Nina es una joven bailarina, luchadora, perfeccionista y frágil, muy frágil. Su técnica es perfecta, pero le falta carisma y pasión y le sobra rigidez. Lo contrario que a la sensual y explosiva Lily. Nina es el cisne blanco, Lily el negro. El director de la compañía se empeñará en cambiar el plumaje de Nina, animándole con insistencia, entre otras cosas, a que explore su sexualidad.
Como es habitual en la filmografía de Aronosfky, en esta película conviven una estética subyugadora con un tono opresivo y morboso, casi malsano y enfermizo, que es el que respira la protagonista. El brillante y sugestivo envoltorio de la danza sirve al realizador americano para hacer más evidente el desmembramiento de un juguete ya roto hacia la total autodestrucción.
La película, de todas formas, promete mucho más de lo que da y, en ese sentido, el final revela que, después de tanto aparente punto de giro, tanto cambio de registro, tanto paseo por lo onírico, y tanto tono inquietante, la historia es la misma que la de una decena de TV movies que pasan sin pena ni gloria.
A pesar de los premios y la cobertura mediática del film, uno tiene la impresión de que no es esta una gran película y que, sin la interpretación de Natalie Portman (esforzada como pocas: horas de ballet y un severísimo régimen), la buscada polémica por una violenta escena de sexo entre mujeres y la fama de enfant terrible de Aronofsky, probablemente no estaríamos hablando de ella.