La directora de Boys Don’t Cry vuelve 9 años después con un drama sobre el regreso a casa de militares tejanos destinados en Irak. Un procedimiento extraordinario, el stop-loss del título original, permite al ejército retener a algunos soldados, que pierden el derecho a licenciarse y tienen que seguir movilizados.
Peirce cuenta con un buen reparto para contar una desgarradora road movie sureña con un prólogo que ilustra los horrores de la vida de los soldados norteamericanos en Irak. Con una realización discreta (la fotografía es de Chris Menges) y unos intérpretes solventes, la película se desenvuelve de forma previsible, con unos personajes traumatizados a los que cuesta reintegrase a la ordinaria vida civil.
Resultaría frívolo e injusto referirse a la inflación de títulos similares: el problema (soldados prófugos que viven en la clandestinidad) es real y marca a muchas familias norteamericanas. Ya ocurrió con motivo de la guerra de Vietnam. En aquella ocasión hubo que conceder una amnistía para solucionar la situación de unos 80.000 soldados huidos.
La cinta -sencillamente correcta porque Peirce tiene poco carisma narrativo y el coguionista novel, aún menos- no ha pasado de los 10 millones en la taquilla norteamericana (costó 25), quizás por no tener una cara muy popular en el reparto (el protagonista, Ryan Phillipe, es un actor en alza que no me disgusta, pero no termina de ocupar plaza de estrella). Produce el poderoso Scott Rudin, uno de los grandes de Hollywood, que recientemente ganó el Oscar por No es país para viejos. En su catálogo hay títulos recientes como Pozos de ambición, Las hermanas Bolena, La Reina o El bosque.
