Steve Carell, actor de moda en la comedia norteamericana (Como Dios, Sigo como Dios, Embrujada) realiza su mejor papel hasta la fecha interpretando a Dan Burns, columnista asesor familiar, viudo desde hace cuatro años y padre de tres hijas, dos adolescentes y una más joven.
Cuando comienza la película acaba de recibir una importante oferta de trabajo, pero del lado doméstico le cuesta horrores embarcar a sus hijas para la reunión familiar que cada año los Burns celebran en Rhode Island. Padres, hermanos y sobrinos suman más de veinte personas y forman una divertida y caótica tribu en la que todos disfrutan metiéndose con él. En el viaje Dan se pierde y conoce casualmente a Marie. Es la primera vez que una mujer le ha llamado la atención desde que falleció su esposa. Dan se queda con su número de teléfono. Pero esa misma tarde su hermano Mitch presenta a su novia a toda la familia. Y no es otra que Marie.
La película es un homenaje a la familia, en una casa donde tres generaciones pueden convivir y pasarlo en grande, aceptar a uno más, y decirse cuatro verdades sin ofender, porque el cariño lo supera todo. Tiene la virtud de mostrar unos tipos y unas situaciones fácilmente reconocibles. El director aprovecha la casa y la familia para revelar, poco a poco, los pequeños secretos de cada uno, y convertir un fin de semana, en un acontecimiento único lleno de bromas, juegos, confidencias, algún enfado y mucho amor.
Peter Hedges, que hace pocos años firmó una gran película sobre otro encuentro familiar, Retrato de April, se ha atrevido a mostrar una familia no rota -antes se decía normal- en la que la vida cotidiana, sin rarezas, proporciona material para múltiples aventuras. Pienso que en el enfrentamiento de Dan con sus hijas adolescentes él sale excesivamente mal parado y que se exageran sus errores y defectos; pero son fallos menores en una comedia divertida con saldo positivo.
