Elio tiene 17 años, las hormonas a flor de piel y una gran sed de experiencias. Un verano conoce a Oliver, un profesor universitario que ayuda a su padre y que va a pasar unos días en su casa de campo. Oliver es atractivo, inteligente y divertido. Lo que empieza como un simple deslumbramiento adolescente irá evolucionando a una apasionada relación homosexual.
El italiano Luca Guadagnino (Yo soy el amor) es contundente: “Soy un freudiano empedernido que cree que todo está regido por el deseo o el placer. Es nuestro motor. Y si el deseo es esencial en lo que somos, debemos pensar en qué somos. Y somos cuerpos”. Estas declaraciones, que hacía Guadagnino refiriéndose a su anterior película Cegados por el sol, definen perfectamente también esta cinta.
Call Me by Your Name es un enorme canto a la búsqueda del placer por encima de consideraciones morales o sociales. Y lo es desde su primer fotograma. La cinta es bellísima y absolutamente sensual: la luz, el color, una cámara obsesionada por los cuerpos, un ambiente de ocio, descanso, pereza y laxitud que prácticamente puede sentir el espectador. Guadagnino construye su película con los mismos tonos que el cine de Visconti. El cuidado de los diálogos –el libreto es del casi nonagenario James Ivory– y las magníficas interpretaciones de todo el reparto, y especialmente de la pareja protagonista, contribuyen a crear alrededor de la película un halo de obra casi maestra.
Sin embargo, a mí la película me plantea alguna duda ética y me deja, en su última media hora, más de un conflicto sin cerrar.
Y me plantea sobre todo problemas narrativos y de tono esa encendida defensa que hace el padre a la relación de su hijo. Un discurso que, en el fondo, al ser tan radical y sin matices –“qué maravilla lo que has vivido”, le dice a un hijo roto por el abandono–, bendice al joven que ha utilizado a una chica simplemente para perder la virginidad con una mujer antes de entregarse a un hombre; que no se cuestiona que las relaciones sexuales entre menores y adultos tienen un componente de desigualdad que puede facilitar el abuso y que, finalmente, tolera que un hombre siga engañando y engañándose con un matrimonio de conveniencia “porque de algo hay que vivir”. Son demasiados interrogantes cerrados de un portazo de didactismo que casa poco con el tono desenfadado y naif de la película.
Aunque quizás no hay que complicarse tanto. Los nubarrones que se prevén en el horizonte –y que hubieran dado lugar a una cinta más solvente– se tapan, se esconden, o se olvidan. En el fondo, hablábamos de hedonismo. Y, para el hedonismo, el único día es hoy.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta