Joyce Carol Oates (Nueva York, 1938) es, desde hace años, una de las principales candidatas al Premio Nobel de literatura. Aunque todavía no lo ha ganado, el prestigio de esta novelista norteamericana es incuestionable con más de cien obras, varias de ellas adaptadas al cine, como Foxfire, de Lauren Cantet, o El amante doble, de François Ozon. En el año 2000 publicó Blonde, una novela sobre la vida de Marilyn Monroe que combinaba el trabajo de documentación con una libre recreación e interpretación de la historia real. El éxito de la novela fue tan inmediato como la polémica por algunos pasajes muy escandalosos sobre las numerosas relaciones de la actriz con hombres de mucho poder en la industria del cine, la política, etc.
El director y guionista de Blonde es el canadiense Andrew Dominik, un cineasta reconocido especialmente por la brillantez de su western lírico El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), y los dos documentales dedicados a los compositores vanguardistas Warren Ellis y Nick Cave (One more time with feeling y This much I know to be true).
Blonde no es un biopic clásico sino una película de autor, con un metraje de casi 3 horas en el que el espacio y el tiempo se distorsionan para expresar la enorme soledad del juguete roto más conocido de la historia de Hollywood. En ese tratamiento juega un papel fundamental la fusión de cuatro elementos esenciales: el protagonismo absoluto de una sensacional Ana de Armas, la edición y el montaje simbólicos, la esteticista fotografía y la música omnipresente de Warren Ellis y Nick Cave.
El guion está vertebrado en torno a las carencias afectivas que tuvo la actriz de Con faldas y a lo loco o Niágara, su inseguridad profesional y la amargura por no lograr que sus personajes tuviesen mayor entidad dramática. La película logra sus mejores momentos al mostrar esa tristeza íntima que resulta desbordante al recordar a su madre ingresada desde joven en un manicomio, su padre ausente y, especialmente, los abortos que dejaron en ella un recuerdo traumático y recurrente.
La narración logra una coreografía audiovisual que combina escenas magníficas como el arranque de la película con otras de una sordidez excesiva, más cercana a la pornografía que al biopic, en secuencias como el humillante encuentro con el presidente Kennedy. Por otro lado, el retrato de grandes figuras del cine, como el productor Darryl F. Zanuck o el cineasta Billy Wilder, resultan demasiado maniqueos e inverosímiles. Por último, el desarrollo dramático de la protagonista padece una victimización que la convierte en un personaje demasiado pasivo y marcado por las circunstancias. Apenas hay una escena de rebelión de la intérprete, una de las mejores y más divertidas de la película, en que la actriz no acepta cobrar una décima parte que su compañera de rodaje, Jane Russell, en Los caballeros las prefieren rubias. “Y curiosamente, la rubia soy yo”, termina gritando a su productor. Desgraciadamente, esa Marilyn que empatiza directamente con el espectador y humaniza al personaje no tiene el protagonismo que merecía
Claudio Sánchez
La polémicaAl margen de sus valores cinematográficos –innegables unos, cuestionables otros–, el estreno de Blonde viene precedido de polémica. La película será la primera producida por Netflix con una clasificación por edades de NC-17, la más restrictiva de todas porque implica que a los menores de 17 años no se les puede vender una entrada ni siquiera aunque vayan acompañados de un adulto. Es una calificación considerada como el “beso de la muerte” para la taquilla. El tema es que, en este caso, no estamos hablando de salas de cine y entradas, sino de plataformas generalistas donde, a pesar de la posibilidad de controles parentales, la realidad es que el contenido es más accesible a menores. La razón de esta calificación son las explícitas y crudas escenas de sexo, en algunos casos además en un entorno de violencia. Netflix trató de negociar con el director, Andrew Dominik, que rebajara el contenido sexual, pero el cineasta no accedió. Por otra parte, la actriz protagonista justificó estas escenas manifestando que eran necesarias para entender a Marilyn; pero, al mismo tiempo, afirmó que sabía lo que se iba a viralizar de la película –tanto sus desnudos como las escenas de sexo–, y le parecía repugnante. Al mismo tiempo, tanto Dominick como De Armas reconocieron que la película va a ser sumamente incómoda para los espectadores y que en su mano está verla o no. En el fondo, la polémica no es nueva, y tiene mucho que ver con la ética de la representación. Como señala uno de los teóricos más importantes del cine, André Bazin, “el cine puede decir todo, pero no puede mostrarlo todo. Se puede hablar de todo tipo de conductas sexuales, pero con la condición de recurrir a las posibilidades de abstracción del lenguaje cinematográfico, de manera que la imagen no adquiera jamás un valor documental”. Dicho de otra manera, la narrativa cinematográfica tiene los suficientes recursos para expresar con emoción y convicción realidades muy duras o intensas sin necesidad de poner en situaciones incómodas a los actores ni a los espectadores. Ana Sánchez de la Nieta |