Nunca es fácil llevar al cine una obra maestra como Cyrano de Bergerac, la más exitosa de la historia del teatro francés. Menos aún teniendo en cuenta que la versión de 1990, interpretada por Gérard Depardieu, se diría insuperable. Seguramente, el director y guionista Alexis Michalik lo sabía muy bien, por lo que decidió contar cómo debió de ser la génesis de la creación de Edmond Rostand. El resultado es una comedia que homenajea magistralmente la historia del poeta espadachín de la descomunal nariz.
Año 1897. El joven escritor Edmond Rostand está felizmente casado y tiene dos hijos. Su vida se diría que es perfecta, a no ser porque, profesionalmente, está en horas bajas: su obra –toda ella poética– no es comprendida en los escenarios franceses y no está nada inspirado. Sin embargo, gracias a la intervención de su admiradora, la actriz Sarah Bernhardt, contacta con el mejor actor teatral del momento, Constant Coquelin. Este le insiste en interpretar su próxima nueva obra. El problema es que todavía no existe: solo tiene una vaga idea… y el título: Cyrano de Bergerac, nombre de un escritor del S. XVII.
Lo que más sorprende de Cartas a Roxane es el guion escrito por Michalik, que denota un gran amor por el teatro. Así, consigue mezclar muy bien realidad y ficción sin que quede postizo, a la vez que hace como una adaptación de la obra de Rostand: desde el diálogo debajo de la terraza al divertido duelo dialéctico, aquí hablando de la piel negra del posadero, en vez de sobre la superlativa nariz de Cyrano. Así, estas distintas situaciones reales e imaginadas van dando forma a la inspiración que Edmond Rostand, poco a poco, va poniendo sobre papel.
Por otro lado, su tono de comedia y enredos algo recuerda a la magistral Ser o no ser o ¡Qué ruina de función! y, como estas, a pesar de que Cartas a Roxane dura casi dos horas, tiene un dinamismo y un ritmo que atrapa. A la vez, a pesar de alguna broma más picante y frívola, y una visita a un burdel, la historia mantiene una gran elegancia.
Lógicamente, en una película de estas características, el reparto es muy coral. No obstante, el peso recae especialmente en Thomas Solivéres, que encarna muy bien a un Edmond Rostand atrapado por la inseguridad del momento. También destaca Olivier Gourmet, en el papel de Coquelin-Cyrano.
Jaume Figa Vaello
@jaumefv