Tres mujeres asisten, con unos hombres misteriosos, a varias sesiones de terapia en un centro de rehabilitación para personas que han intentado suicidarse. Durante las extrañas reuniones, dirigidas por una vitalista terapeuta, esas mujeres son enfrentadas a los grandes temas, desvelando con sus respuestas la vacuidad de sus traumatizadas vidas, dedicadas a la búsqueda del placer a cualquier precio.
Tras La reina Isabel en persona, Teresa, Teresa y La mirada de Ouka Leele, Rafael Gordon escribe y dirige este audaz experimento fílmico-teatral, con toques surrealistas, en el que indaga en el decadente nihilismo hedonista de la sociedad actual. En el filme, la esperanza irrumpe a través del dolor compartido, la amistad sincera, el arrepentimiento, el amor más allá de la pulsión sexual y la fe en Dios. Un Dios que “es modesto y sólo da pistas de su existencia”, y que “nunca golpea con las dos manos” porque es padre y madre. Por eso, “amar a Dios y vivir son la misma cosa. Dios es la vida”.
Gordon quizás encripta demasiado estas bellas ideas a lo largo de la tarantiniana verborrea cínica de las protagonistas, a las que conduce hasta el borde de lo grotesco o lo sórdido. En todo caso, dirige bien al reparto y disimula sus carencias presupuestarias con una planificación esmerada, en la que articula paradójicas críticas-homenaje a Mondrian, Freud, Ana Frank, Schopenhauer, Virginia Woolf, Sylvia Plath… Una película compleja e inclasificable, pero que deja poso, sobre todo cuando se piensa.