Brokeback Mountain ha conseguido el mayor número de premios en la 63 edición de los Globos de Oro (mejor drama, director, guion y canción –del argentino Gustavo Santaolalla–). La película se presenta como el gran romance gay de la temporada y la gran favorita de cara a los Oscar.
Basada en un relato de la premio Pulitzer Annie Proulx, el formato soft del director Ang Lee (Sentido y sensibilidad, Tigre y dragón) convierte el film en un producto para el gran público, atestado de paisajes maravillosos, encuadres bucólicos, música intimista de guitarra y folk-country, y miradas enamoradizas. Los que ya ven el amor gay como lo más natural, definen este film como una historia romántica, del estilo de Memorias de África. Que los enamorados sean varones es tan anecdótico –dicen– como que el argumento se desarrolle en Wyoming o en Kenia.
Entrar en la discusión sobre lo natural o no de ver a esos vaqueros rendidos uno ante el otro es tan estéril como manido. Es tan obvio el carácter propagandístico del film en ese sentido que no merece darle más vueltas. Sí que es oportuno señalar una de las grandes mentiras en las que se basa la promoción del film: el supuesto amor entre Ennis del Mar y Jack Twist y que se propone como la columna vertebral del argumento. Y es que no hay ningún síntoma de verdadero amor entre los fornidos maromos.
Si seguimos cronológicamente la historia de amistad de los dos vaqueros, nos encontramos en primer lugar, con que se pasa de una normal convivencia entre compañeros de trabajo a un asalto sexual completo sin que medie un proceso de conversaciones o aproximaciones afectivas que preparen lo que se supone que va a ser una relación amorosa. Una vez que ya se conocen en el sentido bíblico del término, cada uno se casa con una buena mujer con la que fundan sendas familias. En aquellos años no estaba bien visto ser gay, pero no era obligatorio casarse; podían haber seguido solteros, y mantener una gran libertad para organizar su calendario de encuentros.
Casados y con familia, y manteniendo relaciones sexuales con sus esposas, siguen viéndose cada equis meses con la excusa familiar de que van a cazar. Lo más llamativo es que en esa dinámica que dura años ninguno de los vaqueros muestra jamás el más mínimo interés en la vida del otro, en su mujer, hijos: toda la existencia del “amado” es como un paréntesis insignificante entre cada encuentro sexual. Quieren estar solos, sin que ninguna de las circunstancias reales de cada uno pueda afectar esos encuentros tan idílicos como escapistas. De hecho, la cosa se tuerce cuando Ennis tiene que ocuparse de su hija una vez que su mujer le ha abandonado. Jack se niega a que su amigo cumpla sus obligaciones de padre y “rompen”. Además, cuando Jack pasa tiempo sin ver a Ennis, hace sus escapadas con un chapero de pago, justificándose en sus necesidades sexuales. En definitiva, tienen una adicción sexual mutua, pero de amor, lo que se dice amor, no hay ni vestigio.
Por otra parte, la película arrastra un ritmo tedioso, y aunque está muy bien interpretada, el envoltorio es demasiado acaramelado para ser creíble. Especialmente humillante es el trato que reciben sus esposas –concretamente Alma–, víctimas de una doble vida llena de mentira y desprecio hacia la propia familia. En fin, un romance con poco amor, mucho de culebrón y que huele demasiado a cazapremios.