titane de Julie Ducournau (2021) o El triángulo de la tristeza de Ruben Östlund (2022), Anatomía de una caída es una evidente apuesta por el cine de calidad más sutil y universal.