También en Francia está planteado el debate sobre el acompañamiento en el fin de la vida y la eutanasia. El gobierno quiere recuperar el retraso en la medicina paliativa, duplicando el actual número de equipos. A la vez, llega a las pantallas el film C’est la vie, de Jean-Pierre Améris, que se inspira en la experiencia del servicio de cuidados paliativos de la psicóloga Marie de Hennezel.
Hay ya en el título de la película –C’est la vie– una paradoja, pero solo en apariencia: poner la vida en primer plano en una película que habla sobre todo de la muerte. No se trata, sin embargo, de un reflejo de simple marketing, de hacer un cartel con colores vivos con los dos protagonistas sonrientes, en particular con la sonrisa, tantas veces calificada de luminosa, de Sandrine Bonnaire. Los colores son vivos y las sonrisas evidentes, pero todo ello responde a la profunda realidad de la historia, que trata no tanto de la muerte, como de los cuidados paliativos.
Jean-Pierre Améris, que con C’est la vie realiza su tercera película, ha tenido como primera fuente de inspiración el libro de Marie de Hennezel, La mort intime, que su autora consideraba inadaptable al cine (traducción española: La muerte íntima, Plaza & Janés, 1996: ver servicio 63/96). La acción transcurre en Gardanne, en las cercanías de Marsella, en uno de los centros creados por Marie de Hennezel. En realidad, Jean-Pierre Améris y Caroline Bottaro se han propuesto recrear el ambiente de Gardanne, inspirándose además en un personaje evocado en el libro. Se trataba después de inventar otra historia, adaptada a las realidades del cine, conservando sin embargo una fidelidad esencial a la idea de que los cuidados paliativos constituyen la verdadera respuesta a la necesidad de ayudar a los seres humanos en la última fase de la vida.
Al comienzo de la historia, Dimitri (Jacques Dutronc) hace su maleta y abandona su solitario apartamento de Marsella para ir a instalarse en la Casa de Gardanne. Se trata de un lugar donde son admitidos aquellos enfermos a los que la medicina no da ninguna esperanza de curación. Su primera reacción es la de huir, a pesar de la acogida cordial del personal. Rápidamente la atención de Dimitri se polariza en la presencia de Suzanne (Sandrine Bonnaire), una mujer joven y bella que presta su ayuda como voluntaria en el centro. Suzanne está siempre disponible, con su sonrisa acogedora.
Dimitri descubre poco a poco las angustias y los dramas de los enfermos, pero al mismo tiempo una alegría de vivir comunicativa, un nuevo sentido de la solidaridad. Nadie en Gardanne se siente solo y todos saben que estarán acompañados hasta el final. La muerte no es un tabú, es una visita regular de la Casa, que, ineluctable, ha dejado de asustar a sus ocupantes. Como la vida continúa, nada tiene de extraño que Dimitri sea sensible al encanto de Suzanne hasta el punto de enamorarse y compartir con ella confidencias. Dimitri y Suzanne vivirán una auténtica historia de amor, naturalmente platónico, pero que ayudará a los dos. A Dimitri, a vivir la solidaridad con los otros enfermos y a aprovechar las últimas semanas de su vida; a Suzanne, a romper un duelo prolongado que la había hecho renunciar a toda nueva experiencia amorosa.
La vida continúa hasta el final
Junto a la historia de amor de los protagonistas, tratada con delicadeza y sin exceso de sentimentalismo, la película nos muestra una decena de personajes que ilustran de forma humana, sin discursos didácticos, la naturaleza y la eficacia de los cuidados paliativos. Se hace visible el hecho de que la vida continúa hasta el final y que ésta puede ser rica en experiencias positivas. Améris nos ofrece una boda y afirma que no hubiera osado inventarla y que si figura en su película es porque tuvo efectivamente lugar. Otro detalle de verismo es que varios personajes son verdaderos enfermos, como Bernard o Bárbara. Esta última había soñado en su juventud con ser actriz, un sueño que podía realizar al fin de su vida.
Ciertos espectadores podrán extrañarse de la ausencia de referencias directas de carácter transcendente. No evocar el tema de Dios al hablar de la muerte puede parecer un contrasentido. En realidad Jean-Pierre Améris no elude el tema. La película contiene una bella referencia al mismo, en la explicación de la muerte que da una anciana a su nieta, al compararse con un barco que cruza el horizonte y que sigue navegando aunque ella deje de verlo. Pero es cierto que el autor ha querido dejar a cada espectador la responsabilidad de la respuesta. «No es una película de ideas -declaraba Améris a Marie Noël Tranchant en Le Figaro (7-XI-2001)-, es una película de gestos. Sobre personas que a la hora de la muerte salen de su aislamiento, tienden la mano y son capaces de crear nuevos lazos (…). Cuando los que van a morir son a menudo relegados, sin saber qué hacer con ellos, cuando sufren más de este aislamiento que de los dolores físicos, pueden encontrar otras personas que les rodean de atención, de cuidados y de afecto. Es a la vez sencillo y grandioso. Un centro como el de cuidados paliativos de Gardanne es una buena noticia para la naturaleza humana».