Nadie está obligado a apreciar el cine de terror, pero dentro del género hay maestros, artesanos y aprendices; Sam Raimi es un maestro. Arrástrame al infierno supone un regreso a los orígenes de este director de 50 años que llevaba demasiado tiempo lejos del género que le lanzó al estrellato (Evil dead).
Arrástrame al infiernoes una película maravillosamente académica y demuestra el saber hacer de Raimi como guionista, como director y como experto: el prólogo, espeluznante y breve, introduce el tema; luego, con una facilidad sorprendente, presenta a todos los personajes del drama, por un lado Cristina, encantadora empleada de banca; Clay, su novio perfecto, rico y escéptico, pero dispuesto a todo por su amada; en la oficina están el amable jefe y el trepa, rival y enemigo de Cristina.
Raimi se inspira en el maestro Tourneur, no sólo en el arte de sugerir, más que mostrar y en la elaboración de atmósferas inquietantes, sino en la propia trama, que sale directamente de la sensacional Noche del demonio, en la que un hombre maldecido tiene tres días para deshacerse del objeto que le convierte en blanco de la ira y persecución de un diablo; además, al igual que el modelo, tiene una interesante discusión sobre la fe en lo espiritual, y está teñido de fábula moral.
A diferencia de Tourneur, Raimi es un gamberro y sus películas de terror asustan y hacen reír a la par. A Raimi le encanta la humorada macabra y mezcla unas sutiles e inquietantes alusiones sobrenaturales con un hachazo, un baño de sangre o de babas que llegan de los lugares más incongruentes.